Luna de julio

24/07/2022 - 17:13 MARTA VELASCO

La noche de Sigüenza es silenciosa y profunda. Hace calor, pero al avanzar la noche llega desde el pinar una ráfaga fresca con olor a resina y jara. Hemos tenido una enorme luna llena, una luna de julio descomunal, la que celebra mi cumpleaños trepando por las torres de la catedral. Luis Monje Arenas la retrató y todos los que la vieron en las redes dijeron que era la luna más hermosa que habían visto nunca. Y es verdad.
    Es importante saber lo que ocurre en el mundo, si seremos más pobres cuando llegue el invierno, si habrá paz, si tendremos salud, si podremos calentar nuestras casas…todo es pura incertidumbre, pero con este calor siempre es mejor un abanico grande y un verso de Nicolás Guillen, uno que se llama, por ejemplo ¿Puedes? ¿Puedes venderme el aire que pasa entre tus dedos/ y te golpea la cara y te despeina? / ¿Tal vez podrías venderme cinco pesos de viento/ o más, quizás venderme una tormenta?  Compraría una tormenta de verano, con sus truenos y relámpagos y mucha agua bajando por la calle como un río, girando en tromba en las alcantarillas. 
    Es temporada de bodas, Sigüenza se llena de gente guapa, chicos con chaqué, chicas arrastrando cola de plata, señoras con perlas y señores de traje y corbata. El amor, esa enfermedad que te hace sufrir y estallar de felicidad al mismo tiempo, no pasa de moda, cada año tiene su primavera ardiente y se viste de fiesta para oficializarlo en los meses de verano. Se tira la casa por la ventana, se cocinan manjares, se encargan flores, se busca cura o concejala, iglesia con cuarteto o jardín con grupo, o ambas cosas. Antes te llenaban la casa de trastos y cacharros y ahora el fin de los regalos son los viajes. Lejos, lejos. Donde nadie haya ido jamás, con la playa de nácar y el agua turquesa. Al monte más alto y al abismo más profundo, porque el amor necesita un escenario único y exquisito.
    Pero ni el amor ni el verano ni la luna son suficientes para olvidar la incertidumbre que arrastramos, con esta calentura veraniega, y el dolor que nos produce el egoísmo de nuestros gobernantes y sus maniobras para mantenerse en el poder.  No se habla de otra cosa en las playas, en las bodas y en los quioscos de la Alameda.