Reivindiquemos a la mujer


El pronunciamiento de Rosario de Acuña desató una revuelta universitaria y un inmisericorde ataque a su figura por parte de numerosos estudiantes y el acompañamiento de algunos profesores.

Rosario de Acuña, la verdadera autora del título que da nombre a la Vindicación de hoy, fue una de las mujeres más admirables que ha tenido nuestro país. Escritora, naturalista, librepensadora, feminista… rompió todos los estereotipos que se adjudicaban a las mujeres de su tiempo, por lo que, en el centenario de su muerte, no podíamos si no hacer una breve reseña de ella.

Glosar una vida tan atípica como la suya en pocas palabras resulta complicado, pero apuntaremos que nació en el Madrid de 1850 dentro de una familia distinguida; de hecho, heredó el título de duquesa de Acuña, aunque nunca lo usó, pues se sentía más próxima a la gente del pueblo que a la aristocracia.

Esta intelectual desarrolló su vocación literaria desde la infancia, una etapa vital caracterizada por un problema oftalmológico que le provocaba pérdidas intermitentes de la vista hasta que, ya adulta, fue operada.  Este es el motivo por el que Rosario de Acuña estudió en casa, actuando sus padres de maestra y maestro. Ello favoreció que mantuviera un contacto permanente con la naturaleza y que viajara por el extranjero.

Comenzó escribiendo poesía y desde la lírica dio el paso al drama, consiguiendo un rotundo triunfo con su primera obra teatral, Rienzi el Tribuno. Siguieron otros trabajos exitosos, pudiéndose decir que fue una de las dramaturgas que el en el siglo XIX obtuvo reconocimiento profesional y social. Pero su libertad tuvo un precio, a pesar de que fuera la primera mujer en intervenir en el Ateneo de Madrid.

En 1891 puso en escena su obra más polémica, El padre Juan, en la que denunciaba la manipulación y adoctrinamiento de la Iglesia. Tras el estreno, la reacción de los sectores más conservadores provocó que se tuvieran que cerrar las puertas del teatro y que se suspendieran todas las funciones previstas. Después de este traspiés, marchó a vivir a Cantabria, donde montó un granja avícola con la que recibió una medalla en la Exposición Internacional de Avicultura y realizó interesantes investigaciones sobre la crianza de gallinas.

La correspondencia de España, 1911.

En 1876 se casó, pero el matrimonio no era lo que esperaba y en 1883 se separó (su marido fue director del Banco de España en Guadalajara entre 1887 y 1889). Más adelante conoció a un joven estudiante, Carlos de Lamo Jiménez, a quien sacaba diecisiete años. Ni la diferencia de edad, ni la situación civil de Rosario fueron obstáculos para esta relación. Por cierto, aunque tras enviudar Rosario y Carlos podrían haberse desposado, no lo hicieron porque consideraban que nadie más que ellos tenían que legitimar su unión. 

Nuestra protagonista ingresó en la masonería, donde adquirió el nombre simbólico de Hipatia. Nunca ocultó esta situación, como tampoco que era feminista y que se oponía a la trata de mujeres y a la prostitución. Estos planteamientos los fue compartiendo con su madre que, aunque vivió bajo los preceptos de la fe católica una gran parte de su existencia, por influencia de su hija acabó abrazando el librepensamiento y dispuso ser enterrada en el cementerio civil de Ciriego (Santander) sin ningún signo religioso.

Sobre la familia materna de Rosario de Acuña se tienen muy pocas referencias, entre ellas que su madre, Dolores Villanueva, nació en Yebra (Guadalajara) y que su abuelo materno, procedente de la montaña leonesa, fue médico y uno de los primeros introductores de la teorías darwinistas en España. Como se ve, la relación de Rosario de Acuña con nuestra provincia es ciertamente tangencial, si bien el tener un pasado alcarreño compartido resulta bastante sugestivo. 

Si la vida de esta mujer ya resulta inusual, su principal acto de bravura tuvo lugar en 1911. Hasta el año anterior, las españolas no podían cursar bachillerato y estudios universitarios sin restricciones, pero claro, una cosa es la norma y otra la realidad.  El caso es que en Literatura General y Española de la Universidad Central de Madrid se matricularon seis mujeres, cuatro extranjeras y dos españolas, que fueron agredidas verbalmente por su compañeros; incluso parece ser que una fue acorralada, siendo liberada por un humilde carretero, demostrando tener más humanidad y educación que esos universitarios.

Pues bien, ante esta circunstancia, Rosario de Acuña decidió posicionarse mediante un artículo («La jarca de la Universidad») publicado en El Internacional, periódico que dirigía desde París su amigo Luis Bonafoux, y poco después en El Progreso de Barcelona. Este pronunciamiento desató una revuelta universitaria y un inmisericorde ataque a su figura por parte de numerosos estudiantes y el acompañamiento de algunos profesores.

Se cerraron las aulas, se pidió que interviniera la autoridad y hasta el mismo ministro de Instrucción Pública se molestó en hacer las gestiones oportunas para interponer ante la fiscalía una querella por injurias, llegándose a solicitar una orden de detención. Rosario se refugió en Portugal, logrando el indulto en 1913, el cual consiguió gracias a la intercesión de Romanones, personaje muy ligado a Guadalajara, tanto para ella como para otras personas que se encontraban en una situación similar.

Asombrosamente, en las democracias avanzadas el fanatismo contra la libertad de las mujeres sigue vigente hoy en día, solo que con otras intensidades y vías de expresión. Todavía hay hombres que consideran que las mujeres les arrebatamos los espacios que en justicia −su justicia− les pertenece. Otros son más condescendientes y creen que nos ceden sitios materiales o simbólicos, como si estos no fueran nuestros al cincuenta por ciento. Y también, hay que alegrarse de ello, encontramos algunos aliados que entienden nuestras reivindicaciones y se solidarizan con ellas.

Desde que tomé la decisión de volver a la arena política encabezando la candidatura al Senado por la provincia de Guadalajara, la memoria de las que son mis referentes me acompaña aún con más fuerza. No significa esto que sea acrítica con todas sus enseñanzas, pero su arrojo y resistencia frente a los ataques del patriarcado (que también lo ejercen mujeres intolerantes que se creen propietarias exclusivas del feminismo) son uno de los mejores estímulos para seguir ADELANTE.