Plan de actuación
La lentitud en la toma de decisiones en este sector por parte de los dirigentes es el fiel reflejo de los intereses que ocasionan los animales en su economía.
El fuego está quemando nuestro país. Llena de terror los hogares calcinados, rompe el corazón de las personas que ven destruido su entorno y mata. Ver llorar de angustia a nuestros vecinos acrecienta el dolor. Ante tamaña desgracia son muchos los ciudadanos que se acercan a los lugares afectados para echar una mano a costa de poner en juego su propia vida, como la de aquellos que el fuego ha convertido en ejemplo. De poco le sirve a cada uno de ellos ser ahora héroes.
En medio de tanto caos se produce el milagro de la colaboración. Personas que acuden a ayudar, a auxiliar, a paliar, a dar lo poco que tienen para evitar mayor sufrimiento. Entre ellas, aquellos que buscan ayudar a los animales como la Asociación Defensora de Animales Abandonados de Colmenar Viejo (ADAAC), localidad que se encuentra próxima a Tres Cantos. Organizándose con el sector veterinario, como ya hicieran hace cuatro años en Ávila, se acercan a la zona afectada conscientes de la falta de un protocolo de actuación ante catástrofes o emergencias que establezca las pautas para atender a los animales que lo necesiten. Nos movemos para ayudarles porque somos conscientes de que van a quedar en un segundo plano en su agonía, me dice Esther Rodríguez, secretaria de ADAAC y auxiliar técnico veterinaria de profesión. A primera hora del día 12 de agosto, el posterior al inicio del incendio en esta localidad, cuando las autoridades empezaron a dejar acceder a las zonas afectadas, ellas ya estaban allí. En primer lugar, fuimos a la finca de un ganadero y lo que nos encontramos allí fue horrible: unas cien cabezas de ovejas y la mayoría estaban tan graves que se tuvo que practicar la eutanasia humanitaria porque era lo único que se podía hacer por ellas. Atendieron a la fauna autóctona a la que tuvieron acceso para dirigirse, posteriormente, a la protectora de Tres Cantos Felinos 3C, situada en la urbanización Soto de las Viñuelas, una de las principales afectadas por este incendio y que tuvo que ser evacuada en su totalidad. Ante la imposibilidad de desalojar a todos los gatos, la Guardia Civil abrió las puertas de las gateras. Días después, cuando las responsables accedieron a las instalaciones, cada uno de los felinos acudió, poco a poco, al lado de sus cuidadoras.
Esther remarca la importancia de desarrollar con urgencia este protocolo de actuación que la actual Ley de Bienestar Animal contempla. Insta a las comunidades autónomas y ayuntamientos a su elaboración inmediata contando con el sector veterinario para que sea efectivo.
Para tomar buena nota de lo que es prevención el caso de Burrolandia, que había sufrido dos incendios anteriormente y puso en marcha un excelente protocolo de actuación. Mientras en las redes se manifestaba que la protectora había sido calcinada, sus responsables seguían el avance del incendio a través de las cámaras de seguridad implantadas en el refugio, comprobando que el perímetro no había sido invadido por las llamas. Los animales se encontraban a salvo. Desde sus casas pudieron abrir en remoto a la guardia civil que accedió al refugio para dejarlos sueltos dentro del perímetro y pudieron salvar la vida de casi todos. En el corazón las dos cabritas que murieron por inhalación de humo. Felipe, un caballo rescatado, sufrió una quemadura en su grupa, pero está vivo igual que las tortugas, los perros, la anciana cierva, los burros, o las vacas, si hasta el merendero y los árboles han aguantado. El milagro de Tres Cantos, como se conoce a la protectora tras el incendio, no hizo magia, actuó.
La lentitud en la toma de decisiones en este sector por parte de los dirigentes es el fiel reflejo de los intereses que ocasionan los animales en su economía. Les dejan a expensas de la buena voluntad, las ganas de ayudar, el amor a los animales o las buenas intenciones de voluntarios, desterrando dotaciones de profesionales que eviten, con eficacia, el sufrimiento que llevamos contemplando en sus cuerpos incendio tras incendio. Delimitan la frontera en los animales humanos y no humanos con claridad, aquella que separa la luz de la tiniebla a la que los condenan.