La tarde se ha puesto triste


Las Ligas de la Bondad españolas contaban con una misión principal: Hacer el voto, y practicarlo, de tratar con benevolencia a todo ser viviente.

 La poesía y la música tienen la facultad de hacer tangible una variada gama de sentimientos que los seres humanos experimentamos, pero que no siempre sabemos expresar con la profundidad que nos gustaría. En estos días, el cantautor cubano Pedro Luis Ferrer, con su bella canción «La tarde se ha puesto triste», me ha brindado la oportunidad de canalizar el dolor por la desaparición de alguien muy especial: el perro Thor.

Siete años atrás, llegaron a La Camada una pareja de mastines sumidos en el desconcierto provocado por un cruel abandono. Se trataba de Thor y León, dos invisibles y no precisamente por su tamaño, sino porque los perros grandes tienen una difícil salida hacia la adopción. Hace nueve meses, quise compartir con ustedes la inesperada muerte de León y ahora que Thor se ha marchado, con su permiso, querría hacer lo mismo.

Soy consciente de que hay gente que considera que el cariño hacia los animales y, en general, el respeto a nuestro planeta es desmesurado; sin embargo, las consecuencias de maltratar a Gaia y sus criaturas (incluidos los animales humanos) son alarmantes: crisis climática, guerras, desigualdades, contaminación, etc. Estoy convencida de que, aunque haya a quien le parezca un oxímoron, el bienestar animal es un indicador de la propia humanidad.

Sean animales de compañía, para alimento, de vida salvaje… merecen vivir en unas condiciones dignas y, en su caso, ser sacrificados con piedad. No comparto en absoluto esa creencia de que los animales son objetos indolentes al servicio de los caprichos humanos, como tampoco la de que las riquezas de la Tierra existen para las actividades extractivas que atentan contra la naturaleza y contra las comunidades donde se desarrollan.

Thor.

No estoy hablando de posiciones postmodernas y relativistas; más bien todo lo contrario. Enlazados con el legado de corrientes ilustradas, encontramos referentes como el de 1924, cuando en Barcelona se creó la Federación Ibérica de Sociedades de Protectoras de Animales y Plantas, que un año más tarde abrió una nueva sede en Madrid. En esta asociación colaboraron personajes como Concha Espina, la célebre escritora, y mi muy querida la pedagoga feminista María de Maeztu.

    Entre los objetivos que se había marcado la entidad, uno me gusta especialmente: «organizar legiones juveniles y ligas de la bondad entre los niños para que ellos mismos se encarguen de proteger a los animales, a desarrollar la plantación de árboles y cumplir con la obligación de ayudarse entre sí». No me digan que no es una declaración de intenciones maravillosa.

     Las Ligas de la Bondad se inspiraron en las Bands of Mercy (Bandas de la Misericordia), que fueron desarrolladas por la organización filantrópica American Human Education Society nada menos que en 1889. Cuando estos grupos de acción llegaron a España, ya existían ciento cuarenta y tres mil agrupaciones escolares en el resto del mundo, con más de cuatro millones de chicas y chicos participando en las mismas.

Las Ligas de la Bondad españolas contaban con una misión principal: «hacer el voto, y practicarlo, de tratar con benevolencia a todo ser viviente». Además, como ya hemos apuntado, en esta causa estaban implicadas muchas mujeres y feministas, tendiendo así un puente entre la defensa de los derechos de las mujeres y la compasión por todos los seres vivos.

Volviendo a Thor, mi pareja y yo tuvimos la inmensa suerte de ser su padrino y madrina, obsequiándonos momentos inolvidables que por desgracia ya no volverán a producirse. Ojalá a lo largo de estos años Thor y León hubieran encontrado una familia que les proporcionara los cuidados que solo en un hogar se reciben; digo cuidados y nada más porque amor tuvieron a raudales no solo por nuestra parte, sino también el procedente de las personas voluntarias y trabajadoras del albergue, de otras madrinas y padrinos e, incluso, de gente con la solíamos coincidir en los paseos.

Y aquí concluimos estas lacónicas notas sobre el bienestar animal y los antecedentes de las protectoras de animales y plantas. En el plano más personal, retomo las palabras de Ferrer: «Un pajarillo voló, llevándose en vuelo eterno lo más dulce, lo más tierno que el campo me regaló». Para Quique, para Elisa, para Loli, para Alicia, para Begoña, para Gloria, para Carmen, para la perrilla Isabel y, como no puedo nombrar a todo el mundo, para todas las personas que quisieron a Thor, las tardes se han puesto tristes desde que se fue. Vuela alto, amigo.