Playa, sandía y sobres


¿Lo escuchas? Es el sonido del despertador apagado, las chanclas con su característico “flap flap”, el hielo bailando en un vaso de tinto de verano y esa playlist de reguetón que insiste en que “la vida es una fiesta”. ¡Bienvenido, verano 2025!.

El momento en que el bronceador se convierte en perfume y las neveras portátiles son el centro neurálgico de cualquier reunión.

Con las olas de calor desafiando a las del mar, este verano promete sudor, ventiladores y peleas por el último polo en el congelador. Pero también trae esa

energía inconfundible que solo se siente entre junio y septiembre: la de salir sin abrigo, sin preocupaciones y, a veces, hasta sin rumbo.

Si en invierno soñamos con chocolate caliente, en verano la estrella es el helado. En cucurucho, en tarrina, en copa, con churros (sí, alguien ya lo ha probado)...

Todo cabe en la dieta veraniega, especialmente cuando el calor aprieta y la operación bikini pasa a ser historia.

Las terrazas están a tope, los grupos de whatsapp arden con planes improvisados y las listas de “cosas que haré este verano” ya tienen sus primeras tachaduras: “ir a la playa”, “leer más”, ”reformar el cuarto de baño”, “aprender surf”. Es la era del “finde largo” en la que el coche se convierte en una especie de hogar itinerante y cualquier pueblo con río es destino turístico top. Eso sí, el aire acondicionado del coche será tema de debate nacional: o te congelas o llegas hecho sopa. 

Festivales, cine al aire libre, conciertos, fiestas patronales con más fuegos que el final de una serie de Netflix… El verano nos recuerda que no todo es trabajar y que bailar bajo las estrellas no tiene edad ni dress code.

Pero en este verano en España no solo nos estamos derritiendo por la ola de calor. No. También lo hacemos por la ya clásica combustión espontánea de escándalos políticos que revientan con más frecuencia que una cerveza mal abierta en la playa.

Mientras el mercurio roza los 40 grados en media península y el asfalto se funde, el Congreso se convierte en un microondas moral con sus señorías lanzándose acusaciones como si jugaran a las palas en la orilla de la playa. Un Congreso que parece más una discoteca de egos donde se reparten reproches como si fueran pulseras VIP. España se ha convertido en una Ibiza política: mucho postureo, poca ropa institucional, y mucha fiesta de sobres (a puerta cerrada). Aquí los trajes se usan menos que las comisiones de investigación, y los discursos se reparten como flyers de discoteca: a todo volumen, llenos de purpurina y vacíos por dentro. Las formas se relajan, las declaraciones suben de temperatura y los casos de corrupción brotan como medusas en agosto.

  Fuera del hemiciclo, la realidad sigue a ritmo de bachata distópica. Lo peor es que, mientras se pelean en el Congreso, el ciudadano medio (ese héroe sin capa que madruga, paga impuestos y aún no entiende por qué tiene que llevar sus propias gasas al ambulatorio) sobrevive a base de ventilador, tres cafés al día, paracetamol y resignación. Sigue esperando turno en el centro de salud, como si fuera la cola para entrar en Pachá o intentando pedir cita en atención primaria como si jugara al Euromillón: con fe y sin resultados. Hoy en día es más fácil pillar cianuro que cita médica. Este ciudadano que ve cómo el alquiler sube más rápido que el TikTok de un político bailando para parecer cercano. Hemos llegado al “se busca habitación con ventana” porque encontrar un piso asequible en una capital de provincia es hoy tan difícil como encontrar a un ministro que diga “me equivoqué” sin que le tiemble el labio. En algunas zonas, compartir piso ya no es una opción juvenil, sino un plan de supervivencia en el que uno se juega el sueldo, la salud mental y el estómago (porque siempre hay alguien que cocina coliflor a las 7 de la mañana). ¿Y la gasolina? Esta, por su parte, ha alcanzado niveles tan surrealistas que llenar el depósito se ha convertido en una actividad de lujo, al mismo nivel que alquilar una tabla de paddle surf o tomarse un gintonic en un chiringuito con vistas al mar. Un litro de diésel cuesta lo mismo que una entrada de techno en un festival, y eso que el combustible no incluye ni DJ ni luces.

  Y lo más preocupante no es que el sistema esté roto, es que parece estar encantado de estarlo. Los partidos políticos se tiran los trastos a la cabeza por corrupción mientras ignoran todas las recomendaciones internacionales para evitarla. El Consejo de Europa lleva años avisando (como esa amiga que te dice que te estás quemando en la playa), pero aquí seguimos al sol, sin crema solar y con la toalla llena de casos abiertos.

Y mientras tanto, nuestros representantes políticos siguen discutiendo en horario de máxima audiencia, convertidos en influencers del conflicto, más preocupados por las encuestas que por las facturas. Se insultan, se acusan, se indignan… pero eso sí: en agosto, todos se van de vacaciones como si no pasara nada. Porque en este país, hasta la corrupción tiene derecho a desconectar y el cinismo a ponerse moreno. Este verano, si te ofrecen una sandía, desconfía. Podría tener un contrato irregular adjudicado a dedo dentro. Ya no basta con mirar si está madura, ahora hay que comprobar si viene con cláusulas sospechosas. Y ojo con los políticos en chanclas: pueden estar rumbo a la playa o a declarar en la Audiencia Nacional.

  Porque en España, agosto es temporada alta para la corrupción… y para las pulseritas “todo incluido” en la cárcel de Soto del Real. Así que protégete del sol, del fraude y de los discursos con olor a aftersun.

¡Feliz verano, valientes del abanico y la sombrilla! ¡Que sea inolvidable y que no os salpique!