Sánchez, NO, gracias

08/10/2016 - 12:48 Emilio Fernández Galiano

Hasta cuándo la referencia ideológica española entre derecha e izquierda va a seguir siendo guerracivilista”.

El bochornoso espectáculo al que asistimos en la calle Ferraz el día de los cuchillos largos, demuestra que el, por ahora, principal partido de la oposición, no ha digerido todavía la gloriosa Transición. La recurrente comparación entre el cisma de Largo Caballero e Indalecio Prieto en 1937 con la situación actual, no es una mera aportación histórica, que siempre es conveniente, es también  la constatación de que el partido de Pablo Iglesias (el otro), no se ha modernizado. Hasta cuándo la referencia ideológica española entre derecha e izquierda va a seguir siendo guerracivilista. Hasta cuándo la vigencia de un anacronismo que, como tal, caducado, e inexplicablemente todavía utilizado por las huestes de un partido socialista cada vez más alejado de sus colegas europeos y, lo que es más peligroso, empeñado en seguir el camino emprendido por los italianos y los griegos, prácticamente extinguidos.
    Desde estas mismas páginas he defendido la necesidad de un relevo en el liderazgo del PP pues Mariano Rajoy, en mi opinión, ya estaba amortizado y en algo habrá de asumir políticamente los sucesivos escándalos de corrupción en su organización. La regeneración en el partido del Gobierno es tan necesaria como en la del PSOE. Pero, ay, resulta que Rajoy gana elecciones y cada vez con más votos, mientras, ay, Sánchez las pierde y cada vez con menos votos. Esa es la parte de la cuestión que el ex secretario general socialista no entiende, no entendió. Esa faceta de Sánchez me despista, a no ser que se mueva por estímulos nacidos en la soberbia. Fue elegido en primarias, las bases estaban con él, valoró y escogió a uno de los principales valores socialistas de nuestra provincia, Magdalena Valerio, como “ministra” de su particular gabinete en la sombra. Pero su “ticket” no funcionó. O no se entendió. La propia Valerio fue apartada de las listas electorales en Guadalajara después de haber desempañado una importantísima labor en el Congreso de los Diputados. Y Sánchez permaneció en la sombra. Es un simple ejemplo para intentar diseccionar la personalidad un tanto bipolar del personaje.
    Basta con repasar su errática política de pactos desde que accedió a la secretaría general de su partido. El mejor botón de muestra, lo sucedido en el ayuntamiento  Madrid, cuando el partido ganador, el PP, ofreció la alcaldía al PSOE para evitar el acceso de Carmena. Sacrificó un alcalde socialista con tal de castigar a los populares –y de paso a un incondicional de Tomás Gómez-. En su obstinación a pactar con la izquierda extrema le ha llevado a ser devorado por su propio orgullo. Allí donde alcanzó acuerdos con Podemos, allí fue superado electoralmente por los morados en las siguientes elecciones. Es un silogismo tan claro como evidente. Pues NO, qué parte del NO no entiende.
    Sánchez es heredero del socialismo reinventado por Rodríguez Zapatero. Antes, el PSOE, y después de su XXVIII Congreso, se convirtió en socialdemócrata, -“hay que ser socialistas antes que marxistas”, González dixit- como el alemán, el francés, el inglés, el sueco, el noruego… Una socialdemocracia europea con la que España se tatuó después de la gloriosa Transición. No nos fue nada mal. Llegó un iluminado de ojos claros y sacó de su chistera la dichosa memoria histórica que rompió la magia de finales de los setenta y los ochenta. La tolerancia, nuestra Constitución, los Pactos de la Moncloa. Europa, los fondos de cohesión. Rodríguez Zapatero rompió la prudencia y moderación de una gran partido socialista. Y regresamos a las trinchera, al NO es NO, el NO pasarán. Un dislate. Pedro Sánchez tuvo en su mano convertirse en líder de la oposición y postularse como alternativa del gobierno popular más debilitado de la democracia. Un abstención técnica oportunamente explicada hubiera bastado. Pero optó por su propio harakiri.
    Un ilustre político de la Transición aseveró que Fraga no fue el protagonista por su soberbia, permitiendo a un mediocre abogado de provincias se llevara los laureles. Un catedrático frente a un mediocre abogado de provincias. Triunfó la ilusión, la tolerancia. Fracasó la soberbia.