Medio siglo de la entrada de Buero a la RAE
Buero fue el primer académico electo de la RAE nacido en la provincia de Guadalajara, desde que esta prestigiosa institución fuera fundada en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga, octavo marqués de Villena y su primer director.
Antonio Buero Vallejo habría cumplido 105 años el pasado 29 de septiembre, festividad de San Miguel y epicentro del conocido “veranillo” con que la tradición popular bautiza a este tiempo del primer otoño en el que el sol aún puede apretar con fuerza si es capaz de abrirse paso entre las nubes. Es también la época en que madura el membrillo, aunque el sol bautizado por el pintor Antonio López con el nombre de esta fruta de pulpa dura y aromática, y llevado al cine por Víctor Erice, ha de esperar a otro veranillo, el de San Martín, mediado noviembre.
Además de ser este de principios de otoño un remarcado período bueriano por coincidir con su fecha de nacimiento, en esta ocasión lo es de manera muy significativa porque en 2021 se han cumplido 50 años de su elección como académico de la RAE. Indudablemente, su ingreso en la Real Academia de la Lengua Española supuso un importante jalón en su carrera literaria y el primer gran reconocimiento institucional que le llegó, ya en el crepúsculo del franquismo, con el que, sabido es, jamás simpatizó. A Buero le eligieron académico el 28 de enero de 1971, pero no tomó posesión de su sillón hasta el 21 de mayo de 1972. Estamos, pues, justo en el ecuador del casi año y medio que transcurrió desde que fue elegido académico hasta que pronunció su discurso de entrada en la RAE, formalizando así su aceptación a formar parte de ella e incorporándose a la prestigiosa corporación que “limpia, fija y da esplendor” a la lengua española.
Cuando Buero fue elegido académico de la RAE ya había acumulado una, todavía no extensa pero sí muy prestigiosa, nómina de premios y galardones y, sin duda alguna, era el autor teatral español del momento, reconocido por la crítica y aplaudido por el público. Entre 1949, en que obtuvo el Premio Lope de Vega por Historia de una Escalera, a raíz de lo que aparcó su inicial vocación de artista plástico e impulsó su carrera de dramaturgo, y 1971, en que fue elegido académico de la RAE, el dramaturgo alcarreño ya había obtenido los siguientes reconocimientos: Premio de la Asociación de Amigos de los Quintero (1949), Premio Nacional de Teatro (en 1957, 1958, 1959 y después en 1980), Premio de la Fundación Juan March (1959), Premio María Rolland (1957, 1958 y 1960), Premio de la Crítica de Barcelona (1960), Premio Larra (1962), Premio Espectador y la Crítica (1967 y 1970, después lo obtendría de nuevo en 1974, 1977, 1981 y 1984) y Premio Leopoldo Cano (1968, 1970 y 1971, luego lo ganaría también en 1979). No tiene ni el prestigio ni la trascendencia de los anteriores, pero el primer galardón literario que obtuvo Buero, y me consta que muy querido por él, se remonta a sus años de estudiante en el instituto de Guadalajara, cuando en 1933 ganó el primer premio de un certamen de letras convocado por la Federación Alcarreña de Estudiantes. Su relato premiado se titulaba El único hombre. Por cierto, el segundo premio de aquel certamen literario local lo obtuvo José de Juan-García, compañero de estudios y amigo de infancia de Buero y después notable director de Nueva Alcarria entre 1947 y 1972, mientras que el tercer premio lo ganó Ramón de Garciasol, el gran poeta de Humanes, también amigo de Buero desde la infancia y ya para toda la vida. Un trío de ases guadalajareño de las letras.
Según relaté en mi obra Buero Vallejo y Guadalajara, editada en 2016 con motivo del centenario de su nacimiento, tras ser recompensado por estos importantes premios en sus primeros veinte años de labor literaria y pese a que, lejos de ser una persona petulante, era sencilla y humilde, el 28 de enero de 1971 recibió con notable satisfacción su elección para ocupar el sillón “X” como miembro de número de la RAE. Vino a cubrir la vacante producida unos meses antes por el fallecimiento del filólogo y bibliógrafo extremeño, Antonio Rodríguez Moñino. Buero fue el primer académico electo de la RAE nacido en la provincia de Guadalajara desde que esta prestigiosa institución fuera fundada en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga, octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. No reinaba entonces “Carolo”, o sea, Carlos III -aún faltaban para ello 46 años-, sino el primer rey Borbón de la dinastía española, Felipe V, quien, por cierto, un año después de firmar la real cédula aprobatoria de la RAE, se casó con Isabel de Farnesio en el palacio del Infantado, en Guadalajara. Como es conocido y de lo que ya me he ocupado en este “Guardilón” en una entrega anterior, en la actualidad, otra guadalajareña, la filóloga y escritora nacida en Molina de Aragón, Aurora Egido, es académica de la RAE, siendo la segunda guadalajareña, tras Buero, que accede a ella. Ocupa desde 2013 el sillón “B” y en diciembre de 2017 fue elegida secretaria de la Academia, cargo en el que permanece y destaca.
