La felicidad como razón de ser
Personalmente, disfruto de un buen paseo, del encuentro de reconfortantes amistades, de un gran libro o de una partida de cartas. El cine y la literatura también me aportan momentos relajantes.
“Sueño con un arte equilibrado, puro, tranquilizador, sin temas inquietantes ni turbadores, que sirva para cualquier trabajador, intelectual, hombre de negocios o artista, como lenitivo, como calmante cerebral, como una especie de buen sillón que le relaje de sus fatigas físicas”. Henri Matisse (citado por González, Calvo y Marchán, 1979).
Hace poco le regalé a un buen amigo, gran aficionado al Quijote y su mundo, un dibujo que acompañaba al viejo hidalgo una de esas sentencias que da gusto curiosear cuando ojeas la magna obra de Cervantes: “Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”. Cuando en la vida, las preocupaciones y las tristezas nos embargan, los placeres más simples, un amanecer, un capricho de la naturaleza o una melodía pueden recomponer el cristal roto y hacednos proseguir con renovado espíritu. Hay personas que se refugian en la gastronomía, otros en cualquier variante del arte, en la capacidad de crear o en el mismo encuentro de unos buenos amigos. Al final, es la felicidad la que nos sirve de faro en medio del océano, ya esté en calma o picado.
Personalmente, disfruto de un buen paseo, del encuentro de reconfortantes amistades, de un gran libro o de una partida de cartas. El cine y la literatura también me aportan momentos relajantes, pero si de todos placeres de la vida tuviera que elegir lo haría con la pintura o cualquier forma de crear. No se lo tomen a mal, al fin y al cabo Marylin Monroe poseía un coeficiente intelectual parecido al de Einstein, y la diva ya nos advertía que “La felicidad está dentro de uno, no al lado de alguien”.
La creatividad y la pintura, para mí, son facetas parecidas, o confluyen en la misma satisfacción. A Sorolla le obsesionaba pintar como el único modo de ser feliz: “Sólo se puede ser feliz siendo pintor”, le declaraba a su cómplice y compañera Clotilde (Pons-Sorolla, 2001). Desafortunadamente mis pinceles no llegan a su excelencia pero sí mis inquietudes.
Cuando un padre ve casarse a su hija o comparte su experiencia de ser madre, no es feliz por el hecho en sí, tal vez lo es más por haber marcado un hito en su desarrollo vital, “sangre de mi sangre”. La felicidad es inherente a la persona, es su traje de cada mañana. Depende de uno mismo como ya nos enseñaba Aristóteles.
Dicen los expertos que ha aumentado el consumo de ansiolíticos y en verdad existen desgracias difícilmente explicables con las que es incompatible ser feliz y seguir viviendo. Son las excepciones a una realidad incontestable, de cualquier modo el hombre busca cómo ser feliz a toda costa, o como razón de ser.
Pues eso, como me decía hace poco otro gran amigo: “Arréglate y sonríe. A partir de ahí todo será más fácil”. Deseo que comparto con todos los lectores de Nueva Alcarria hasta que dentro de un año sigamos sonriendo.