Un jueves de montaña rusa: del tedio ruso a la emoción china, pasando por Hollywood y Francia.
El séptimo día del Festival de San Sebastián comenzó temprano y con una gran dosis de paciencia. La jornada se abrió con la película rusa Foreign Lands, incluida en la sección Nuevos Directores, dirigida por Anton Yarush y Sergey Borovkov. Una propuesta tan arriesgada como tediosa, que arranca con un larguísimo plano fijo. El silencio sepulcral de la escena se prolonga tanto que el público empezó a mostrar signos claros de aburrimiento. Fue una experiencia casi hipnótica, pero más cercana a la lucha por mantenerse despierto que a la emoción cinematográfica.
La segunda película del día llegó desde Estados Unidos: Jay Kelly, que ya había pasado previamente por el Festival de Venecia. Protagonizada por George Clooney y Adam Sandler, cuenta la historia de un famoso actor y su representante. La trama reflexiona sobre la fama y sus costes, mostrando a un hombre que, en la cúspide de su carrera, se ve obligado a mirar atrás y afrontar los errores cometidos con su familia y amigos. Es una película amable, con buenas intenciones y cierta calidez emocional, aunque no trasciende más allá de la empatía momentánea que despierta hacia sus protagonistas.
La tarde trajo el gran descubrimiento de la jornada: la producción china Her Heart Beats in Its Cage, dirigida por Xiaoyu Qin, incluida en la Sección Oficial. Basada en hechos reales, narra la historia de una mujer que pasa diez años en prisión acusada del asesinato de su marido. Al salir en libertad, se enfrenta a la dura realidad: su hijo ha sido criado por su suegra y su mundo ha cambiado por completo. La película ofrece un retrato impactante de la vida en la cárcel y de la lucha de esta madre por recuperar su lugar en la sociedad y en la vida de su hijo. Con una puesta en escena sobria y un pulso narrativo firme, se convirtió en la gran salvación de un día que hasta entonces había sido irregular.
Dentro de la sección Perlas, llegó después Die My Love, dirigida por la cineasta escocesa Lynne Ramsay, que vive y trabaja en Estados Unidos. La cinta está protagonizada por Jennifer Lawrence y Robert Pattinson, quienes interpretan a una pareja que habita en un hogar tan caótico como sus propias vidas. Sus personajes, desordenados y moralmente cuestionables, arrastran al espectador a un mundo decadente y desagradable. La película intenta ofrecer una mirada profunda sobre la toxicidad y la autodestrucción, pero se queda a medio camino, sin lograr emocionar ni provocar la reflexión que pretende.
Para cerrar la jornada, se proyectó la película francesa Vie privée (Vida privada), dirigida por Rebecca Zlotowski. La protagonista es Jodie Foster, que interpreta a Lilian Steiner, una prestigiosa psiquiatra que inicia una investigación personal sobre la muerte de uno de sus pacientes, convencida de que no se trata de un suicidio, como se había dictaminado oficialmente. El reparto incluye también a actores franceses de renombre como Daniel Auteuil, Mathieu Amalric, Virginie Efira y Vincent Lacoste. El filme combina thriller, intriga y drama, pero la mezcla no termina de funcionar. A pesar de algunas escenas potentes y de la impecable interpretación de Foster, el resultado final deja una sensación de confusión y falta de cohesión narrativa.
Este jueves, en medio de la maratón cinéfila del Festival de San Sebastián, entre el pase matinal de la película rusa Foreign Land y la proyección norteamericana de Jay Kelly, el Zinemaldia vivió una de sus ruedas de prensa más esperadas y concurridas. El equipo de The Ballad of a Small Player, dirigida por Edward Berger, se presentó ante una sala abarrotada de periodistas ansiosos por conocer los secretos de este proyecto rodado en Macao y Hong Kong. Acompañando al director estuvieron las dos estrellas de la película: Colin Farrell y Fala Chen, que derrocharon simpatía y complicidad durante el acto.
La primera pregunta, inevitable, se dirigió a Colin Farrell, quien habló sobre el proceso de construcción de su personaje y la experiencia de rodar en dos enclaves tan fascinantes como Macao y Hong Kong. El actor irlandés, visiblemente entusiasmado, relató que pasó semanas explorando el ambiente de los casinos locales, observando de cerca la dinámica de los jugadores y charlando con directores de casinos para captar la autenticidad que exigía la historia. Como anécdota divertida, confesó que el equipo de rodaje tuvo que enfrentarse a estrictas normativas relacionadas con el manejo de dinero, dado que la película muestra cantidades enormes en las mesas de juego.
“Nos vigilaban constantemente —contó riendo—, porque con tantos miembros en el equipo y tanto dinero ficticio en circulación, los responsables de los casinos querían asegurarse de que no se produjera ningún incidente”.
Farrell también se deshizo en elogios hacia Macao, describiéndola como “una ciudad de contrastes fascinantes”. Destacó la modernidad deslumbrante de la zona dedicada al juego, con rascacielos y luces de neón, frente a la belleza decadente de la parte antigua, con sus calles empedradas, iglesias históricas y cafés llenos de encanto. “La gente fue increíblemente amable y servicial, me sentí como en casa”, afirmó, asegurando que su estancia allí fue una de las experiencias más gratas de su carrera.
El turno después fue para Edward Berger, a quien un periodista planteó si había tomado como referencia Casino Royale, por la similitud superficial de escenarios con mesas de juego y grandes apuestas. Berger fue tajante:
“Mi película no tiene que ver con el mundo del juego en sí. Quería hablar de algo mucho más íntimo: la búsqueda de la paz interior, el viaje personal de dos almas heridas que se encuentran y, en el proceso, se redimen mutuamente”.
Sin embargo, el director sí reconoció una influencia directa cuando otro periodista mencionó Deseando amar de Wong Kar-wai. Berger admitió que esta obra maestra del cine asiático fue una gran inspiración, sobre todo en la elección de Macao como escenario:
“Desde que concebí la historia en mi cabeza, supe que debía desarrollarse en Macao. Esa atmósfera electrizante, la mezcla de luces de los casinos, los colores nocturnos y la energía que se respira allí eran el marco perfecto para mi relato. No podría haber sido en ningún otro lugar”.
En un momento más distendido, alguien comentó que el personaje interpretado por Colin Farrell recordaba ligeramente al carisma clásico de David Niven, una observación que provocó risas entre los presentes. Farrell, con humor, respondió que “seguramente el parecido se debe solo al bigotito del personaje”, restándole importancia a la comparación.
La rueda de prensa concluyó con una larga ovación por parte de los periodistas, que no solo agradecieron la sinceridad del equipo, sino que quedaron fascinados por el proyecto. The Ballad of a Small Player se perfila como una de las películas más elegantes y emotivas de esta edición del festival, combinando el magnetismo visual de Macao con una historia de emociones profundas y redención personal.
Este jueves 25 de septiembre ha sido un día de contrastes en el Zinemaldia: desde una ópera prima rusa que puso a prueba la paciencia de los espectadores hasta una película china que emocionó y conmovió, pasando por una propuesta hollywoodiense cálida pero discreta, un drama estadounidense fallido y un thriller francés ambicioso pero irregular. Un viaje cinematográfico que refleja la diversidad —y también la irregularidad— que caracteriza a un festival tan vibrante como el de San Sebastián. Mañana será otro día, y con él, nuevas oportunidades para sorprendernos en la oscuridad de la sala.