Médicos

28/02/2020 - 19:59 Emilio Fernández Galiano

El ejercicio de la medicina presume una vocación imprescindible, que se valora más cuando  conoces en profundidad aspectos en los que mucha gente no recapacita.

Si de algún aspecto presume España a nivel internacional, es de su sanidad pública, criterio, en términos generales,  compartido por un amplio porcentaje de la sociedad. La figura del médico, o doctor en lenguaje popular, ha sido respetado desde hace muchísimas generaciones, protagonizando un papel singular desde en los pueblos más pequeños a las grandes urbes. Es curioso comprobar cómo a las personan mayores no se les ocurre tutear al médico de turno y, hasta hace poco, en cualquier enclave se le añadía el “don” a su nombre propio. Es decir, gozaba de un prestigio incuestionable -al margen de puntuales desaciertos que gozaban de mayor indulgencia que los de cualquier otra profesión-. 

Buena parte de la sociedad, como no podía ser de otra manera, reclama del Estado y de las administraciones públicas recursos necesarios para mantener el estatus de calidad de nuestra sanidad. En ocasiones, con una tendencia maniquea a denostar por oposición a la medicina privada, cuando ésta, en realidad sirve de imprescindible complemento respecto a aquélla. Además de lucir muchas veces un prestigio equiparable. 

Son esos colectivos especializados en demonizar todo lo que no sea público, ya sea sanidad,  educación o vivienda; funcionarios todos, al final. Y quién va a generar riqueza para sufragar los costes de lo público, reflexión que se sacuden por conveniencia, ignorancia o sectarismo.

Aclarada mi posición y reconocimiento a la iniciativa privada, buceo ahora entre los que en definitiva generan la gran reputación de nuestra medicina, sus profesionales. Y el agua nos tan clara como parece. El ejercicio de la medicina presume una vocación imprescindible, que se valora más cuando conoces en profundidad aspectos en los que mucha gente no  recapacita. Por ejemplo, el acceso a la misma y sus diferentes especialidades es a través de una pruebas, los famosos MIR, tan duras que en cualquier otra profesión implicarían la obtención de la condición de funcionario. Los esforzados médicos no gozan de ese privilegio, al cabo de cuatro años deben volver a buscarse la vida. Muy injusto. Como sus honorarios, teniendo en cuenta su elevada formación y grado de especialización, además de las responsabilidades que asumen en cuanto se ponen a ejercer. Honorarios cercanos al salario mínimo interprofesional a pesar de todos sus méritos. Y sólo en parte mejorados mediante unas guardias que suponen trabajar 24 o 30 horas seguidas pudiendo descansar sólo las horas restantes del día siguiente, sea sábado, domingo o festivo, algo inédito en cualquier otro sector que tenga guardias laborales. 

Para colmo, son los primeros expuestos en contraer todo tipo de enfermedades contagiosas, de aguantar en muchas ocasiones la incomprensión o impertinencias del paciente y en responder de todos sus actos y diagnósticos, al margen de no ser una ciencia exacta. 

Una vocación de ayuda incondicional a los demás buscando su bienestar o calidad de vida y, sin duda, no reconocida como merecen. Sirvan estas líneas de reconocimiento legítimo a todos los profesionales de la medicina, desde los médicos hasta el resto de personal que los ayuda y complementan su ejercicio. Y sirvan también de apoyo incondicional a todas sus lógicas y justas reivindicaciones. ¡Salud!