Sí a la paz (parte I)


Las acciones de Isabel de Oyarzábal, cuyo marido fue gobernador civil en Guadalajara en 1931, no resultaron ajenas a la sociedad alcarreña.

Vivimos tiempos convulsos en los que la guerra asola buena parte del planeta y desestabiliza al mundo entero. Tanto la guerra tradicional como otras nuevas y sofisticadas modalidades bélicas nos inducen a entrar, progresivamente, en un estado de miedo e incertidumbre en el que los principios ilustrados de libertad, igualdad y solidaridad son sustituidos por otros más vinculados a la seguridad y al individualismo exacerbado. Y quizás lo peor no sea la sustitución, sino las reformulaciones espantosas que algunos dirigentes políticos hacen de la libertad, o de la justicia social, para −en mi opinión− legitimar lo que no es ni más ni menos que avaricia y egoísmo.

Flavio Vegecio dijo aquello de «si vis pacem, para bellun» (si quieres la paz, prepárate para la guerra). Me parece terrible. No soy ingenua y sé muy bien que con las reglas de funcionamiento de este mundo la guerra en sus distintas formas no parece evitable. Sin embargo, siendo la guerra y la violencia características del sistema patriarcal, la construcción de una civilización feminista conlleva intrínsicamente un cambio de paradigma que nos conduce a otro planteamiento: si quieres la paz, prepárate para la paz. Es por ello que el feminismo y el pacifismo en muchas ocasiones han llevado caminos paralelos y en muchos puntos convergentes.

La Primera Guerra Mundial, que se desató en el verano de hace ciento diez años (1914-1918), conmocionó enormemente a una sociedad que nunca antes había participado en un conflicto con tan elevado número de personas muertas. Fueron muchos los intelectuales como Graves, Heminway o, en el caso de España, Blasco Ibáñez, que escribieron con la intención de desmitificar la guerra y denunciar lo que de verdad ocurría en el campo de batalla. También Virginia Woolf, ya en las vísperas de la Segunda Guerra Mundial, en su ensayo Tres guineas se cuestionaba cuáles eran los verdaderos intereses que animaban las guerras. 

Familia Palencia/Oyarzábal en la embajada de España en Suecia en 1938. Fuente: Los intelecturales de la Segunda República.

En este sentido es remarcable cómo la Gran Guerra catalizó en torno a la paz y al desarme a mujeres que desde el siglo pasado (el XIX) ya se estaban organizando en torno a estos valores, las cuales pedían no solo frenar la guerra, sino que exigían una paz permanente, promover una cultura a favor de la paz desde la infancia y reconocer derechos civiles y políticos a las mujeres para que pudieran influir en las decisiones gubernamentales. En este contexto, en 1915 se constituyó en La Haya la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (WILPF en sus siglas en inglés) que se unía a las otras dos entidades feministas internacionales más potentes y dinámicas, la Alianza para el Sufragio Femenino y la Federación Internacional de Mujeres Universitarias.

En estas tres organizaciones participaron mujeres españolas que se esforzaron por instituir secciones nacionales en nuestro país. María de Maeztu, Clara Campoamor, Isabel Oyarzábal… son muchas las congéneres que merecerían ser nombradas, pero permítanme que me detenga en esta última, en Oyarzábal, a quien mencionamos en la Vindicación publicada hace dos semanas (Más mesura) por su alegato a favor de la democracia.

Isabel Oyarzábal Smith, que nació en Málaga en 1878 y murió en el exilio −en México− en 1974, se encuentra vinculada a nuestra provincia a través de su marido, quien fue nombrado Gobernador Civil de Guadalajara en 1931. Ceferino Palencia, que fuera calificado como el «decano de los gobernadores de la República», allá por donde pasó dejó una honda huella de cordialidad, talento y simpatía, como muestra el bastón de mando, adquirido por suscripción popular, con el que Guadalajara le obsequió cuando fue destinado a Teruel.

En el breve tiempo que se mantuvo al frente de la Gobernación en Guadalajara, organizó la célebre carrera motorista de las XII Horas −que para esa ocasión se había trasladado de Guadarrama a la Alcarria− de más de cincuenta y siete kilómetros de curvas cerradas, largas rectas y clima adverso, que supuso un éxito de público y, sin duda lo más importante, un acercamiento a la modernidad. La carrera discurrió por la capital, Chiloeches, El Pozo, Aranzueque, Tendilla y Horche y contó con la colaboración entusiasta de comerciantes, vecindad y autoridades (entre las que cabe mencionar al diputado Serrano Batanero tantas veces aludido en nuestra Vindicaciones por su compromiso con la democracia y los derechos de las mujeres).

Además, las acciones de Isabel de Oyarzábal no resultaban ajenas a la sociedad alcarreña, para lo cual sirva de ejemplo cómo en Flores y Abejas se hacían eco de su presencia en Ginebra «como delegada de España en la Sociedad de Naciones (…), habiendo intervenido con gran acierto, en las deliberaciones de dicho organismo internacional». No fue la primera vez ni la última en la que Oyarzábal participaba en foros internacionales; desde 1936 hasta el 39 fue embajadora en Suecia y Finlandia, donde se opuso a la política de no intervención en la guerra civil española, experimentando una contradicción en la que muchas nos vemos representadas: «El sentimiento de desear la paz, y ansiar que otros vinieran en ayuda de mi país, de condenar el armamento por un lado y sin embargo pedir más armas por otro, de sentir devoción por la vida humana pero desear su destrucción a veces son sentimientos contradictorios que han reafirmado otros. Entre ellos la convicción de que la democracia es el único sistema político en donde la gente puede ser feliz. El odio es la fuerza más destructiva que un país puede sufrir y que la libertad es las más preciado de los dones».

En la próxima Vindicación profundizaremos a través de la figura de Isabel Oyarzábal en cómo el movimiento feminista de entreguerras se posicionó a favor de la paz. Por desgracia las feministas no consiguieron impedir la Segunda Guerra Mundial a pesar del estremecimiento que provocó la primera, pero, sin ánimo de ser tremendista, de sus enseñanzas algo podremos sacar para intentar acabar con la faceta más ominosa del ser humano que no es otra que la guerra en todas sus versiones.