La mocedad de Trillo levanta la “maya”

03/05/2011 - 11:44 Redacción

La mocedad trillana plantó en la Plaza Mayor un chopo podado y pelado de algo más de diez metros de altura en la tarde noche del último día de abril. Bien conducidas por la veteranía de algunos mayores, las energías de los jóvenes lograron enderezar la “maya”, que así se llama en Trillo, hasta dejarla erguida en el mitad de la Plaza, entre la Iglesia y el Ayuntamiento. Allí permanecerá, como es costumbre, hasta el próximo día 31.
La banda sonora de la última tarde de abril la pusieron la rondalla, los cánticos y las jotas. Como no podía ser de otra manera, sonó el cantar “tu boca risueña y amorosa, el habla confuso me tienen, niña tus palabras” y también, cómo no, los “mayos a la Virgen del Campo”. Ambas coplas son reminiscencias de la gran celebración de la fiesta de la primavera en la que se convertía la villa de Trillo al llegar el mes de las flores, la ronda de los mayos.
A finales de abril, a la fogosidad típica de la juventud se unía la intuición del verano, ya casi incipiente, y con ella una buena ocasión demostrar el cariño por esa chica del que buena cuenta tenía la almohada de cada uno. Los mozos ya le tenían echado el ojo a un palo, derecho como una vela, y bien grande que iban a cortar, pelar y poner pino última noche de abril, en el día de los mayos.
Talado el palo con el hacha, a hombros, los mozos lo subían a la Plaza ante la admiración de los vecinos que atónitos exclamaban, “¡ese lo no enderezan este año!”. Desafiados por la incredulidad, los chicos cavaban un pozo en el medio de la Plaza, y a pulso y a fuerza, levantaban el mayo, tan sólo con un mostacho primaveral en la capucha.
Cuando el mayo, más alto que el campanario de la Iglesia según recuerdan algunos, estaba en su sitio, los mancebos que querían entrar en mayos, se juntaban en la Plaza. Lo primero que había que hacer era acudir a casa del alcalde a pedir permiso para la fiesta. Ya con el beneplácito del regidor, la comitiva se llegaba a la Iglesia. En la puerta, y delante de todo el pueblo, acompañados por la rondalla, los mozos cantaban los mayos a la Virgen.  
Comenzaba luego el periplo por el pueblo. Los que habían entrado en mayos, acompañados por los músicos de la rondalla que se dividían el pueblo por distritos y llenos de nervios, daban traspiés hasta la puerta de su “maya”. Bonita forma de invitar a salir, y de, a pecho descubierto, reconocer que había algo con esa moza que a uno no le dejaba parar. Si Cupido había hecho bien el trabajo, la maya se dejaba ver, sonrojada y vergonzosa un momento en el balcón o detrás de la puerta. Pero había que estar atento, porque muchas veces llovía un cubo de agua o la moza despreciaba al mayo de turno.