París, París
Padecí desde pequeña una rara nostalgia de París, esa ciudad deseada por Woody Allen y por mí, y, cuando llegué allí, quedé deslumbrada por su gran belleza.
Estos días de primavera nos hacen olvidar la pandemia. Paseamos por un Madrid alegre y, a pesar de las mascarillas y las heridas recientes, disfrutamos de las calles con una nueva mirada, ya que la primavera anterior por estas fechas estábamos confinados. Mientras camino bajo el sol, pienso en París, que pasa un momento difícil.
Y es que siempre me gustó París. En el colegio de las francesas los parvulitos saludábamos casi en francés, Bonchur, Bonchur, decíamos a la monja navarra. Mi tía Marisa vivía en París y en verano volvía al Bosque con su amiga Guilú, parisina de pura cepa, yo quería ser como ellas cuando hablaban muy deprisa para que no nos enterásemos de nada. Mi padre solía inaugurar los desayunos en el jardín cantando La Marsellesa a pleno pulmón y, el himno, junto con la cara de risa de Guilú, hacía que empezásemos el día con buen humor. Años después, otro de mis tíos saludó a Marieclaire, recién llegada de Toulouse, con una frase solemne: “Le lion, le tigre et le leopard sont des animaux sauvages”. Nunca lo olvidaré, ni tampoco las clases de don Adolfo Cordobés en el Brianda de Mendoza de Guadalajara.
Por todas estas agradables vivencias, padecí desde pequeña una rara nostalgia de París, esa ciudad deseada por Woody Allen y por mí y, cuando llegué allí, quedé deslumbrada por su grandiosa belleza. Avril á Paris, dicen los franceses, así que fuimos en abril y fue maravilloso aquel viaje en tren nocturno, con buena compañía y firme propósito de divertirnos. Luego amé el cine francés, las comedias desenfadadas y las importantes, que veíamos con envidia en los años sesenta. Chabrol, Godard, Renoir, Resnais, Truffaut, Buñuel… ellos fueron mis ídolos. Las bellísimas canciones de mis padres, La vie en rose, Les feuilles morts, La mer … Hoy París está triste y me acongoja. Creí que siempre nos quedaría París, esa luz en la oscuridad, y espero que volverá a ser como fue, cuando las vacunas nos salven.
Ya que me he puesto internacional, debo hablar del Príncipe Felipe de Inglaterra, Duque de Edimburgo, que ha muerto al borde de los 100 años. Un hombre apuesto, siempre tres pasos detrás de su esposa, la Reina Isabel. Mi más sentido pésame, Majestad, porque después de nuestra estrecha convivencia en The Crown, somos como de la familia. Por desgracia Inglaterra, a partir del brexit, ha quedado tan lejos de nosotros, que casi no nos tratamos. Es como si hubieran echado un pesado telón entre ellos (mi queridísimo Guillermo el Proscrito, mi respetado Jeeves) y yo. Y lo siento muchísimo.
Me gustaría poder dar noticias de hazañas extraordinarias y hechos gloriosos. Gloria para los médicos y el personal sanitario, que siguen en su puesto sin pensar en ellos mismos, sin esperar nada a cambio, y para los científicos que trabajan con escasez de medios y de subvenciones, a pesar de que sus hallazgos, sus vacunas, nos salvarán la vida. Ellos brillan, ellos son nuestros héroes.