Sacar del olvido

03/08/2019 - 12:54 José Serrano Belinchón

Cuantos hombres y mujeres de este siglo tienen noticia del poeta Pedo Gamo, nacido en Congostrina en el año 1898, pocos o muy pocos. 

Ignoro si será por razones de justicia o de misericordia, o quizás por ambas cosas a la vez, pero es cierto que en el correr del tiempo, que sirve para tantas cosas, hay una que supera con creces a todas las demás; y con ello me refiero al olvido. Salvo honrosas excepciones, los hombres somos olvidadizos por naturaleza, y sin alguno piensa que no es así, sálvese quien pueda. Pues en la vida son muy pocos los hombres y las mujeres que superan los efectos, nada saludables, de esta tendencia tan cierta y tan común por la que nacemos marcados. Esa fue la causa por la que, hace quince años, me llevó a escribir y a publicar, la primera edición (después vendría la segunda), del Diccionario Enciclopédico de la provincia de Guadalajara, en el que tantas cosas olvidadas del pasado e ignoradas del presente, aparecen a títulos de recordatorio, es decir, en un claro deseo de perpetuar, o en su caso de sacar del olvido, a tantas costumbres, a maneras de hacer, a personas, sobre todo a personas, que por su modo de pasar por el mundo, merecen estar ahí a través de los años, y por qué no a través de los siglos, el imparable correr del tiempo.

Cuantos hombres y mujeres de este siglo tienen noticia del poeta Pedo Gamo, nacido en Congostrina en el año 1898, pocos o muy pocos. En cambio, sus poemas, el soplo de la época final de Romanticismo, parejos en el estilo y casi en el tiempo a los de Gustavo A. Bécquer, duermen en algún lugar el sueño de los justos, y de sus novelas, de sus libretos de zarzuela, de su personalidad, en fin, qué ha sido de ellos.

Dio la casualidad que en mis andanzas, ya lejanas, por todos los pueblos de la provincia de Guadalajara, tuve la suerte de encontrarme con un personaje muy cercano a el olvidado autor de quien os hablo, a don Dionisio Gamo, su propio hermano, quien me habló de él, me enseñó algunos de sus poemas, y me obsequió con un ejemplar de “La Reina de los Cantones”, novela de costumbres coruñesas, muy al gusto de los último coletazos del Romanticismo decadente, y en la que sorprenden los primeros vientos del Realismo que, con ímpetu, empezaba a soplar en las formas literarias del primer tercio del siglo XX. Fue publicada, según  los gustos de la época, en Tipografía el Noroeste, La Coruña, 1925, y llegada a mí, con la dedicatoria del hermano del autor, en Congostrina, una mañana de julio de 1983. Un repaso de la vida en la alta sociedad coruñesa de hace un siglo, escrita por un exseminarista de Sigüernza, inspector de Hacienda en La Coruña,  fallecido en Madrid en 1958. Sonrisas, Poemas a mujeres, el libreto de una zarzuela, Los Maletas, son publicaciones que evocan su recuerdo.