La purga de Mateo

15/09/2018 - 17:28 Emilio Fernández Galiano

Las purgas no han traído nada bueno ni para los purgados ni para los purgadores, aunque el tiempo en algunos casos tardará en poner a cada uno en su sitio.

Dicen que Catalina de Medici, en la Florencia del Renacimiento, temerosa por el devenir de los acontecimientos y un más que probable fin de su dinastía, dispuso que instalaran en las paredes de su palacio virtuosos conductos para poder escuchar lo que en cada sala se hablaba. Tipo Villarejo. Dicen también que antes de que acabara la instalación, ya llegaban a sus oídos confabuladoras conversaciones… ¡la purga de Benito!

Las purgas, al margen de remedios fisiológicos, no han traído nada bueno ni para los purgados ni, desde luego, para los purgadores, aunque el tiempo en algunos casos tardara en poner a cada uno en su sitio. La conocida por Gran Purga de Stalin, persiguiendo y sacrificando para su consolidación a muchos miembros del propio partido comunista, dibuja sin esfuerzo de interpretación la inseguridad del dictador y los miedos productos de sus complejos. Toda purga conlleva una injusta pulverización de cargos o personas provocada por el temor, la inseguridad, los trastornos o la falta de liderazgo del purgador.

Hay muchas purgas históricas a las que podríamos remitirnos, todas generadas por regímenes totalitarios o gobiernos recién estrenados, utilizándolas como represión en unos casos o garantía de silencio en otros.

Tras la llegada al gobierno de Pedro Sánchez después de una insólita moción de censura, se dispuso y puso en marcha un cambio severo en el principal medio de comunicación del Estado, nuestra RTVE. Digo bien, la nuestra, porque en teoría es de todos. Sólo el que domina la propaganda como medio manipulador de pensamiento, es consciente de que la tele y la radio pública pueden ser determinantes si son controlados oportunamente. Eso la izquierda lo entiende mucho mejor que la derecha, aún a costa de dejarse no pocas dignidades. Muchos periódicos privados –ahí los intereses son distintos- han denominado los recientes cambios y ceses en auténtica purga, así enunciada, sin ambages: “La purga de RTVE”.

Recuerdo con inocencia, la misma que la de sus protagonistas, cómo el primer gobierno de UCD después de las primeras elecciones democráticas de la Transición,  relanzó como responsable de los Telediarios y posteriormente como director de RNE a Eduardo Sotillos, un indisimulado socialista que a la postre sería portavoz del primer gobierno socialista de Felipe González. Bien es verdad que esa época, ingenua y sincera, nunca volverá, pero tengo para mí que la tolerancia del centro derecha en estas prácticas, nunca ha sido correspondida por el PSOE que, al contrario, ha  ejercido con desdén y contundencia  su dominio desde el poder. 

El lánguido rostro de Rosa María Mateo, lejos de respetar su condición de provisionalidad de un gobierno provisional, oculta la voracidad con la que han esquilmado de profesionales dignos a la mayor parte de la plantilla del ente público. Muchos, incluso, venían de la época de Zapatero, para mayor perplejo. Algunos, literalmente despedidos, en paro después de brillantísimas trayectorias, otros, degradados a tareas absolutamente ajenas a su especialidad, de ahí la humillante degradación, y otros tantos, cesados de sus funciones a la espera de destino. 

No ha habido contemplaciones ni, por supuesto, explicaciones. Sólo ha faltado el motorista con el sobre del cese inmediato, con remite de El Pardo. O el Valle de los Caídos. Pero eso ahora no debe ser noticia, porque el motorista viene del Palacio de la Moncloa, con firma de Rosa María Mateo. Tal vez le pasa lo que a Catalina de Medici, le quedan tres telediarios.