La Isabela

30/10/2022 - 12:37 José Serrano Belinchón

Queda constancia de que en el año 1512, tres siglos antes de levantare el balneario, ya acudían enfermos a buscar remedio para sus dolencias.

Una tarde de invierno del año noventa y seis, pregunté  a un campesino de Sacedón, si llegó a conocer el balneario de La Isabela antes de que lo cubrieran las aguas. Aquí le llamábamos los Baños -me respondió-, antes había sido un palacio real.

            El pequeño Versalles   fue  levantado por orden y capricho de la reina doña Isabel de Braganza. Se comenzó a construir, según los reales gustos de la época, en 1817, y fue declarado Real Sitio, una vez concluidas las obras, en 1896, con el nombre de La Isabela en recuerdo de la reina, segunda esposa de Fernando VII.

            Como datos de interés que puedan ilustrarnos al respecto, puede asegurarse que contaba con veintisiete manzanas de casas y unas cincuenta viviendas; con un edificio destacado como cuartel para los guardias de Corps, además de otros servicios de posada, tienda, carnicería, horno de cocer, escuelas de niños y de niñas en diferentes edificios, y una iglesia dedicada a san Antonio de Padua. Todo a lo largo de dos calles geométricamente rectas, dos plazas y una extensa huerta cercada de verja. La Casa Real, el más noble de sus edificios, tenía trece balcones y doce ventanas, solo en la fachada que daba a los jardines. Las dos fuentes principales estaban dedicadas al rey Fernando VII y a la reina Isabel II, su heredera en el trono. El paseo principal estaba así mismo dedicado a la reina Isabel II.

            La Casa de Baños quedaba a unos ciento cincuenta metros de distancia de la residencia, cerca del cauce del río. Contó con treinta y una habitaciones para bañistas y residentes. Los efectos curativos de sus aguas se extendían a dolencias muy dispares. 

Queda constancia de que en el año 1512, tres siglos antes de levantare el balneario, ya acudían enfermos a buscar remedio para sus dolencias, y entre ellos don Gonzalo de Córdoba, el Gran Capitán. Las aguas podían tomarse bebidas o en baño. Un ciego de Huete  compuso y vendía impreso para los residentes un romance curiosísimo, del que llamaba la atención la primera de las seguidillas, que decía así:

 

Si el corazón herido tienes

morena,vete a beber las aguas

de La Isabela; No tengas miedo,

que en sus benditas aguas tendrás consuelo.