Nosferatu: Eggers contra la modernidad
Robert Eggers tiene una legión de seguidores entre los que no me encuentro. El director de La Bruja, El Hombre del Norte y El Faro se ha convertido en un creador de culto, uno de esos exponentes de lo que se ha dado en llamar, en mi caso no sin tono irónico, Terror Elevado, lo que viene a significar que es más intensito y mal rollero que otra cosa.
Su último proyecto, una nueva versión de Nosferatu, había acaparado numerosas miradas y expectativas. No era para menos viendo el trailer de la película. Eggers cuida muchísimo el look de sus producciones, en las que el aspecto visual juega un papel muy importante, y en este caso la propuesta ofrecía un atractivísimo look gótico.
Y precisamente ahí, no decepciona.
Volvemos a la historia de siempre. Un muchacho abandona a su joven esposa para irse al quinto pino a venderle una mansión a un conde viejísimo que se quiere mudar de la casa del pueblo a la gran ciudad (el movimiento suele ser al revés, ahí ya debería haber sospechado el chico). Al llegar allí se encuentra un castillo semi en reunias, gitanos supersticiosos, ritos chunguísimos y un señor aún más turbio y viejito que le acaba haciendo todo el lio, que dirían los jóvenes. El vampiro deja al muchacho preso y semi muerto en su castillo y se viene a la gran ciudad para intentar infundir el terror... y levantarle la novia.
A la hora de afrontar su Nosferatu, Eggers no ha dudado en echar mano de las versiones anteriores, dirigidas por Murnau y Herzog, e incluso del Drácula de Coppola. Potentísimos referentes que puede poner en una misma batidora, pero difícilmente superables... y no es el caso. El director cuida visualmente su película, pero se le va la mano con la intensidad y el histronismo. Se podría decir que su mayor y única aportación a lo ya visto es la provocación encarnada en este caso en necrofilia.
A nadie sorprende ya ver a un vampiro convertido en símbolo sexual o a mujeres victorianas repremidas. La propuesta de Eggers es demasiado previsible en su fondo, incluso conversadora a la hora de atacar a la razón como enemiga de la fe. Bello en lo formal y morbosamente superficial, su Nosferatu está llamado a convertir en referente para los espectadores que no sepan de dónde vienen las mejores ideas que muestra el director en su largometraje. A quienes conozcan la obra de Murnau, Herzog y Coppola, a esos, puede que les decepcione un poco.