Otoño

22/09/2017 - 11:40 Marta Velasco

Estos primeros días en Madrid he tomado contacto con amigos, con vecinos y con mi butaca de ver televisión.

Cada septiembre, por estas fechas, vuelvo a Madrid y me encuentro con la vida real. Casi he olvidado que hace poco más de una semana estaba metida en el agua fría de la piscina y al salir comprobé que el sol no era el que fue, que este era un sol sin fuelle, un sol descafeinado y septembrino. El tiempo, ese ladrón - tic, tac, tic, tac, que diría ese político que quiere ser actor de Bollywood - se ha llevado en un minuto la mejor parte del año, los luminosos meses de primavera y verano y, en este momento, nos enfrentamos a un otoño rebosante de incógnitas.
    Estos primeros días en Madrid he tomado contacto con amigos, con vecinos y con mi butaca de ver televisión. Me ha encantado ver a mis amigos y vecinos, algunos están lejos todavía y me he citado por guasap, pero el encuentro con la televisión ha sido demoledor. He visto que el mundo ha enfermado, que los yihadistas siembran la violencia por donde pasan, que un dictador coreano lanza bombas y misiles, que huracanes y terremotos azotan las ciudades, que el calentamiento global es un hecho y los humanos somos seres estúpidos a los que se nos regaló un paraíso y lo hemos convertido en un estercolero.
     Como soy demasiado mayor para recibir tantas noticias espantosas, he decidido ver otra vez, como cada año, El Hombre Tranquilo, la película de John Ford, con John Wayne y Maureen O’Hara. Cada vez que la veo me gusta más, a pesar de lo anticuados que resultan hoy los protagonistas, Sean Thorton y el hermano de la tozuda Mary Kate, el cuñado Lonergan. Pero no puedo resistirme al casamentero Flynn, a la viuda Tilane, su doméstica bajita y los dos clérigos. Me quedaría a apostar en el apeadero de la estación de Innisfree con los empleados del tren y brindaría cantando en el Cohan’s pub…  una gozada que acabo de disfrutar por enésima vez, con la música maravillosa de Victor Young y que les recomiendo fervorosamente si quieren olvidar un rato los males que nos aquejan. Mañana voy a ver Amanece que no es poco.
    Ojalá la vida fuera tan sencilla como en Innisfre, ojalá con unas cuantas tortas entre Mariano Thorton y Carles Lonergan acabase esta pesadilla. No quería hablar de Cataluña, pero tengo que hacerlo porque las cosas son como son y nos tenemos que enfrentar a ese oscuro rencor que los políticos catalanes han inoculado en las jóvenes generaciones. Cuánta tontería y zafiedad.
    Los españoles de la Transición amamos a Cataluña y creíamos que ella nos correspondía. Nos duele su desapego. Cantamos con Serrat Paraules D’Amor y nos emocionamos con su Mediterráneo. Cuando los yihadistas pintaron de odio y sangre las Ramblas de Barcelona todos los españoles sangramos. ¿Han olvidado que juntos salimos de una dictadura, hicimos una Transición, aprobamos una Constitución y que, gracias a esa Ley, llevamos cuarenta años viviendo en libertad y democracia?
    Como si la Tierra estuviese harta de tanto mangante sobre su espléndida naturaleza – guerras, terroristas, dictadores, nacionalistas, corruptos, mafias y asesinos - los elementos se han aliado y se suceden las catástrofes.  Me gustaría apagar el telediario del terror y que volviese a reinar la cordura.  Caramba, Dios, haz algo.