Los que avisan (y II)


Cuando murió Carlos Cano, yo me quedé con su copla por su visión del mundo, a un paso ya de desaparecer de la escena. “A mí -dijo él-, no me gusta nada el tipo de seres humanos que está dando esta sociedad.

Todavia suenan en nuestros  oídos aquellas palabras tan radicales de Albert Einstein: “Tantos años de civilización y no hemos aprendido a abrazarnos”. Y las de Martin Luther King, a saber: “Hemos aprendido a volar como los pájaros y a nadar como los peces, pero no hemos aprendido a vivir como hermanos”. ¿Por qué será?

Veamos el encuadre de los hechos y su concatenación. La paz proporciona riqueza y abundancia, que nos conducen a la soberbia y al despilfarro, causa inmediata de la guerra. Y, a su vez, la guerra nos lleva, inexorable, a la miseria, y ésta, a la humildad, virtud que nos devuelve a la paz. Y otra vez volver a empezar. Este proceso, que es el que a mí me preocupa, se viene repitiendo indefectible e indefinidamente.

En las hojas del calendario sopla un viento airado, porque pervive esa tendencia que está incrustada en lo más profundo de nuestro código genético, en el ADN y ARNm, de nuestro mensaje hereditario, y que, por supuesto, deberemos modificar para evitar  la discordia. Va a ser imprescindible que reflexionemos fríamente, en este apropiado momento en que estamos acosados por una pandorada, la consabida pandemia y la pasada ola ártica de gran alcance, sobre la marcha de nuestra vida en común; y también, se remansan  gran cantidad de hechos históricos ocurridos en nuestra nación, ahora que se cumplen cuarenta años justos del intento de golpe de Estado del 23-F, y, tras las Autonomías históricas, en que se dio la aprobación de los primeros acuerdos autonómicos, el 31 de julio (en su XLº aniversario), así como noventa años de la proclamación de la IIª. República española, el 14-A (pronto en el XCº aniversario).   

…Y sigue presente la España invertebrada. El presente tiene mucho del pasado, y el futuro tiene, tuvo y tendrá bastante del presente. Los años 70 estuvieron marcados por la Transición, con aquella Ley de Amnistía. Entonces, en 1976, Juan Genovés pintó “El abrazo”, todo un símbolo de la reconciliación. Pero después, cansados de concordar, se hizo la “Ley de memoria democrática”, con la que reapareció el odio y llegamos a los abrazos rotos. Sólo le pido a Dios que no recaigamos en la desmemoria, olvidando nuestra Historia y tropezando otra vez más en la misma piedra.

Cuando murió Carlos Cano, yo me quedé con su copla por su visión del mundo, a un paso ya de desaparecer de la escena. “A mí -dijo él-, no me gusta nada el tipo de seres humanos que está dando esta sociedad. Hay más cosas que antes, pero menos esencia, menos carácter”. Completamente de acuerdo, salvo honrosas excepciones.

No obstante, seguiremos subiendo esta cuesta escarpada y fatigosa, esperando, eso sí, que llegue una nueva primavera, y que reverdezcan los sentimientos más nobles del ser humano, que intuimos cada día.