Medina del Campo: A la sombra del Castillo de la Mota

17/01/2012 - 11:22 E.P.

La preeminencia y el señorío adquirido por esta localidad a lo largo de su historia la convirtieron en importante nudo de comunicaciones en Castilla, alcanzando así la categoría de municipio principal de tierras vallisoletanas.

Es en los siglos XV y XVI cuando Medina conoce el máximo reconocimiento de su historia. La incipiente relación comercial que empezó a desarrollar la Corona de Castilla con otros países convirtió al enclave medinense en centro neurálgico de la expansión económica. Nacen así las conocidas Ferias, donde se daban cita mercaderes de las más diversas nacionalidades. Tales eventos se celebraban en los meses de mayo y octubre por un espacio de cincuenta días en cada ocasión. Aceite, lana, sedas, pieles... eran algunas de las "mercaderías" que se ofrecían en aquellos tradicionales encuentros al abrigo de las nobles piedras de la Plaza Mayor.

La envergadura que adquirieron estas transacciones acaparó en poco tiempo el interés de prestamistas, cambistas y banqueros, utilizándose por primera vez en Medina las letras de cambio para las negociaciones.

Fueron varios los acontecimientos históricos que provocaron el lento declive de la villa: la suspensión de pagos decretada por el Estado en 1596 puso punto y final a la actividad feriante que, a pesar de experimentar un nuevo resurgimiento a lo largo del siglo XVII, no alcanzó la brillantez de antaño. Junto a este hecho, el descubrimiento del Nuevo Mundo y la guerra de las Comunidades fueron factores añadidos que sirvieron para apagar los fulgores medinenses. El conflicto comunero se inscribe como uno de los más luctuosos capítulos de la historia de Medina; la villa, cercada, opuso resistencia a las tropas imperiales de Carlos I; el trágico resultado de tales acciones fue un devastador incendio que arrasó más de 900 casas.

Sin embargo, Medina del Campo seguirá siendo recordada por las regias visitas que ensalzaron su historia; no en vano, la reina Isabel la Católica condujo los destinos de Castilla desde la propia villa durante largos años. Fue éste el lugar donde testó y murió, convirtiendo a Medina del Campo en celosa guardiana de una parte importante de la historia de España.

Colegiata de San Antolín
Pese a que en 1851 perdió el rango de Colegiata que había sido concedido al templo anterior por el Papa Sixto IV, para los medinenses sigue teniendo la misma categoría que antaño. El edificio que podemos contemplar actualmente se erigió en 1502 y es un bello ejemplar del gótico tardío, convertido en custodio de numerosas obras de arte.

Ayuntamiento
Levantado en el siglo XVII, en tiempos de Felipe IV, el Ayuntamiento ocupa un lugar que en su día se disputaron el Consistorio y el Cabildo, debido a su privilegiada posición en la Plaza Mayor. En su fachada, recorrida por un balcón de hierro, lucen sendos escudos; uno real y otro con las armas de la villa. En su interior se abren cuatro hermosos patios y forma conjunto monumental con la Casa de los Arcos y con el Palacio Real.

Palacio Real y Testamentario
Integrados en una posterior construcción, los vestigios de la antigua residencia de monarcas castellanos se abre en la espaciosa Plaza Mayor medinense. Este palacio, que antaño ocupara una amplia manzana, fue el lugar donde vivió, testó y murió la reina Isabel la Católica.

Palacio de las Dueñas
Mandado construir en 1528 por el doctor Diego Beltrán, consejero de Indias, fue heredado por su nieta Mariana, que se desposó con Francisco de Dueñas; el soberbio recinto pasó así a su mayorazgo y de ahí que mudara su nombre. Está considerado como la obra palaciega más importante de Medina, siendo especialmente reseñable de su renacentista traza el artesonado del zaguán y el patio, exquisitamente decorado con medallones y escudos.

Iglesia de Santiago
Respondiendo a los cánones del estilo jesuítico, la antigua iglesia de San Pedro y San Pablo formó parte del extenso recinto docente que la Compañía de Jesús estableció en Medina hasta su expulsión, acaecida en el siglo XVIII. El obligado abandono propició que tornara la advocación del templo y se convirtiera así en parroquia de Santiago. Frente a su austeridad exterior, tan típica de los edificios jesuíticos, destacan los espléndidos retablos y la colección de tallas-relicario que celosamente guarda entre sus muros.

Reales Carnicerías
Situado junto al río Zapardiel, este edificio renacentista fue proyectado por Rodrigo Gil de Hontañón. Realizado en ladrillo, a excepción de las tres portadas, es uno de los mejores ejemplares de este tipo que se conservan aún en nuestro país.

Castillo de la Mota
Asentado sobre un cerro o mota, al que debe su nombre, el castillo es sin duda el perfil medinense clásico. En el lugar donde hoy alza su estampa este fiel defensor de la villa, se extendía antaño la primitiva población de Medina del Campo, antes de que ésta iniciara su expansión hacia el extenso llano que riega el río Zapardiel.

Pese a que no se conoce a ciencia cierta la fecha de su construcción, el castillo de la Mota formó parte en su día del recinto amurallado que protegía la villa de Medina.

La fortaleza levanta sus muros sobre los cimientos de un antiguo alcázar medieval, y se sabe que a mitad del siglo XIV, durante el reinado de Juan II, se procedió a la reconstrucción del mismo.

A partir de 1474, con el reinado de los Reyes Católicos, se completan las obras bajo la dirección de Alonso Niño. Legado de aquellos años son la barbacana exterior, de trazas mudéjares, y la Torre del Homenaje. Esta espléndida construcción almenada con matacanes y atalayeras está rematada por un segundo cuerpo o torre-caballero, con función de vigía, del que aún se conservan restos de arcadas; con sus cuarenta metros de altura está considerada como "la reina de las torres de Castilla".

Como la mayor parte de las fortalezas que se erigieron en tierras ibéricas, el Castillo de la Mota fue durante largos años residencia de monarcas castellanos, como la reina Juana la Loca. Entre sus muros se escribieron los mejores capítulos del reinado de los Reyes Católicos, que hicieron de él una de sus residencias más frecuentadas; de hecho, la reina Isabel vivió sus últimos días en la fortaleza, justo antes de trasladarse al palacio que se alza en la Plaza Mayor, donde dictó su testamento y murió.

Con el tiempo tornó el uso de la fortaleza, que se convirtió en prisión de Estado. Fueron muchos los ilustres prisioneros que sufrieron encierro entre sus muros; Hernando Pizarro, hermano de Francisco y acusado de asesinato y malversación de fondos; el humanista Diego Hurtado de Mendoza; el duque de Calabria y César Borgia, hechos ambos prisioneros por el Gran Capitán, y Rodrigo Calderón, marqués de Sieteiglesias, que fue ejecutado en la Plaza Mayor de Madrid.

A pesar de ser el primer edificio medinense declarado Monumento Histórico Artístico, el paso de los siglos hizo mella en el soberbio castillo que, a partir del siglo XVII, se vio abocado a la ruina. Sería ya en 1913 cuando se restituyeron la mayor parte de las almenas alojadas en sus muros exteriores y en la Torre del Homenaje. En los años cuarenta, según un proyecto del arquitecto Francisco Íñiguez Almech, se acometió la restauración definitiva de todo el recinto interior.

Museo de las Ferias
Las intensas actividades feriantes que se desarrollaron en Medina del Campo a lo largo de los siglos XV y XVI han dejado su impronta en el Museo de las Ferias, emplazado en la antigua iglesia de San Martín. Su visita sorprende.