Dibujo de Fermín Santos.Entrada de Buero Vallejo a la RAE.
Según hemos adelantado, el 21 de mayo de 1972 Buero Vallejo pronunció el preceptivo y solemne discurso de entrada en la RAE que llevó por título García Lorca ante el esperpento, una pieza mayor, tanto en fondo como en forma, cuya lectura recomiendo y a la que se puede acceder en Internet a través de este enlace: https://www.rae.es/sites/default/files/Discurso_ingreso_Buero_Vallejo.pdf Buero, un escritor de izquierdas incómodo para el franquismo y acusado por un sector del exilio de “posibilista” por seguir creando en España, algo que algunos entendían que “blanqueaba” en cierta manera el régimen, tuvo el coraje personal de dedicar su notable discurso de entrada en la RAE al gran escritor granadino, fusilado por los “nacionales” en la Guerra Civil. La independencia de criterio y la lealtad a sus ideas, aunque éstas fueran contracorriente cuando triunfó como dramaturgo -lo que aún engrandece más su éxito-, fueron dos de las señas de identidad de la personalidad de Buero, a las que cabe sumar la rectitud y la honestidad. El escritor alcarreño, en su discurso, no tuvo reparo alguno en tildar de “asesinato” la muerte violenta sufrida por Lorca, algo absolutamente contrastado y cierto pero que, en ese momento, atronaba en los oídos de los prebostes del régimen, era políticamente muy incorrecto como se diría ahora, casi escandaloso, y más aún dicho en público en un acto solemne y en una sede tan prestigiosa como la de la RAE. Buero reivindicaba a Lorca y su obra con estas palabras que cito textuales: “Durante los quince años siguientes al asesinato de que fue víctima el poeta, su obra se sacraliza y apenas se oyen voces discordantes”.
Nuestro paisano, con su discurso, sin duda contribuyó decisivamente a la recuperación y estima de la obra de Lorca en la España de aquella hora, aunque ya se estuviera poniendo el sol del franquismo que, primero lo mató, y después trató de echar toda la tierra posible sobre su legado literario y su cadáver, hasta el punto de que aún no ha podido ser localizado, pese al empeño puesto en ello. Estas otras palabras de Buero en su presentación ante la RAE destacan lo más característico de la obra lorquiana, su proverbial sensibilidad: “El teatro de Lorca —gran parte del teatro poético— es un teatro primordialmente sensorial, teatro de los sentidos que escapa a lo que de sustancial tiene el hombre”. El discurso de Buero fue contestado por Pedro Laín Entralgo, quien, años después, entre 1982 y 1987, fuera director de la Academia. Laín colmó de elogios al alcarreño y lo situó en la cumbre de las letras españolas del siglo XX afirmando: “Todos nosotros sabemos lo que todo el mundo sabe: Antonio Buero Vallejo fue, con Camilo José Cela y Carmen Laforet, uno de los tres jóvenes mosqueteros que en la década de los cuarenta, cuando las letras españolas no solían ser más que afectado retablo heroico o incipiente y velado desengaño, pusieron magistralmente sobre el duro suelo, el suelo térreo o rocoso de la vida en este mundo, el contenido y el estilo de nuestra prosa de creación”.
Concluyo ya diciendo que al discurso de entrada y toma de posesión de Buero Vallejo como académico de la RAE acudió una nutrida delegación de guadalajareños, entre ellos el ya nombrado José de Juan-García, que, además, cubrió para Nueva Alcarria aquel trascendental e histórico acontecimiento. Pepe de Juan, como era popularmente conocido el carismático y reconocido director de este periódico durante 25 años, complementógráficamente su crónica con un dibujo del gran Fermín Santos -que acompaña este texto-, también presente en el acto. Así comentaba el dibujo y cerraba su artículo De Juan: “(…) Fermín Santos había hecho suyo, en singular juego de garabatos maestros, el estrado ennegrecido de levitones y fracs; el presuntuoso dosel de corte isabelina; el caliente naire de la sala, casi de convención intelectual; el grave barroquismo de una sesión académica de altos vuelos…”. Primer premio para Buero y segundo para De Juan, recuerden.