Ofendiditos


La libertad de expresión, hasta de lo absurdo, malsonante, malicioso y obsceno es propio de las democracias. Pero también lo es la atribución de las consecuencias al ejercicio de las libertades.

 Ya son varias las columnas que he dedicado a la libertad de expresión, los delitos de odio y la mala educación en general que campean por las redes sociales, en las calles y hasta en las televisiones. Nos hemos acostumbrado a las expresiones malsonantes, que a fuerza de repetidas parecen perder rechazo social, por aceptación o resignación.

Esta Semana Santa hemos asistido al retorno de Hermandades y Cofradías, al olor a incienso y flor de naranjo, o de romero en flor. Han vuelto los Cristos y las Vírgenes a inundar nuestras calles de devoción auténtica y de emoción pagana, recuperando tradiciones en nuestros pueblos y ciudades y también meditación y oración que te reconectan con Dios y contigo mismo. Por recuperar, hasta hemos recuperado algún político invisible en toda la legislatura que se apresta ahora a renovar méritos para renovar designaciones.

Y, cómo no, siempre tiene que venir el tonto a liarla… Este año, el tonto del Burger King. Una campaña de publicidad, diseñada para generar polémica, que incluye el arrepentimiento impostado del perdón tras la sonrisa estúpida por fingida.

¿Me ha ofendido la campaña? Pues no. Me ofende más la estupidez de quienes buscan la provocación gratuita para ganar un céntimo. Pero los estúpidos abundan y lo mejor es ignorarlos, aunque hago poco caso de mi propio consejo y les dedico estas líneas. La libertad de expresión, hasta de lo absurdo, malsonante, malicioso y obsceno es propio de las democracias. Pero también lo es la atribución de las consecuencias al ejercicio de las libertades.

Burger King propone una publicidad que intenta hacerse viral a través de la provocación. Pues yo no pienso comprarles más hamburguesas. Ninguna de las dos cosas está prohibida en nuestro ordenamiento jurídico, así que, si hay afrenta, no hay pedido. Que se quieren reír de mí, porque soy católica y parece que estoy por ello obligada a lo de la mejilla y soportar la burla, pues me revuelvo como me permite mi derecho a ejercer mi libertad de expresión, que también tengo de eso y en abundancia, y critico su publicidad, su estrategia comercial y, si quiero, hasta sus productos. 

No se trata de insultar a otros para establecer el nivel de agravio, que si se atreven con estos o con aquéllos. De lo que se trata es de aceptar que de la misma forma que puedes ser sujeto pasivo de la crítica o la burla, también puedes volver las tornas y convertirte en autor de la chanza y tomarte la revancha. Eso sí, tendrás que asumir que como eres poco “guay” para la corriente políticamente correcta, los opinadores tienen bula para etiquetarte de ofendidito.

Pues reivindico mi derecho a ser una “ofendidita”, porque en el nivel subjetivo de lo intolerable no van a ser los demás los que me marquen lo que debo o no soportar sin rechistar y con resignación cristiana, que cada uno es como es y yo siempre me he identificado más con el peleón capitán Rodrigo de Mendoza que con el bondadoso padre Gabriel, maravillosos los dos personajes, como maravillosa es la película de Joffre, La Misión. 

Así que, por mi parte, me esforzaré por ganar la bienaventuranza de los mansos de corazón, pero como soy de genio rápido, esta ofendidita se pasa, de momento, al McDonald´s, al TGB, al Popeyes o al bar de debajo de mi casa, que también es una magnífica opción. Es lo que tenemos los ofendiditos.