Olvidando a Cajal

12/02/2017 - 12:49 Javier Sanz Serrulla

Pero Cajal, en el Olimpo de los científicos que ha dado la historia, incomprensiblemente no tiene un museo propio que sea referencia de su obra.

El pasado fin de semana la prensa dio a conocer una de esas noticias insólitas en cualquier país que se precie, menos sorprendente en el nuestro: la casa madrileña en la que vivió Santiago Ramón y Cajal, un edificio señorial de cinco plantas y jardín espléndido, en el número 62 de la calle Alfonso XII, con su escudo y alguna placa alusiva en la fachada está en obras. Levantada frente al Retiro y próxima a Atocha, va siendo troceada en apartamentos que serán de lujo. ¿Era éste el triste destino del santuario del mayor científico que ha dado España?
    El 18 de octubre de 1934 algún diario de la capital abría sus páginas de información con un tratamiento monográfico en memoria de don Santiago Ramón y Cajal, fallecido la noche anterior. “España está de duelo” precedía al gran titular y éste a su vez a un artículo que abrochaba de esta manera: “España acaba de perder la más alta figura que acrecentó sus glorias desde el siglo XIX en la esfera de la ciencia médica.” No eran dos frases cualesquiera.
    En efecto, no estaba de duelo la Medicina sino España. La figura de nuestro Premio Nobel en Fisiología y Medicina, galardón que había obtenido en 1906 precedido de otros premios no menos importantes como el Moscú, en 1900, o la Medalla de oro de Helmholtz, en 1905, rebasaba la propia parcela científica pues se había convertido su voz en una referencia nacional. Sin embargo la apreciación era, lógicamente, de tono muy contenido para la que llegaría a ser la trascendencia de su obra. Y España, sí, estaba de luto, pero también la comunidad científica internacional puesto que había dejado este mundo no ya una de sus mayores glorias médicas contemporáneas sino uno de los científicos más importantes de la historia de la humanidad que salvaría la prueba del tiempo.
    Así, un siglo después, Cajal es el padre de la Neurociencia moderna, el que estableció la “teoría neuronal”, esto es, que la neurona es la unidad anatómica y funcional del tejido nervioso, que se conecta con otras y no forma parte de una madeja difusa como hasta entonces se suponía –en expresión resumida, sencilla e inteligible-. Es su mayor aportación, la que revoluciona el campo de la neurociencia y encarrila las futuras líneas de investigación, de tal manera que los maestros de este campo inician hoy a sus alumnos con la referencia de los trabajos de Cajal, pero no como en tantas otras sirviendo de prólogo o singularidad histórica, sino como base de actualidad. Cajal es considerado en la comunidad científica a la altura de Newton, Darwin o Einstein, baste decir que en 1984 don Santiago era el autor científico más citado en las revistas del “ScienceCitationIndex”, por encima de estos dos últimos. Ítem más, Cajal no es sólo Cajal, sino que su obra tuvo continuidad en figuras de presencia internacional como Tello, Achúcarro, Río Hortega, Lorente de No, Rodríguez Lafora o De Castro, entre otros, en definitiva, la muy reconocida “Escuela histológica española”.
    La actualidad cajaliana es, pues, permanente y el recuerdo de su persona y de su obra, constante. La Real Academia Nacional de Medicina, dela que fue miembro de número, ha venido celebrando estos tres últimos años la “Semana Cajal”, en la que se evoca la circunstancia personal del sabio, su inagotable producción científica y su actualidad, con la participación de primeras figuras internacionales, varios de ellos españoles. Asimismo, ciudadanos de toda índole, jóvenes y adultos, dedican una jornada a la lectura continuada de su obra ”Recuerdos de mi vida”, en sus primeros años no muy diferente a la de Tom Sawyer.
    Cajal, que veraneó en Sigüenza en 1929, vivió en Madrid desde el año de 1892, y para no perder tiempo habitó casas próximas a su lugar de trabajo hasta que pudo comprar esta especie de palacete. Muy próximos, existen otros lugares cajalianos como el Instituto que llevó su nombre, o su laboratorio, en el primer piso del Museo Antropológico, en la glorieta de Atocha. Y, cómo no, la antigua Facultad de Medicina de la misma calle, en la que se conserva el “Aula Cajal” –ahora perteneciendo al Colegio Oficial de Médicos de Madrid-, en el mismo estado que en de sus días de profesorado.
    Pero Cajal, en el Olimpo de los científicos que ha dado la historia, incomprensiblemente no tiene un museo propio que sea referencia de su obra y lugar de reflexión de las varias facetas que cultivó el sabio. El llamado “Legado Cajal”, con más de tres mil documentos –magníficos dibujos y pinturas de su autoría, biblioteca, objetos propios de investigación, incluso enseres personales como su propio despacho o su traje académico- aguarda en un almacén del Instituto Cajal a que le llegue la hora. La ramificada y amplia familia conserva asimismo fotografías, documentos y objetos de gran valor; más allá, las instituciones a las que perteneció, como las universidades o las academias, también grandes archivos, guardan puntualmente testimonios de primer orden que pueden exhibirse mediante diversas formas de colaboración establecidas. No sería pues, antes al contrario, el necesario “Museo Cajal” un museo fantasmal sino cuajado de referencias científicas, artísticas y humanas en el que estudiar, actualizar y divulgar la obra de uno de los más grandes científicos de la humanidad. Sin llegar a su altura, París lo ha hecho, por ejemplo, con Louis Pasteur; Londres con John Hunter, etc. La ausencia de un centro similar en Madrid no se entiende.
    Cajal no es una referencia puntual, particular o temporal. Cajal es una cuestión de Estado. Un museo dedicado a su persona y a su obra, con la consiguiente puesta en escena, no solo en su vertiente expositiva sino también en la educativa e investigadora, que la excelente museografía actual acredita en España, debería iniciarse sin más demora a través de un magno proyecto en el que tengan la más alta participación instituciones, organismos y empresas, convertidos en patronato, y en cuyo vértice se sitúe la suprema representación estatal, la Corona, puesto que Cajal es patrimonio de todos. No sólo es el científico el legado de nuestro Nobel, sino que el ético y el de compromiso cívico con la sociedad española, que dejara memorablemente escritos, son asimismo de permanente actualidad. Es un clamor que la obra de Cajal precisa de un espacio de muestra y reflexión que convoque a la ciencia mundial y al que también pueda asomarse la sociedad entera. España no puede seguir pecando por descuido ni por omisión.
    El lugar idóneo era su casa, su gran casa rehabilitada para tal museo, donde el Nobel pasó días y horas, de vida y de trabajo, un lugar de culto. Ya no es posible. La casa de don Santiago Ramón y Cajal está en obras y se va a vender en porciones, en apartamentos de lujo. Ya no tiene remedio. España tampoco.