Sin bandera

01/02/2019 - 14:32 Emilio Fernández Galiano

Delibes les hubiera retratado como al señorito trasnochado procurando conservar su derecho de pernada.

Acabó enero y parece que ni se han retirado los adornos navideños. Febrero es el corto y con marzo llegará la primavera, después la Semana Santa y al poco los primeros calores. Así que en nada ya estamos preparando las Fiestas de Sigüenza. Da vértigo ver cómo pasa el tiempo. Ésta es una carrera delirante, fugaz, efímera. De ahí la necesidad de fijar referencias, asentar algunas tradiciones y recordar nuestro pasado, no vaya a ser que seamos sólo como el polen al albur del viento, una cáscara de nuez en la corriente o una gota de agua deslizándose por el desagüe. 

Pero lo bueno de este frenesí es la velocidad con la que avanzan la ciencia y las nuevas tecnologías, sabiamente aprovechadas. Una y otra, además, se combinan con frecuencia conquistando, cada vez con mayor rapidez, terrenos vetados hasta ahora. Y eso es reconfortante. Tal vez algo inquietante, pero sin duda conveniente. 

Por tal razón, “la guerra del Taxi” es para mí inexplicable e injustificable. En primer lugar porque no se puede ir contra el tiempo y sus nuevas herramientas, por más que ellos lo cuantifiquen en ocasiones generosamente. Tampoco se puede ir contra el mercado y su libre competencia, por más que hasta ahora contaran con privilegios exclusivos. El caso es que por un celo malentendido, se han metido en un buen atasco perdiendo la buena imagen que hasta ahora pudieran conservar. 

 

Delibes les hubiera retratado como al señorito trasnochado procurando conservar su derecho de pernada. Mal asesorados han estado en esta guerra también mediática pues, al fin y al cabo, han transmitido violencia, prepotencia e indolencia. Violencia en sus enfrentamientos con su competencia, rasgando ruedas o rompiendo cristales. Prepotencia al ocupar la calle sin ser multados, colapsando las ciudades en perjuicio de sus ciudadanos o amenazando a los políticos cercando las sedes de sus partidos o administraciones públicas. E indolencia por ignorar el perjuicio que pueden provocar -en Barcelona ya lo han hecho- a miles de conductores que honradamente se ganan su sueldo. 

No es éste rincón para analizar una a una sus reivindicaciones, supongo que tendrán razón en muchas o pocas, no lo sé, pero sí sé que la competencia es buena, que vivimos en una economía de mercado y que los avances tecnológicos son irreversibles, como lo será el futuro coche sin conductor. Tendremos que adaptarnos, como lo han hecho en otros sectores. Respecto a la hipotética pérdida de valor de sus licencias, que pregunten a otros sectores que la crisis se los llevó.

Antes, los taxis llevaban una bandera metálica, bajar la bandera era iniciar el viaje. Incluso se establecía un fijo por la “bajada de bandera”. Lo más curioso es que esa bandera, en lo más alto, lucía la palabra LIBRE. Vaya paradoja. Ahora ya no hay banderas, ahora lucen una lucecita verde si no está ocupado. Una pena, ya no lucen el LIBRE en sus banderas y sus luces cada vez son más pequeñas.