Selénopolis


En la ciudad de Selenépolis, las mujeres recibían la misma educación que los hombres mediante un sistema educativo público. Como ven, se trata de una utopía que me atrevería a definir de cuasi socialdemócrata”. 

Selenópolis es el nombre de una ciudad imaginaria situada en el lado oculto de la Luna. Allí, las gentes que la habitan parecieran haber encontrado el equilibrio perfecto entre la libertad y la igualdad, la máxima aspiración de la humanidad desde los tiempos de la Ilustración. También aplican una cierta perspectiva feminista, incluso se diría que se han comprometido con el desarrollo sostenible. 

Si esta urbe existiera, estoy convencida de que los negacionistas de todo (de la violencia de género, de la crisis climática, de la dignidad de la totalidad de los seres humanos, del sufrimiento animal, del aniquilamiento de los recursos del planeta… hasta de la relevancia de Rousseau en la construcción la Modernidad) afirmarían que no es más que un invento de las elites que quieren manipularnos a través de la nefanda −para ellos, claro− Agenda 2030.

Pero esta «Ciudad de la Luna» ni siquiera es una fantasía actual, sino que fue concebida hace unos doscientos veinte años por un singular alcarreño, Antonio Marqués y Espejo, quien es considerado uno de los más notables precursores del género de ciencia ficción en España y, también, de la novela histórica.

«Yo nací en un lugarcillo corto de la sencilla Alcarria», nos cuenta Marqués Espejo sobre sus orígenes. Y es que nuestro paisano soñador nació en 1762 en Gárgoles de Abajo, un pueblo situado muy cerca de Cifuentes al que me siento vinculada a través de una de mis bisabuelas, que nació allí por haber sido su padre el médico de ese lugar.

Mujer leyendo en el interior de Marguerite Gérard, 1795.

El padre de Marqués Espejo era un abogado que trabajaba al servicio del XII Duque del Infantado en la gestión de su inmenso patrimonio, cuyo favor le permitió estudiar primero en la Universidad de Alcalá y luego en la de Valencia, donde se doctoró en Teología. Además, se ordenó sacerdote sin que esto fuera un impedimento para desarrollar su vocación docente y literaria.

Antonio Marqués Espejo fue un ilustrado reformista que intentó hacer compatible la innovación y la modernidad propias de sus convicciones con los preceptos de la Iglesia católica. De hecho, para que sus obras pasaran la censura, las revestía de didáctica y finalidades morales. También es justo admitir que muchas de sus obras son traducciones o adaptaciones, con aportaciones genuinas, de publicaciones francesas, como el caso de Viaje de un filósofo a Selenópolis.

En la ciudad de Selenópolis, las mujeres recibían la misma educación que los hombres mediante un sistema educativo público. Se practicaba un liberalismo económico proteccionista y los impuestos eran progresivos y universales, sin que estuvieran gravados los bienes de primera necesidad. Se facilitaba el comercio gracias a la mejora de las comunicaciones. La nobleza solo era concedida a las personas honradas. La mendicidad había desaparecido, como también las corridas de toros, la tortura y la pena de muerte. Asimismo, cada diez años enviaban a viajeros para que aprendieran de los avances de otras repúblicas.

Como ven, se trata de una utopía que me atrevería a definir cuasi socialdemócrata, en la que destaca la formación de las mujeres selenitas como condición de progreso. Ciertamente, Marqués Espejo era consciente de que para España se modernizara, las mujeres debían acceder a una educación de la que se las privaba por una supuesta incapacidad intelectual.

De esta manera, Antonio Marqués Espejo quiso erigirse en una suerte de maestro de mujeres a través de sus escritos, empleando para ello una pedagogía amena y salpicada de muy buen humor. Tampoco debe obviarse su extraordinario sentido comercial, ya que las mujeres empezaban a constituir un grupo demandante de lecturas de novelas y, sobre todo, poesía. 

Así, en 1804, «convencido de la utilidad de los papeles periódicos que tanto han servido siempre para la extensión de las letras» solicitó la licencia correspondiente para editar el suyo, al cual tituló Liceo General del Bello Sexo. Décadas Eruditas y Morales de las Damas. En el prospecto que acompañaba dicha solicitud, Marqués Espejo subrayó su deseo de proporcionar «una colección de tratados metódicos y elementales por donde las señoras puedan adquirir los útiles conocimientos de las bellas letras, de la Lógica, de la Moral y de las buenas Artes, que tanto realzan el mérito que más las ennoblece».

A pesar de que se consiguieron los dictámenes favorables de los revisores (entre ellos de Pedro Estala, juez de imprentas que manifestó «que un periódico de esta naturaleza podrá ser útil si con él se logra que las mujeres se apliquen a leer y aprender las cosas que les son necesarias para el mejor desempeño de las obligaciones que tienen o pueden tener en la sociedad»), la pretensión de sacar adelante un periódico que saliera tres veces al mes con dos secciones, una más instructiva y otra miscelánea, no pudo llevarse a cabo por motivos ajenos a la propia publicación.

Esta iniciativa infructuosa en parte me recuerda la desconsideración histórica que hacia las políticas de igualdad entre mujeres y hombres han tenido algunos partidos y las organizaciones que orbitan en torno a los mismos. Aquí lo que cuenta no es solo mantener reuniones con feministas, ni retratar esos encuentros con fotos para las redes sociales. Lo que de verdad importa es aceptar la agenda feminista y no claudicar frente a quienes, sencillamente, la detestan.