Los comuneros de Guadalajara

09/05/2021 - 14:19 José Serrano Belinchón

La ciudad de Guadalajara se unió muy pronto a la sublevación castellana, bajo la dirección de un grupo reducido de rebeldes, disconformes con la política inicial en el gobierno del que sería el emperador Carlos I.

La sonora manifestación de protesta con que el pueblo castellano recibió las primeras acciones de gobierno del heredero de la corona, Carlos I, tras la muerte de sus abuelos, los Reyes Católicos, y el cese por agotamiento del regente, el Cardenal Cisneros, degeneró en la llamada Guerra de las Comunidades en Castilla y de las Germanías en el reino de Valencia. Salamanca, Segovia, Cuenca, Ávila, son nombres de ciudades sublevadas contra los abusos que el nuevo rey, y su corte de flamencos, impusieron a su llegada a España. La derrota de Villar (el pasado viernes se cumplieron quinientos años), y la ejecución de los primeros cabecillas castellanos: Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, marcaron el final de tan encarnizadas guerras, y acabaron por cambiar la actitud del joven rey y abrir, al lado de su pueblo, un periodo de normalidad.

La ciudad de Guadalajara se unió muy pronto a la sublevación castellana, bajo la dirección de un grupo reducido de rebeldes, disconformes con la política inicial en el gobierno del que sería el emperador Carlos I.

Consta que el día 5 de junio de 1520 se organizó un grupo de gentes, trabajadores y artesanos casi todos ellos, que mezclados entre la masa pública se dirigieron al palacio del Infantado, pidiendo al duque, don Diego de Mendoza, que se uniera a la causa antiimperial extendida por toda Castilla. Figuraban entre los dirigentes y organizadores de la manifestación, el carpintero Pedro de Coca, el albañil Diego Medina, un albardero y buñolero apodado “Gigante”, el presidente de la Audiencia Ducal don Francisco de Mendoza y Mendoza, el licenciado Juan de Urbina, el caballero Diego de Esquivel, y otros nombres distinguidos de la ciudad entre los que no faltaba el conde de Saldaña, don Iñigo López de Mendoza, heredero del poderío familiar mendocino.

Los manifestantes, descontrolados, incendiaron las viviendas de los procuradores que habían asistido por Guadalajara a las Cortes de La Coruña, donde votaron a favor del nuevo plan de obligaciones e impuestos dictados por el Emperador. El altercado tomó caracteres de brutal violencia. Para mantener el orden, don Diego de Mendoza mandó encarcelar a los cabecillas: a su hijo y heredero lo deportó a la villa de Alcocer; al presidente de su audiencia lo retiró de sus funciones, y, de los artesanos encarcelados, mandó ejecutar a la mañana siguiente a Pedro de Coca, cuyo cadáver fue expuesto, para público escarmiento en la Plaza Mayor.

Llegada días después una relativa calma, la ciudad envió a la convención comunera de Tordesillas a tres procuradores: Francisco de Medina, Juan de Urbina y Diego Esquivel, quienes después de la guerra serían considerados como los comuneros de Guadalajara y castigados con la confiscación de todos sus bienes.