La cuarentena


La cuarentena de la que hablo es la que hoy alcanzo en Nueva Alcarria, cuarenta artículos quincenales.

Quiero tranquilizar al amable lector de Nueva Alcarria, que está tan harto como yo misma de hablar de Covid, pandemias, desgracias y prohibiciones porque, por desgracia, hasta de lo peor hacemos callo y lo incorporamos a nuestra vida como buenamente podemos. Ahora a eso los modernos llaman resiliencia, pero a mi me sale más natural el “aguantoformo”. Se me ocurría que el hablar de cuarentena en el momento en que se cruzan los levantamientos pensados y los improvisados de las restricciones impuestas, con la generación de esa privilegiada edad que comienza a vacunarse por toda España, nadie pensaría en otras cuarentenas. 

Al fin y al cabo, vivimos la actualidad entretenidos, no tanto por glamurosos bailes de salón sino por esa especie de yenka arrítmica de ministerios y comunidades que se lleva por delante todo lo que pilla a su paso, como en las bodas de antaño cuando se alcanzaba el nivel de intoxicación etílica grado “corbata como diadema”, sin mirar atrás y sin pedir perdón.

La cuarentena de la que hablo es la que hoy alcanzo en Nueva Alcarria, cuarenta artículos quincenales, si las cuentas no me fallan, en las que el derecho se ha entrelazado con la política y la sociedad, porque en la creación del Derecho, ni la una ni la otra están ni deben estar ausentes.

Estamos en el final de un curso en el que hemos visto un grave intento de asaltar la justicia, impedido en buena medida por la Europa democrática a la que pertenecemos; un curso en el que se ha consentido e ignorado el asalto a las instituciones que emponzoña las relaciones humanas, como el que estamos viviendo en las universidades catalanas. Observamos con estupor cómo se ignora, cuando no se alienta directamente, el sistemático incumplimiento de la ley, para sustituirla por la del embudo, de trazo grueso y chulería barriobajera. Estamos sufriendo la justificación de lo injustificable, el retorcimiento de la ley que se ignora, en las dos acepciones del término ignorar, de no saber o de no hacer caso de una cosa. Observamos que el ministro de Justicia se convierte a un nuevo dogma, que pasa de prohibir los indultos por malversación en 2017 a defenderlos con uñas y dientes en 2021. Cuatro años y un ministerio cambian la perspectiva, aunque no hayan cambiado una ley que no se conserva mal después de 151 años, quizá porque la rubrica Montero Ríos, Ministro de Gracia y Justicia, y no su último sucesor en el cargo.

Vivimos en una democracia de sobresaltos, que nos hace echar de menos al lechero de Churchill, ese que era el único que se esperaba que llamara a tu puerta a las seis de la mañana, porque eso es la democracia; reivindico al lechero, aunque ahora no se estile y la gente se haga vegana para salvar el planeta, porque sostener la democracia es lo único que está evitando que acabemos como solíamos: a leches.

Espero llegar a los 80 con lozanía e ilusión; a los 80 artículos y a los otros también, aunque para entonces espero que mis colaboraciones en Nueva Alcarria se cuenten por centenares, como las de mis admirados compañeros de página. Espero que esta columna pueda ser más una crónica de tribunales y no de despachos, ministerios o comisiones legislativas, porque es más importante cumplir la ley que hacerla. Y espero también que en esa cifra redonda de los 80 las causas y los efectos de la otra cuarentena, la de la enfermedad, la ruina y la muerte sólo sean un mal recuerdo, una página de la historia o de las hemerotecas.