Regreso a las tinieblas
Rescatar adjetivos como ‘capitalista despiadado’ es como rescatar clichés marchitos para una película de época, para un cuento de nuestros abuelos.
La atención, cuando curioseaba caricaturas de la prensa satírica de finales del siglo XIX y principio del XX, el estereotipo que se le asignaba al empresario, banquero, noble, cura o, sencillamente, adinerado. Eran perfiles pícnicos, ataviados en la mayoría de los casos con prendas de etiqueta y chistera y con habanos tan grandes como sus barrigas. Contemplándolos, y bajo los cánones de educación que había recibido, resultaba sorprendente que el premio y el esfuerzo, que el estudio, la constancia y el trabajo, terminaran siendo ridiculizados por tópicos que ridiculizaban cualquier éxito.
Pertenezco a la generación del “baby boom” y somos muchos los que nos consideramos “hijos de la Transición”. Ingenuamente, esa época lo era, pensábamos que los últimos coletazos de un triste pasado habían ya sido superados para dar paso a una más moderna en consonancia a la Europa que pertenecíamos rompiendo el lacre de tiempos remotos.
Una tal Ione Belarra, al parecer ministra de un gobierno tan numeroso en el que es difícil recordar a todos sus ministros, “podemita” ella para más señas, hace días se despachó a gusto calificando a varios empresarios que, para no caer en el huracán verborreico de la mencionada ejecutiva, no voy a citar. Recuperar adjetivos como “capitalista despiadado” refiriéndose a uno de esos emprendedores, es como rescatar clichés marchitos para una película de época, para un cuento de nuestros abuelos o el fiel reflejo de las caricaturas antes aludidas . Si no fuera por la lástima que genera, resulta hasta conmovedor la utilización de lenguaje tan desfasado.
Pocas fechas después hemos asistido con la misma pena al escrache al que se le ha sometido a la presidenta de la Comunidad de Madrid en la Facultad de Ciencias de la Información, de la Complutense. En teoría la mejor alumna de la última promoción, alcanzó su minuto de gloria con mimetismos parecidos a los de la susodicha ministra. Bajo jaculatorias nada excelsas para ser tan brillante alumna, más bien muy simplonas y ordinarias, en forma y fondo, fustigaba a Isabel Díaz Ayuso con iracundas sentencias. Si la Universidad pública crea estos productos es mejor revisar su cadena de montaje. El suceso me recordó al que padeció don Miguel de Unamuno en su Universidad de Salamanca, soportando estoicamente la ira de los furibundos ante una inteligencia ciertamente sentenciada.
Sendos sucesos me transportan inevitablemente a tiempos y conflictos de nuestro pasado que no deberían volver a repetirse, pero mucho me temo que responden a una estrategia milimétricamente calculada. La radicalización de nuestra clase política, especialmente la de una izquierda montaraz y desatada ante el temor de perder el poder tan deseado, es el vehículo para conservarlo mediante tácticas muy conocidas aunque sean de otros tiempos. Ahora que por el “Sí es sí” su codiciado poder lo ven amenazado, Les valen esas tácticas porque entonces fueron útiles. Claro que, diseñar estrategia tan previsible, obliga a contar con actores que se adapten a un guion sin rechistar ni aportar nada genuino. De tal forma, primer movimiento: regresar a las tinieblas.