Once varas


A través de la manga ancha de la legislación interna y la presión de los lobbies se permite que los hombres puedan ser biológicos padres sin madre, por subrogación o sustitución, que ‘quod natura non dat...’

Estos días he estado recordando las magníficas lecciones que disfrutábamos de José Antonio Escudero, entonces catedrático de Historia de Derecho en la Universidad de Alcalá, en los extraordinarios años 80 en los que comencé mis estudios de Derecho.

Perviven en la memoria sus clases sobre “Instituciones”, frente a las de “Fuentes”, dictadas (en sentido literal y no académico) por “el Bas”, el otro profesor con el que compartía asignatura. Estaban aquellas tardes repletas de anécdotas y comentarios que, como auguraba el Profesor, conservaremos en nuestra memoria para “contar a nuestros nietos en las largas veladas invernales”, y cito tan textualmente como recuerdo. 

Una de las cosas que Escudero nos enseñó fue en qué consistía la covada, y, aprovechando la lección, la utilidad de la camisa de once varas para las simulaciones simbólicas y sustitutivas. 

Practicada desde la antigüedad en algunas zonas del norte de España, suponía una forma de reconocer al hijo como propio por parte del padre, que fingía el parto, desde los dolores hasta el caldito para reponer fuerzas, mientras que la mujer hacía el trabajo y luego le cedía el sitio en la cama y para que le mimasen como a parturienta primerizaY es que a las mujeres nos quitan más el mérito que el trabajo desde siempre.

Estos actos simbólicos de reconocimiento de la paternidad (mater semper certa est) tenían en ciertos lugares la modalidad que se ha incorporado a nuestro refranero de la camisa de once varas. Consistía, en casos de adopción, de introducir a un niño por un extremo de la manga de la amplia camisa y sacarlo por la otra, como si de una vuelta al útero y parto posterior se tratase. Estos prohijamientos ni siempre daban buen resultado, especialmente para los niños adoptados, de donde viene a convertirse la expresión en consejo, eso sí, con formato de refrán: no te metas en camisa de once varas.

Ahora volvemos a una situación parecida, en cierto modo, porque se impulsa la sustitución o la suplantación incluso de la madre cierta. A través de la manga ancha de la legislación interna y la presión de los lobbies, se permite que los hombres puedan ser biológicos padres sin madre, por subrogación o sustitución, que “quod natura non dat…”, parece que lo presta el buenismo melodramático y tramposo del telefilm de sobremesa. 

Y mientras tanto, los derechos de las mujeres se obvian y se olvidan, convertidas en esclavas, sumisas, meras proveedoras de bienes en forma de hijos, o servicios en forma de sexo. “Si ellas quieren, si ellas aceptan, si nadie les obliga”, es la cantinela que invoca libertades pero que aprisiona almas y cuerpos.

Imaginemos lo que repugnaría que alguien tuviera un esclavo hoy en día; alguien que hubiera aceptado voluntariamente entregarse a la voluntad de otra persona que podría disponer de su vida y muerte, de su trabajo, de su cuerpo, y usarlo, cederlo, dañarlo, venderlo… El Stico, de Armiñan y Fernán Gómez. Todos diríamos, la ley diría, que no es posible, que es un imperativo de orden público, que no basta la libre manifestación de voluntad en ese caso para cambiar lo que es intrínseco a la dignidad humana, y que por tanto la libertad, la libre determinación de la voluntad, es irrenunciable.

Pero mientras afirmaríamos esto, sin sonrojo se seguiría intentando aprobar leyes para las que la mera declaración de voluntad genere derechos frente a terceros, con la imposición ideológica como instrumento, bajo la amenaza de la acusación de incurrir en la “fobia”, que se blande como un mazo contra el discrepante.

Estamos en puertas de la celebración, si se puede llamar así, del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, y los dispensadores ministeriales del carnet de feministas nos contarán con palabras huecas y mucha parafernalia lo mucho que queda por hacer, mientras anulan lo poco bueno y seguro que las víctimas tenían, arriesgando sus espacios de refugio y el reconocimiento de que hay una violencia que ya no debe ser nunca de género, porque es un término perverso y pervertidor, sino una violencia por razón del sexo, y que tiene sus propias características y respuestas. Pero la realidad es que, en esta cuestión como en tantas otras, se está poniendo cerco a las conquistas de la sociedad, hombres y mujeres, en pro de la igualdad real y no solo la formalmente declarada.

Y mientras termino estas reflexiones en un vuelo a Varsovia para reencontrarme con su Universidad, que me acoge una vez más, hospitalaria, conozco a Laura, una toledana y periodista, da igual el orden, que se va a la frontera con Bielorrusia porque hombres y mujeres merecemos conocer la verdad. Y su valor me hace pensar que no podrán echarnos de los espacios que hemos conquistado para compartir, no para sustituir, en las aulas, en la política o en la frontera en guerra. Ni siquiera por subrogación.