Las mascaritas sembraron fertilidad en Almiruete
01/10/2010 - 09:45

Por: DIANA PIZARRO
FIESTAS DE CARNAVAL
El misterio volvió a reinar ayer en el Carnaval de Almiruete de manos de las mascaritas y los botargas, quienes implicaron a vecinos y forasteros en esta Fiesta de Interés Turístico Provincial. La distinción y elegancia de las mozas enmascaradas contrastaba con la rudeza de formas de los botargas, quienes no cesaron de incordiar a los asistentes a la fiesta. A pesar del intenso frío de la tarde, sobre todo cuando el sol desapareció, el ambiente estuvo caldeado tanto por las travesuras de los botargas como por el botillo que intentaron robar los vecinos más avispados. Esta pintoresca fiesta de Carnaval cumplió ayer la 26 edición desde su recuperación.
Tras superar el primer cuarto de siglo de vida después de su recuperación, las tradicionales botargas y mascaritas de Almiruete volvieron ayer a concentrar el foco de atención del Carnaval de la provincia. Cuando cumplen la 26 edición de su segunda etapa, los vecinos responsables de que esta fiesta tradicional ostente la condición de Interés Turístico Provincial, desplegaron todo su arsenal carnavalesco, haciendo frente al intenso frío que se vivió desde primera hora de la mañana. No obstante, con los estómagos ya llenos, los botargas fueron los primeros en aparecer bajando desde los cerros del pueblo, destacando por la originalidad de sus máscaras, que según recuerdan los mayores el lugar, representan motivos campestres y pastoriles.
Pasaban las 16.00 horas cuando, tras el obligado toque de cuerno, descendieron acompañados por el estridente sonar de sus cencerros. Éste fue, sin duda, el momento más esperado por vecinos y forasteros que se apostaron en lugares estratégicos para divisar el que es, sin duda, el verdadero inicio de las fiestas de Don Carnal.
Sin retirarse ni un instante las caretas, lo que les impedía ser reconocidos por parte de sus propios vecinos, los numerosos botargas llegaron al pueblo dispuestos a formar un desfile que fue recorrido por decenas de personas, muchas de las cuales tuvieron que hacer frente a los intentos de los enmascarados de provocarles el susto de sus vidas. Tras lucirse y amedrentar sobre todo a los más pequeños en los alrededores de la plaza Mayor, los botargas procedieron a la tradicional recogida de las elegantes mascaritas, uno de los momentos más especiales de esta fiesta pagana, ya que solamente los botargas conocían la ubicación de la casa donde esperaban las misteriosas mujeres enmascaradas. La distinción a la hora de caminar de las mozas del pueblo que se escondían bajo los atuendos carnavalescos, contrastaba con la rudeza de formas y falta de delicadeza de los botargas, quienes no cesaron en ningún momento de incordiar, en el mejor sentido, a los vecinos. Cogidos de la mano, las parejas disfrutaron aún más del paseo, en el que volvieron a demostrar por qué esta fiesta aspira al reconocimiento regional.
Participación de los vecinos
En la última vuelta, las mascaritas entraron en acción y recogieron confetti, mientras que sus compañeros de viaje optaron, como es tradicional, por los juncos con pelusa. Provistos de estas armas, procedieron a lanzarlas sobre los asistentes, lo que se supone como un símbolo de fertilidad que, no obstante, no entendieron todos.
Tras esta particular guerra, aunque con un fin noble, llegó el momento más esperado de la jornada, cuando las mascaritas y los botargas se prepararon para retirar las máscaras y dejar a la vista de todos el rostro de los que habían hecho pasar un buen rato, o malo, según por donde se mire, a los vecinos. Aunque en algún momento parecía que el proceso de cambio estaba guiado por la improvisación, todo formaba parte de un plan organizado. Los botargas se cambiaron el gorro blanco por el sombrero negro, para posteriormente ofrecer el botillo de vino a los visitantes. En este momento, algunos de los vecinos intentaron robar el botillo, aunque los que eran pillados por los botargas se vieron obligados a invitar a los apresores por el clamor popular. De esta manera, los mozos y las mozas del pueblo culminaron un intenso año de trabajo durante el cual elaboran, entre otras cosas, las máscaras, que ya no volverán a utilizarse en los Carnavales venideros.
