Se nos quedan solos

09/03/2019 - 16:25 José Serrano Belinchón

Hablo de los pueblos; de los de esta provincia en particular y de los pueblos de las dos Castillas por añadidura. 

Hablo de los pueblos; de los de esta provincia en particular y de los pueblos de las dos Castillas por añadidura. Alguna comarca concreta, muy concreta, se libra del lamentable fenómeno social que está ocurriendo, mientras que otras, muy particulares también, experimentan la realidad contraria. Guadalajara participa de la despoblación, de manera especial en la ancha franja de la Sierra Norte y en casi todo el Señorío Molinés, en tanto que la población cumplida, se centra en una buena parte de la Vega del Henares, teniendo como puntos de referencia la capital de provincia y la industrial Azuqueca.

            En el último número de nuestro periódico se hablaba de esto. La alarma ha sonado y la solución al problema, que viene cuando menos de cinco décadas atrás, cunde en el diario vivir de nuestro medio rural de un modo preocupante. Pienso que hemos llegado tarde, que el remedio, si es que lo hubo, se debía haber aplicado muchos años antes, cuando tantos de los honrados habitantes de los pueblos, a la vista de los inconvenientes que ya apuntaban, no dudaron en hacerse el hatillo y lanzarse a la aventura camino de la ciudad. Un par de colegios comarcales para quinientos alumnos cada uno, con su correspondiente comedor escolar, y dos centros hospitalarios en cada zona de las arriba indicadas, hubiesen aminorado la huída de muchas familias.

Por aquellos años nuestros pueblos estaban vivos y muchos gozaban todavía de buena salud. Como a tantos jóvenes, me tocó vivir aquella experiencia en mis propias carnes. Era el final de los años cincuenta. Regentar la escuela de niños de Cantalojas me correspondió en suerte apenas acabar los estudios. El censo de población andaba en torno a quinientas personas, y el de niños en edad escolar (de seis a trece años) alcanzaba los cien, mitad de cada sexo. Más de cincuenta varones llegué a tener en clase, con todas las incomodidades que uno pueda imaginar.

      De entonces a hoy, la vida se ha encargado de cambiarlo todo. El número de habitantes se redujo en el pueblo a una quinta parte de lo que fue. En la única escuela, quedan escasamente una docena de alumnos entre niños y niñas. Las familias jóvenes van quedando sólo en el recuerdo, y la sensación de aislamiento en los largos otoños, inviernos y primaveras, marca el ambiente general en el que la vida se desarrolla. Los ancianos van desapareciendo por motivos de edad, y los no tanto, tengo la impresión de que piensan que la suerte está echada, que nada más se puede hacer por evitarlo. El tiempo ha jugado en contra y no es fácil buscar una solución al problema, si es que la hay.