La iglesia de la Trinidad, en Atienza


Decir que la iglesia de la Santísima Trinidad es una de las más antiguas de Atienza, sería repetir lo ya escrito en torno al resto, puesto que la inmensa mayoría de ellas se levantaron en los dos siglos siguientes a la reconquista; esto es, entre el XII y el XIII. Interpretar entre cuál de ellas se situó, de las catorce o quince con que llegó a contar sería ya tarea casi imposible puesto que libradas Santa María del Rey, Santa María del Val y quizá San Bartolomé, del resto no se tiene la más ligera noticia en cuanto a su antigüedad.
La elegancia de un ábside magistral
No debió de estar entre las primeras que alzaron sus torres en torno al castillo puesto que otras con nombres más sonoros se aproximaron a la fortaleza, y sus clérigos al poder. La iglesia en sí, que nació románica, no conserva de su primer periodo más que el ábside, uno de los más elegantes de la comarca. Perteneciente probablemente al siglo XII, en que lo fechó el cronista provincial Juan-Catalina García: “Las tres ventanas que se ven desde el exterior son de arco de medio punto con archivolta de cabezas de clavo esculpidas en ella como único adorno y se apoya cada arco en dos columnillas de capitel de follaje”.  Francisco Layna, dado que la iglesia fue sede no solo del Cabildo de Clérigos, sino que también lo fue de la Hermandad o Cofradía titular del templo, cifró la construcción primitiva en los últimos años de la década de 1150 o inicios de la siguiente, luego que llegase al trono Alfonso VIII, sin duda, mecenas principal de una población que a partir de su coronación llegó a situarse entre las principales de Castilla. Hasta 1446 debió de encontrarse tal y como se alzó; hasta aquel verano en el que las tropas navarras se apoderaron de la villa; las castellanas la reconquistaron y, en la batalla intermedia, desapareció una parte importante de la ciudadela medieval y con ella algunos de sus templos, La Trinidad entre ellos, de ahí que comenzase su reconstrucción, prácticamente de nuevo planta, a partir de 1537.
La sobriedad de un interior de museo
El interior de la iglesia se traza sobre una única nave, a la que con el pasar del tiempo se le añadieron algunas capillas; el baptisterio a los pies; la actual capilla llamada de las Santas Espinas y, como más significativa, la de los Ortega, en el lado del Evangelio; acompañadas por el retablo o altar de Inocencio III. Al lado de la Epístola se abrió, en 1767, otra de las joyas de la Trinidad, la capilla barroca dela Inmaculada Concepción, obra significativa del arte atencino, debiéndose a retablistas y orfebres naturales o afincados aquí; la cantería a Francisco Yagüe, y la talla de madera a Lorenzo Forcada, originario de Burgo de Osma, y José de la Fuente; mientras que el dorado lo llevaría a cabo José Martínez, destacando como pieza central la imagen de la Purísima Concepción, obra de Luis Salvador Carmona, sobrino del autor del Cristo del Perdón. También destaca en este lado el altar o retablo dedicado al Sagrado Corazón, con una obra del escultor valenciano Vicente Tena, siendo el retablo, como su parejo de Inocencio III, obras del atencino Diego de Madrigal, tal vez, el artífice con más obra dentro y fuera de la villa.
La Capilla Mayor
Si la totalidad de la iglesia forma un conjunto digno de admiración, no lo es menos el retablo que ocupa la capilla mayor. Distinto a cuantos podemos observar en el resto de iglesias de Atienza: “En realidad se trata de dos altares constituidos uno por el retablo propiamente dicho que recubre interiormente el ábside y otro por el gran tabernáculo exento puesto delante de aquel muchos años después, bastante separado, a fin de dejar un paso intermedio, y para lo cual fue precisa una amplia reforma del retablo cuyo papel se redujo a servir de majestuoso fondo a este verdadero altar, constituido por dos cuerpos superpuestos, sirviendo el inferior para exponer el Santísimo y el superior para alojar un grupo escultórico en madera policromada que representa a la Trinidad; este altar es de notables proporciones, elegante y aun cuando muestra resabios barrocos, acusa la reacción neoclásica contra los floripondios decorativos, pudiendo fecharse entre 1750 y 1760”. Nos dejará escrito Layna Serrano.
    En la obra trabajaron algunos de los más notables artífices del obispado, entre los que no faltaron el seguntino Diego del Castillo o los afamados doradores Joseph de Sancho y Domingo García; siendo lo principal de la pintura obra de Matías de Torres, a excepción de Salomón y la Reina de Saba, y el Juicio de Salomón, que son obras de Guillermo del Rincón.
La Capilla de los Ortega
Si la de la Inmaculada representa la elegancia, la capilla de Los Ortega lo hace de la sobriedad. En 1582, según la inscripción, se abrió esta capilla, siendo la familia que le da nombre sus últimos poseedores ya avanzado el siglo XVIII, puesto que fue fundada, conforme a la inscripción del arco de entrada por “los señores Juan de Riberos contino de la Casa Real y Doña Ana de Billafaña de León su muger ha honra y gloria de Dios, año de 1582”. Su entrada se hace desde el crucero, manteniendo la portada la misma composición que la de la Piedad de Guadalajara, de Alonso de Covarrubias, con la diferencia de que se ha suprimido la decoración y cobran una mayor importancia los elementos arquitectónicos, perfilándose la configuración de un arco de triunfo.
    El ornamento principal se centra en el retablo, sin duda obra de Lorenzo Forcada y José de la Fuente, así como en las pinturas que lo acompañan, representando escenas de la Sagrada Familia, por lo que igualmente con este nombre, de la Sagrada Familia, fue conocida la capilla, reconstruida o al menos decorada por los Ortega, alejándose de alguna manera de la línea del renacimiento. Destacando la cúpula, en la que se nos da cuenta de que fueron José Ortega de Castro, a la sazón alguacil mayor de la villa, y su mujer Ana Arias de Saavedra, hermana de Juan José Arias de Saavedra, tutor de Gaspar de Jovellanos, quienes corrieron con los gastos de ornamentación; y entre cuyos muros yacen sepultados.
Capilla de las Santas Espinas y del Cristo de los Cuatro Clavos
Es quizá el Cristo de los Cuatro Clavos, en la actualidad en el Baptisterio, una de las imágenes más significativas que pueden admirarse en la iglesia, con un origen desconocido que no obstante nos hace recordar a la antigua Cofradía de Arrieros, ya que sus constituciones u ordenanzas primitivas, transcritas a finales del siglo XII o comienzos del XIII, están ornamentadas con un Cristo de semejantes características y que a lo largo del tiempo se encontró en la capilla que se denominó con ese nombre, frente a la puerta de acceso, si bien y durante algún tiempo fue sacado de esta para ornamentar la de los Ortega, o al menos en ella se encontraba hasta el primer cuarto del siglo XX en que fue trasladado a la que dio nombre. En cuanto al retablo, conocemos que, en 1728, se abonó cierta cantidad a Francisco Gonzalo y Francisco del Castillo, por cuenta del retablo que se ha de hacer para el Santo Cristo en sustitución del viejo, que lo compró Ntra. Sra. Del Val. 
   En él se muestra la reliquia, perteneciente en su día al convento de San Francisco, de las espinas de la Corona de Cristo.
    A los pies de la iglesia, dominando la nave, el Cristo del Perdón de Salvador Carmona, como complemento a una iglesia sorprendente de esta tierra.