Serrano Sanz en la obra de Azorín

30/07/2021 - 17:20 José Serrano Belinchón

Don Manuel Serrano Sanz fue cronista oficial de Guadalajara; doctor en Derecho y en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid. 

Pese a estar acostumbrado a ello, uno se extraña gratamente siempre que en las páginas de los grandes maestros se encuentra con alguna referencia a las tierras de Guadalajara, a sus gentes o a su manera de vivir. Es seguro que estas tierras fueron tema permanente en el arte del buen decir, desde los primeros balbuceos de nuestro idioma. Hace algunas fechas, saltando de acá para allá en las páginas de un libo de artículos escritos por Azorín, me encuentro con uno que su autor había subtitulado ‘Intelectualidad’, dedicado a uno de los personajes más meritorios y más olvidados de esta tierra: don Manuel Serrano Sanz, alcarreño de Ruguilla, que vivió a caballo de los siglos XIX y XX, dejando para la posteridad una obra grandiosa; a él se debe haber descubierto para bien de las gentes la personalidad del autor de ‘La Celestina’, el bachiller Fernando de Rojas, disipando documentalmente las dudas y cábalas que, respecto a su autoría se habían venido presentando hasta entonces. Conozcámos la palabra docta de Azorín respecto a nuestro ilustre paisano.

“Ha nacido un niño y ha nacido en uno de los más bellos y agrestes paisajes de España. Con su florecita de romero en la mano, florecita azul, podemos ir induciendo, desde la flor a la ciudad, toda esta hermosa tierra. La Alcarria es varia y fértil. Dominan en su flora las aromáticas especies silvestres. Sacan de esas flores las silenciosas abejas néctar precioso. La ladera está tapizada de romero, tomillo, cantueso, espliego, mejorana. A lo lejos se ve una montaña azul. Cerca se abre un valle verde, sombreado por frutales. El pueblo se tiende en un declive. Las casas del pueblo son sencillas. Alguna de estas moradas es de recia  mazonería…”

Don Manuel Serrano Sanz fue cronista oficial de Guadalajara; doctor en Derecho y en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid. En el año 1905 obtuvo plaza como catedrático de Historia Antigua y Media de la Universidad de Zaragoza; en su currículum consta que fue académico de número de la Real de La Historia y correspondiente de la Real Academia de la Lengua. La muerte, acaecida el 6 de noviembre de 1932, le impidió leer el discurso de ingreso en la primera de las referidas academias. Dominaba diez idiomas entre actuales y lenguas muertas. La lectura de caracteres antiguos, tan complicados y desesperantes como nos los suelen presentar los viejos manuscritos, fueron  para este sabio alcarreño un juego apasionante.