Las danzas de la Octava del Corpus, tradición imprescindible con temperaturas extremas
Los ocho danzantes y la botarga desplegaron todo su buen hacer en una de las fiestas más atractivas de la provincia.
Ni en la Serranía de Guadalajara se libraron este domingo de la ola de calor que golpea a toda Europa. Sin embargo, pese a los más de 30 grados de temperatura, la celebración de la Octava del Corpus volvió a convertir Valverde de los Arroyos en un lugar único. Porque esta suma de tradición y folclore demostró estar más viva que nunca. No importa que los danzantes se vayan despidiendo de esta magnífica labor. Porque hay cantera para largo. Ayer, de hecho, un padre cedió el testigo a su hijo, en un hermoso gesto que fue muy aplaudido por los presentes.
Comenzando por el principio, esta fiesta de Interés Turístico Regional desde 1980, arrancó oficialmente al mediodía, aunque desde mucho antes, los danzantes se fueron preparando con la colocación de sus vistosos trajes y sus atrayentes canastillos dubiertos flores y espejos. Pantalón blanco, con bordes adornados de puntillas y bordados; el sayolín, una falda bordada hasta las rodillas, y sobre este y a la cintura un gran pañuelo negro, especie de mantón de manila. Sobre el blanco de la camisa, los pañuelos largos, de colores y anudados al cuello. El resto del cuerpo lo cubren con cintas, adornos de pasamanería y las alpargatas.
Era a las 12.00 cuando estaba previsto el inicio de la misa en la iglesia parroquial, aunque la eucaristía hubo de retrasarse unos 20 minutos hasta que llegaron dos párrocos. Entonces comenzó un largo oficio que concluyó hacia las 13.00 horas, cuando comenzó la procesión con la Custodia hasta las eras, a las afueras del pueblo. Allí, los danzantes y la botarga, ocho en total, rompieron el hielo con la puesta en escena de la primera danza, la conocida como la de la cruz. Este año, no obstante, se sumó el danzante que se jubilaba, por lo que en algunos momentos fueron nueve miembros.
Tras estos primeros bailes, la comitiva realizó el regreso hasta la plaza del pueblo, donde tuvieron lugar las vistosas danzas con palos y cintas, siempre aderezadas por la música de un acompañante, el pitero, especie de gaitero tamborilero. Entre esos bailes no faltaron el Verde, el Cordón, los Molinos y la Serrucha, danzas de paloteo y de cintas, que giran en torno al palo que sostiene la botarga, que actúa como guía de danza y sobre el que se trenzan ocho cintas de diferentes colores.