Los problemas reales de una provincia


En la mirada cruzada del próximo presidente del Gobierno hacia nuestro presidente provincial que la realización captó se vio la complicidad de varios años de contacto entre uno y otro.

Estrenó Lucas Castillo su cargo de presidente provincial en una convención nacional del PP de la importancia de esta última. Y debutó con un discurso adaptado al tiempo al que debía limitarse por la magnitud del evento. Pero fue difícil condensar más contenido en menos tiempo, abordar con frases contundentes a vuelapluma, pero cargadas de profundidad, los principales problemas a los que se ve abocada nuestra provincia.

Hasta el saludo protocolario tuvo contenido. “Estimado Pablo [Casado], estimado Paco [Núñez], vosotros conocéis muy bien la provincia de Guadalajara”. Y no es un saludo baladí. En la mirada cruzada del próximo presidente del Gobierno hacia nuestro presidente provincial que la realización captó se vio la complicidad de varios años de contacto entre uno y otro. En esa mirada recordé el abrazo que Casado y Castillo se dieron en aquella mesa redonda que en la sede de la avenida de la Constitución tuvimos, organizada por el entonces presidente de Nuevas Generaciones de Guadalajara, a la que acudió a debatir con los jóvenes de Guadalajara un Pablo Casado que por aquellas fechas apenas era conocido por salir en las tertulias televisivas del prime time del sábado. El mundo ha ido haciendo justicia con cada uno de ellos y les ha ido llevando a puestos de cada vez más importancia. Pero estoy seguro de que este recuerdo que a mí me ha venido le vino también al hoy presidente del PP, aromado por el olor de la lavanda de su última visita conocida a la provincia.

En la alusión al presidente regional había también el componente político de un albaceteño como él que siente de verdad los problemas de esta provincia, la abandonada de las cinco, la que está lejos de la Mancha, la que no daba votos al PSOE y se descontaba que “allí” había que invertir poco porque no se iba a traducir en muchos votos tampoco. Eso con Paco Núñez cambiará, doy fe de ello.

Empezó su discurso Lucas Castillo con el problema que acecha al noventa por ciento de la provincia de Guadalajara: la despoblación. Casado, que es de Ávila, sabe de qué estaba hablando. Es necesario poner pie sobre pared para frenar la sangría de capital humano de una región que no goza de identitarismos supremacistas decimonónicos para vender sus votos a cambio de los frutos del cuerno de la abundancia, como aquella famosa viñeta de Mingote. Y es necesario hacerlo desde un punto de vista sensato, sin ideas de bombero que sean pan para hoy y hambre para mañana, y cercano, la cercanía que dos líderes como Casado y Castillo sienten hacia estas tierras de polvo, sudor y hierro.

Posteriormente, habló de un gran problema nacional –casi de la civilización occidental- que es el absoluto desprecio que los gobiernos de izquierdas muestran hacia la propiedad privada, plasmado en el anquilosado problema de la ocupación, en Horche saben bien de lo que hablamos. Sin respeto a la propiedad privada y a la ley ninguna sociedad ha prosperado. Nadie quiere invertir en un territorio donde exista el temor de que una pandilla de amacarrados buscavidas le vayan a robar lo que es suyo. En este aspecto, se ha de tratar la ocupación con la contundencia que el delito –robo de una vivienda, a todas luces- requiere. A nadie se le pasaría por la cabeza que la Guardia Civil dejara pasar al conductor de un turismo denunciado por ser objeto de un robo una vez identificado al sustractor del vehículo. ¿Por qué entonces no se deja trabajar a los Cuerpos de Seguridad del Estado con la misma contundencia en el caso de una casa?

Y finalizó el discurso Lucas Castillo con la defensa de la nación española como conjunto, como unión de ciudadanos con los mismos derechos y obligaciones, sin regionalismos mal comprendidos de aprovechamiento de los recursos que son de todos. Porque ¿de quién es un río? ¿De las localidades que se establecieron en sus riberas? ¿Del resto de localidades no? ¿Qué opinaríamos si la energía eléctrica generada en las centrales hidroeléctricas de los embalses sólo se quisiera dispensar a las localidades ribereñas del río embalsado? ¿Por qué opinamos de una manera para el agua y otra, para la electricidad generada por el agua? España, por su intrincada y caprichosa geografía, es capaz de hacer convivir regiones bañadas prácticamente por agua todos los días con verdaderos desiertos en donde pudiera parecer que de un momento a otro saldría de ellos John Wayne a desenfundar sus revólveres. Es misión de la nación establecer un reparto equitativo de los recursos naturales para cada español, lo ya mencionado de la energía procedente de las centrales hidroeléctricas. Tan de nosotros es el Tajo como de los de Albacete, de los de Murcia o de los de Santander. Ello no quiere decir que el PP quiera dejar la ribera del Tajo como una mojama. Ha de existir un equilibrio entre el aprovechamiento hidráulico de los recursos nacionales y el mantenimiento racional de los ecosistemas que a las orillas de los acuíferos se establecen. Y esto es lo que defiende el Plan Hidrológico Nacional que defendió Lucas Castillo el pasado fin de semana. El PSOE, por otra parte, pocas lecciones puede dar en este caso, siempre diciendo una cosa ante las cámaras de fotos y los hashtags de Twitter y haciendo otra cuando en los despachos no les mira nadie. Los pantanos del Tajo a su paso por la provincia de Guadalajara se han de mantener en los cauces que la ecología dicte, pero ello ha de convivir con el equilibrio que los medios ingenieriles nos permiten en el siglo XXI para que no haya desigualdad hídrica en España.

Lucas Castillo ha comenzado su andadura política en plazas de primera –la metáfora, habiéndose hecho el cierre de la convención en el coso de la Estación del Norte, nunca puede estar mejor traída- con una acertada visión de los problemas reales de la provincia, los de verdad, los de la calle, los que sufre la gente en su día a día, no los impostados que otras entidades políticas nos quieren hacer creer.