La poesía de Suárez de Puga (y II)

29/10/2017 - 10:38 Ciriaco Morón

“El Don Juan Tenorio de Zorilla cae en todo tipo de delito, desde el crimen al sacrilegio, pero cuando se acuerda de doña Inés se refina “.

El estudio de las Humanidades ha sido siempre cuestionado, por lo difícil de acotar el concepto mismo (abarcan desde las sinfonías de Beethoven hasta el catálogo de un archivo) y por su aparente inutilidad. La poesía de Suárez de Puga me llevó a preguntar en un artículo anterior: ¿Qué grado de educación, refinamiento personal y anhelo de perfección puede darnos la gran poesía con la exigencia de lectura lenta y goce en el castellano más original y elegante? De nuevo, para ser preciso citaré otro soneto del libro Cancionero de lugares y compañías (2014):

Llegué a Sigüenza en primavera un día, cuando sus flechas a clavar jugaba ese niño desnudo que pintaba alado y ciego la mitología.
En la alameda, de su puntería
víctima fue mi corazón; pasaba
creyendo aquella tarde que ganaba una batalla de melancolía.
Luego que el dardo del divino griego mi corazón hiriera, ajeno al ruego de que me alzase con sus alas puras, se acercó indiferente a mis despojos y con la venda de sus propios ojos dejó los míos para siempre a oscuras.

    El poema es el primero de una serie de 25 titulados “Sonetos a Sigüenza”. Ya el título responde al del libro: Lugares y compañías. Los versos narran la historia de un enamoramiento sentido en la Alameda de la ciudad episcopal. Fue una tarde de primavera, de luz radiante, agua y rosales: belleza poética. En ese paisaje acecha con su dardo Cupido, el niño desnudo y ciego que pintaba la mitología latina. El enamoramiento está expresado con la metáfora del flechazo súbito cuando el poeta iba contento, libre de toda angustia. Pero herido por el dardo del amor a una hermosura repentinamente aparecida—en el siglo de oro casi todos los enamoramientos son súbitos—el poeta pide ser elevado en las alas puras del dios. El niño caprichoso no tiene misericordia “y con la venda de sus propios ojos/ dejó los míos para siempre a oscuras”. Los acentos y el ritmo de los tercetos crean ese castellano magistral y gozoso de que hablo al principio. Además, el contraste entre el deseo de elevación y los despojos del caído erigen la escala entre el cielo y la tierra de que hablaba Heidegger: “La poesía traza una escala entre la tierra y el cielo, los mortales y los dioses. En este caso, se realiza el ideal de Heidegger, ya que se trata de mitología politeísta. Como experiencia humana, el poeta enamorado le pide a Cupido que le alce con sus alas puras. El Don Juan Tenorio de Zorrilla cae en todo tipo de delito, desde el crimen al sacrilegio, pero cuando se acuerda de doña Inés, a la que ama de verdad, se refina y purifica, hasta el punto de que el amor le salva del infierno. Y es que el amor, que si es amor es siempre verdadero y veraz, es lo más lejano del machismo y el abuso. El amor es presencia de la persona amada, diálogo con ella, entrega y elevación. Como sabemos, Calisto en La Celestina enaltece a Melibea hasta el punto de llamarla su dios. El amor es foco de luz, aunque también puede cegarnos, cuando nos vemos rechazados. Por la razón que fuera, el alma del poeta quedó a oscuras “para siempre” en Sigüenza una luminosa tarde primaveral. En este caso, cabe recordar los versos de Machado: “Brinda, poeta, un canto de frontera/ a la muerte, al silencio y al olvido”. Quien lea el libro de Suárez de Puga gozará glosas como la genial del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz; evocaciones del arcipreste de Hita y de León Felipe. Y en todo momento, verá en los lugares y compañías una poesía universal, estímulo de la mejor educación.