Una guadalajareña pide responsabilidades al Consulado en Tánger tras la muerte de su hijo

04/10/2013 - 13:05 B.P.O.

La historia de la familia Martín es un drama difícil de entender y aceptar. El 30 de julio el joven guadalajareño Mustafa El Ouahabi Martín, de 20 años, hijo de Pilar Martín Sobrado, se marchó de vacaciones a Marruecos para visitar a su padre, divorciado de su madre desde hacía años. Después de solo unos días en el país africano, concretamente, el 9 de julio, sufrió un accidente cuando viajaba en un coche camino de la playa junto a otros tres amigos. Todos ellos perecieron en el acto. “Ocurre a la una de la tarde hora tangerina. Mi exmarido no me llama. Me entero a las seis y media de la tarde por la madre de uno de los niños, que reside aquí”. Como no hay billetes de avión deciden, Pilar y su hermana Carmen Martín, coger el coche sin dilación para viajar a Marruecos, lo que suponen más de siete horas de viaje. “En ese proceso, se empiezan las llamadas al Consulado, se mandan dos correos al Consulado diciendo que ha muerto mi hijo, el nombre, DNI, que es español y que tememos que el padre lo entierre”, cuenta Pilar con un hilo de voz, advirtiendo ya de su sospecha de que el padre del niño, por la mala relación que mantenía con ella, decidiera cobrarse su “venganza” enterrando allí a Mustafa.
Cuando llegan al puerto de Algeciras, Pilar Martín no puede entrar al país porque su pasaporte está caducado. Ruegan que les permitan acceder lo antes posible. “Tuve que esperar a las nueve de la mañana a hacerme el pasaporte, así que llegamos al día siguiente a las doce del mediodía”. Allí, les recibe el agregado de Interior y piensan aliviadas “qué bien, que el Consulado está por medio’”. Sin embargo, “el señor Juan Carlos Puebla –el agregado– nos dice que no ha tenido noticias sobre el fallecimiento de un español” y añade que “al pisar territorio marroquí tu hijo ya es marroquí porque su padre lo es”, según la versión de la familia. Pilar Martín le recrimina que si su hijo, con 20 años, hubiera querido ser marroquí, “se habría hecho la doble nacionalidad”. Después, se dirigen rápidamente a la morgue a ver a su hijo y allí encuentran al padre. “¿Qué vienes, a robar a tu hijo?”, cuenta la madre que le replica éste. Acto seguido le comunica que le van a enterrar y se encaminan a toda velocidad al cementerio marroquí. Para encontrarle tienen que ir preguntando a los lugareños en el árabe que recuerda la madre. Al llegar, Pilar, Carmen y un tercer hermano que acaba de llegar presencian impotentes el entierro de Mustafa en un osario musulmán.
A partir de ahí comienza la lucha de la familia en varios frentes: comprender el accidente, pedir responsabilidades al Consulado de España en Tánger y recuperar el cuerpo de Mustafa El Ouahabi Martín para que sus restos reposen en España, su país de nacimiento y el lugar en el que se ha criado durante toda su vida.
“Ahora mismo lo que quiero es pedir responsabilidades al Consulado por no hacer nada, porque a mi hijo no le han tratado como a español, a nosotros no nos han hecho ni caso, que hemos tenido que batallar para conseguir documentos allí que es inimaginable. Lo mínimo es que conozcan las leyes y el idioma”, cuenta la madre. Su hermana apostilla que “nos hemos encontrado con muro tras muro, cuando se supone que el Consulado para algo tiene que estar”.
Al Consulado español en Tánger le lanza una pregunta: cómo se sentirían en la misma situación, siendo españoles, viviendo en España, teniendo un hijo español que fallece en Marruecos y al que entierran allí, a cientos de kilómetros: “que no puedas llorar a tu propio hijo todos los días, que es lo que a mí me apetece. Quiero hacerlo público porque es una injusticia y le ha pasado a más gente”.
En contraposición, todo son alabanzas para el pueblo marroquí: “Ahora voy allí cada dos por tres a ver la tumba de mi hijo. Allí han estado once chicos españoles, sus amigos, con una tía, una sobrina y una madre haciendo la lápida a su hijo. Yo he entrado sin pañuelo en la cabeza, los amigos de mi hijo en pantalón corto… Nos bajaban zumos, nos invitaban a merendar. Yo me he tirado todo el día en el cementerio”, recuerda. Y es que mientras los restos de Mustafa permanecen en Marruecos, la familia se ha encargado de perimetrar y adornar su tumba, un lugar que Pilar visita frecuentemente.
Esta redacción se ha puesto en contacto con el Consulado de España en Tánger donde, después de un importante periplo telefónico explicando lo sucedido, aún no ha obtenido la respuesta del cónsul. También pudimos contactar con el agregado que atendió a la familia a su llegada, quien señaló que, efectivamente, conocía el caso, pero rechazó dar explicaciones al considerar que no era de su competencia directa. “No es la opinión que tenemos desde aquí ni mucho menos. No fueron así los hechos. Se le dio la asistencia debida en todos los órdenes”, argumentó.
La familia también ha iniciado la denuncia para esclarecer en qué circunstancias se produjo el accidente de tráfico, que incluso apareció publicado en un medio local. Al parecer, un todoterreno se saltó un stop, lo que hizo que un autobús acabara impactando contra el vehículo en el que viajaban los jóvenes, aplastando su habitáculo.
 El joven Mustafa estudió en el colegio Rufino Blanco y en el instituto Castilla y era español, no tenía nacionalidad marroquí. Era muy conocido en el entorno de la calle Alamín, donde reside la familia y donde compartía ratos de diversión junto a su grupo de amigos del barrio, que también ha acompañado a la familia en los momentos más difíciles.
 “Yo he sido su madre y su padre toda la vida”, cuenta Pilar con la emoción contenida. Su abogada trabaja ya en el proceso de repatriación del cuerpo. “En otra situación, si hubiera salido como tenía que salir, él estaría aquí”, concluye con contundencia Carmen.