Nacida libre


Ayuso, como la leona de la película será educada, pero no domesticada; conservará sus lealtades y amistades, pero luchará por su forma de entender la vida porque está en su naturaleza; tendrá aciertos y cometerá errores, pero gobernará sin esconderse. 

La protagonista de esta historia no es la leona de la película que da título al artículo, sino Isabel Díaz Ayuso, la leona de Cibeles que ha tirado del carro en plena pandemia y ha salido por la puerta grande de las elecciones autonómicas. Muchos analistas más autorizados van a hacer estos días estudios, debates y extrapolaciones, pero lo que sabemos muchos desde hace mucho tiempo es que los parroquianos son más de bares que de partidos políticos y que la gente vota lo que le da la real gana en cada momento y en este momento les ha dado la gana votar a Ayuso. 

Ayuso es una mujer de frágil apariencia que encierra la fuerza de sus convicciones. Da la impresión de que se deja convencer con argumentos, pero cuando toma una decisión, la sigue hasta sus últimas consecuencias. Y es que no hay nada más difícil de doblegar que la determinación de una persona libre.

Con la libertad como bandera, con la defensa de lo obvio, del derecho a trabajar, a ser y a tener, con una gestión poco dubitativa y muy resolutiva, la Presidenta de Madrid ha transmitido ilusión y ganas, se ha puesto al volante y ha tomado decisiones en unos momentos en que a los políticos, más que nunca, les pagamos para que las tomen y no se escondan en movimientos especulativos, intentando colocar el desgaste de gobernar a cualquiera que pase por ahí.

Los españoles llevamos sufriendo durante más de un año pérdidas humanas, económicas y de derechos. Y entre esas pérdidas más graves, porque se produce de forma silenciosa y letal, está la de nuestra libertad de movimiento, a relacionarnos, hasta a trabajar. Pero lo excepcional no se puede convertir en costumbre y el sacrificio no puede pedirse siempre a los mismos sin que se vea que, al menos, el capitán lucha para mantener el barco a flote, mientras otros, sin calificativos, lo abandonan. No nos pueden pedir más sacrificios y más silencio cuando los que tienen que conseguirnos las vacunas no están haciendo su parte de la tarea, cuando nos restringen y nos privan de los derechos para aparentar que hacen algo de provecho.

El mensaje ha calado porque los madrileños saben, como Ayuso, que Libertad no es sólo una palabra, no es un eslogan hueco que empieza en la precampaña y termina en el recuento. Libertad es nuestro derecho preconstitucional y constitucional a decidir qué queremos ser y cómo queremos vivir nuestra propia vida, y si elegimos ser tabernarios o metafísicos, o las dos cosas. 

Ayuso, como la leona de la película será educada, pero no domesticada; conservará sus lealtades y amistades, pero luchará por su forma de entender la vida porque está en su naturaleza; tendrá aciertos y cometerá errores, pero gobernará sin esconderse. 

En una clase política profundamente machista, Ayuso y su victoria en Madrid me han dado una gran alegría. Y también me han recordado una frase de Ruiz Zafón: “nada asusta más a un cafre que una mujer que sabe leer, escribir, pensar y encima enseña las rodillas”; pues que empiecen a temblar, porque como en el cuadro de Delacroix, la libertad está volviendo a guiar al pueblo.