La toga


No está en la Constitución el chalaneo de cambiarte un magistrado del Tribunal Constitucional por dos vocales del Consejo del Poder Judicial.

Empieza a ser una costumbre, una mala costumbre, que los asuntos que tienen que ver con las togas hagan más ruido en los medios que en la Academia o en el Foro. La toga es un símbolo, la expresión de la autoridad y dignidad del que la viste, de su conocimiento y esfuerzo por la colaboración en la impartición de la justicia. Desde la Ley provisional sobre organización del Poder Judicial, de 1870, es obligatoria en jueces y magistrados, fiscales y secretarios (ahora letrados), abogados y, más adelante, procuradores. Y así hasta ahora, que ha tenido que venir el virus con la dispensa. 

En Roma hasta seis tipos de toga cubrieron a hombres y mujeres como vestimenta habitual o formal, según las modas de cada época, con peculiaridades por la cualidad del que la vestía. Así, por ejemplo, vestir la toga cándida por un aspirante a un cargo público, da origen al nombre de candidato. La toga praetexta era la vestida por los magistrados, una toga que lucía en sus bordes el color púrpura, asociado siempre al poder y la majestad. Al fin y al cabo, majestad y magistrado comparten con maestro la etimología magis, grande.

Como si se tratara de un ingenioso juego de palabras con el que la historia nos entretiene, la toga praetexta vuelve a estar de moda en España, porque a cuenta o pretexto de quién se viste la toga púrpura del Poder Judicial, tenemos otra vez lio y hasta escándalo. En la corrala del telediario vemos un ir y venir de dimes y diretes, de requiebros y desamores. Es como “echarlo a pies” para seleccionar a tu propio equipo, pero de jueces. Y digo echarlo a pies porque nadie parece querer echar cabeza.

No está en la Constitución el chalaneo de cambiarte un magistrado del Tribunal Constitucional por dos vocales del Consejo del Poder Judicial. No está ni en el espíritu ni en la letra de la Carta Magna ni de nuestros constituyentes, que intentaron preservar la independencia que se garantiza mejor a través de la separación de poderes. Aunque fue Guerra el que proclamó la muerte de Montesquieu, parece que ahora estos muchachos que nos (des)gobiernan quieren enterrarlo en el foso más profundo.

La mujer del César debe estar hecha una Mesalina, porque ni lo es ni lo parece… honesta, digo. Una Fiscal General que antes fue Ministra de Justicia y proclamadora del éxito seguro de los negocios en los que intervinieran las competidoras de la famosa emperatriz; un vicepresidente del gobierno que ataca a los jueces que le investigan con el mismo ardor que a los que condenan a sediciosos y absuelven por falta de pruebas a los adversarios políticos. ¿O quizá son enemigos? Un presidente del gobierno que se “chiva” de que la oposición ya no “le ajunta” y no quiere participar en el cambio de cromos.

Y mientras tanto los jueces, gracias a Dios, a lo suyo. A su tribunal y a su juzgado, a su toga y a sus diligencias, autos y sentencias, a servir al Estado desde una de más las altas magistraturas, que no está en Consejos sino en sus Salas, en sus despachos, en sus conciencias.