Pensando en La Cabrera

20/07/2019 - 10:03 José Serrano Belinchón

En el pueblo todo está supeditado a al paisaje. Las casas antiguas, los arroyos, los huertos, los puentes, actuán con relación al medio natural predominante.

El pueblo de La Cabrera, de casas diseminadas a juego con el campo, de plácidos rincones en arquitectura vieja, queda como encajado entre los cerros pedregosos de la Peña de la Horca, de la Corza, y de un tercero que dicen de la Cabeza. En el pueblo todo está supeditado al paisaje. Las casas antiguas, los arroyos, los huertos, los puentes, incluso los modernos chalés, actúan con relación al medio natural predominante, como un simple pretexto para justificar la presencia del hombre entre los grandiosos volúmenes de aquellas impresionantes laderas que bajan violentas hasta el mismo cauce del río Dulce. Y poco más allá, al pie de la que llaman la Peña de la Gallina, está la verja de su pequeño cementerio, una auténtica joya de la ferrería local, obra del maestro herrero Adrián Escudero, montada en el año 1928, “siendo alcalde don Francisco Guijarro”. Datos dignos de figurar en letra de molde en el libro de la pequeña historia del lugar. Una pincelada poética como final. El pueblo no merece menos. La tomamos de un azulejo fijado a la pared junto a los muros de la pequeña iglesia, colocado en 1995, y escrito a golpes de corazón por el poeta Constantino Casado. Dice así:

Solemne, pulcra, 

mansa y verdadera.

Huele a silencio y calma entre tus rocas

Y es casto el aire, y el verdor 

y el agua.

Al resguardo de encinas 

y enebrales

 El alma se sosiega y se recrece.

Quien te miró una vez 

ya no te olvida

Porque eres novedad 

y permanencia.

Siga guardando Dios 

tu pura calma

Y el corazón 

en tu silencio duerma.

Como casi todas estas tierras, también La Cabrera perteneció siglos atrás al común de Medinaceli, desde que en el siglo XII fue reconquistada la zona. En la actualidad es parte del municipio de Sigüenza, a cuyo ayuntamiento está incorporada en calidad de anejo.