La vida y la muerte están de rebajas
Sería bueno que asumiéramos todos, desde las alturas a las bajuras, nuestras responsabilidades y actuáramos en consecuencia. Los profesionales sanitarios se juegan su vida”
Morir se ha puesto últimamente muy fácil y no lo digo por la “ley de eutanasia” que viene a echar más leña al fuego, sino por la cantidad de muertes que ha causado y sigue causando el Covid-19. Se diría que la vida está de rebajas y cualquiera puede tener acceso a la muerte. Antes la gente moría cuando le llegaba la hora, generalmente por enfermedad o agotamiento de la vida hasta que llegó el coronavirus que, como las guerras, tragedias humanas y catástrofes naturales, ha alterado la ley de morir a su debido tiempo.
El Covid-19 ha pasado como un ángel exterminador por residencias de mayores, hospitales y domicilios particulares torturando a miles de personas y arrebatando la vida a muchas sin tiempo ni espacio para que sus seres queridos pudieran despedirse de ellas y aliviar su sufrimiento con la presencia y el cariño. Los adioses que no se dieron han dejado un poso de dolor irreparable en el corazón de los familiares que perdieron en estas circunstancias a sus seres queridos, dolor que no se calma utilizando las estadísticas de muertos como arma arrojadiza de unos contra otros, ni poniendo placas mortuorias en las plazas públicas sino con sentida condolencia y efectiva solidaridad con las familias. La mejor reparación por el sufrimiento causado por el Covid-19 a las víctimas, a las familias y a la sociedad sería que todos -gobernantes, políticos, economistas y ciudadanos- lucháramos juntos, poniendo cada uno lo que esté en su mano, para derrotar al enemigo público numero uno que tanto daño está haciendo. La división da armas al enemigo.
El coronavirus llegó para quedarse y cuando nos dimos cuenta de lo que teníamos encima, desconcertados y con el miedo en el cuerpo, empezamos a echarnos las culpas unos a otros de lo que estaba pasando y en esas estamos. Sería bueno que asumiéramos todos, desde las alturas a las bajuras, nuestras responsabilidades y actuáramos en consecuencia. Entre tantas irresponsabilidades, que haberlas haylas, los profesionales sanitarios se juegan su vida para salvar las vidas de otros.
La pandemia ha puesto en tela juicios falsas certezas y seguridades sobre las que habíamos cimentado nuestras vidas. De pronto, descubrimos que todos, sin excepción, somos vulnerables y mortales, mucho más de lo que nos habían contado y creíamos, y que a la hora de la verdad todos vamos en el mismo barco, incluso los que tienen el yate aparcado en el puerto olímpico. La pandemia ha cuestionado radicalmente nuestra manera de ser y de vivir. Quizá este sea uno de los efectos positivos de la pandemia. Ahora está por ver si estamos dispuestos a cambiar. (Yo tengo mis dudas).
El Covid-19 nos ha confrontado con la muerte que las “sociedades del bienestar” tratan de ocultar para no amargar la existencia al público. A lo sumo morían los pobres, los ancianos y alguna persona que casualmente pasaba por allí.
En estos días de Todos los Santos y Todos los Difuntos, en los que tradicionalmente se visitan los cementerios para depositar sobre las tumbas de los seres queridos ramos de flores salpicados de recuerdos y oraciones, no olvidemos que descansan en paz y están felizmente en la Casa del Padre Dios. Nosotros no los olvidamos pero ellos tampoco nos olvidan a nosotros.