Más allá de los botargas y las mascaritas, los que aprovecharon para pasar la tarde en Almiruete pudieron disfrutar con otros personajes que llenaron de misterio profano esta fiesta de Carnaval. Fueron la vaquilla y el oso con su domador, quienes aparecieron en el momento del baile. Para finalizar la jornada, y como manda la tradición, las parejas protagonistas cenaron en una casa presuntamente secreta con el somarro que pidieron a los vecinos del pueblo, cerrando así una nueva edición de misterio carnavalesco en Almiruete.
Pasaban las 16.00 horas cuando, tras el obligado toque de cuerno, descendieron acompañados por el estridente sonar de sus cencerros. Éste fue, sin duda, el momento más esperado por vecinos y forasteros que se apostaron en lugares estratégicos para divisar el que es, sin duda, el verdadero inicio de las fiestas de Don Carnal.
Sin retirarse ni un instante las caretas, lo que les impedía ser reconocidos por parte de sus propios vecinos, los numerosos botargas llegaron al pueblo dispuestos a formar un desfile que fue recorrido por decenas de personas, muchas de las cuales tuvieron que hacer frente a los intentos de los enmascarados de provocarles el susto de sus vidas. Tras lucirse y amedrentar sobre todo a los más pequeños en los alrededores de la plaza Mayor, los botargas procedieron a la tradicional recogida de las elegantes mascaritas, uno de los momentos más especiales de esta fiesta pagana, ya que solamente los botargas conocían la ubicación de la casa donde esperaban las misteriosas mujeres enmascaradas. La distinción a la hora de caminar de las mozas del pueblo que se escondían bajo los atuendos carnavalescos, contrastaba con la rudeza de formas y falta de delicadeza de los botargas, quienes no cesaron en ningún momento de incordiar, en el mejor sentido, a los vecinos. Cogidos de la mano, las parejas disfrutaron aún más del paseo, en el que volvieron a demostrar por qué esta fiesta aspira al reconocimiento regional.
Participación de los vecinos
En la última vuelta, las mascaritas entraron en acción y recogieron confetti, mientras que sus compañeros de viaje optaron, como es tradicional, por los juncos con pelusa. Provistos de estas armas, procedieron a lanzarlas sobre los asistentes, lo que se supone como un símbolo de fertilidad que, no obstante, no entendieron todos.
Tras esta particular guerra, aunque con un fin noble, llegó el momento más esperado de la jornada, cuando las mascaritas y los botargas se prepararon para retirar las máscaras y dejar a la vista de todos el rostro de los que habían hecho pasar un buen rato, o malo, según por donde se mire, a los vecinos. Aunque en algún momento parecía que el proceso de cambio estaba guiado por la improvisación, todo formaba parte de un plan organizado. Los botargas se cambiaron el gorro blanco por el sombrero negro, para posteriormente ofrecer el botillo de vino a los visitantes. En este momento, algunos de los vecinos intentaron robar el botillo, aunque los que eran pillados por los botargas se vieron obligados a invitar a los apresores por el clamor popular. De esta manera, los mozos y las mozas del pueblo culminaron un intenso año de trabajo durante el cual elaboran, entre otras cosas, las máscaras, que ya no volverán a utilizarse en los Carnavales venideros.
Más allá de los botargas y las mascaritas, los que aprovecharon para pasar la tarde en Almiruete pudieron disfrutar con otros personajes que llenaron de misterio profano esta fiesta de Carnaval. Fueron la vaquilla y el oso con su domador, quienes aparecieron en el momento del baile. Para finalizar la jornada, y como manda la tradición, las parejas protagonistas cenaron en una casa presuntamente secreta con el somarro que pidieron a los vecinos del pueblo, cerrando así una nueva edición de misterio carnavalesco en Almiruete.