Lo que fue de la Isabela
Queda constancia de que en el año 1512, tres siglos antes de levantarse el balneario, ya acudían enfermos a buscar remedio para sus dolencias, y entre ellos don Gonzalo de Córdoba, el Gran Capitán.
Es la segunda o tercera vez que a lo largo de los últimos cincuenta años viajo hacia el espacioso valle del Guadiela, en donde estuvo el Real Sitio, y segunda o tercera vez que me hube de conformar contemplándolas en la distancia.
El pequeño Versalles, que ahora me limito a imaginar a cierta distancia de sus despojos en tranquila tarde de la Alcarria, fue levantado por orden y capricho de la reina doña Isabel de Braganza. Se construyó según los reales gustos en 1817, y fue declarado Real Sitio una vez terminadas las obras en 1826, con el nombre de La Isabela, en memoria de la reina, segunda mujer de Fernando VII. Como datos de interés que puedan ilustrar al respecto, se puede asegurar que contaba con 27 manzanas de casas y unas 50 viviendas; un edificio destacado para los guardias de Corps, además de otros servicios, y una iglesia dedicada a San Antonio de Padua. Todo ello a lo largo de dos calles geométricamente rectas, dos plazas y una extensa huerta cercada de verja.
La Casa de Baños quedaba a unos 150 metros de distancia de la residencia, muy cerca del cauce del río. Contó con treinta y una habitaciones para bañistas y residentes. Los efectos curativos de sus aguas se extendían a dolencias tan dispares como el reuma, la gota, erupciones de la piel, efectos nerviosos, enajenación mental, epilepsia , convulsiones, hipocondría, astenias de los órganos de reproducción, asmas nerviosas, neuralgias, parálisis, cálculos, parálisis y efectos sifilísticos, oftalmias, bronquitis y catarros, por señalar tan solo los más comunes. Queda constancia de que en el año 1512, tres siglos antes de levantarse el balneario, ya acudían enfermos a buscar remedio para sus dolencias, y entre ellos don Gonzalo de Córdoba, el Gran Capitán. Las aguas podían tomarse bebidas o en baño. La gente prefería hacer uso de ella por el segundo procedimiento, debido al mal sabor que, incluso a bajas temperaturas, tienen las aguas sulfurosas.