Una primavera anticipada recibe a las botarga y mascaritas de Almiruete
A las cuatro en punto de la tarde, con tiempo primaveral de casi veinte grados centígrados, sol radiante, y un espléndido olor a campo en puertas de florecer, Miguel Mata, uno de los botargas que se empeñó en retomar la tradición del desfile, allá por el año 1985, hacía sonar el cuerno de toro, anunciando que las botargas estaban a punto de aparecer.
Los sucesivos toques, graves, encontraban el eco del sonido de los cencerros, más agudos, que los botargas llevan siempre convenientemente atados a la espalda. En esta ocasión, hacían su aparición procedentes de la Peña Lengua. El paraje está a cerca de un kilómetro del pueblo, a espaldas del caserío y hacia el oeste, escondido entre la montaña y su vegetación. Sólo después del final del desfile las botargas hacían público el lugar.
Víctima de la despoblación del campo español, la tradición se había perdido en el año 1964. Y fue el propio Mata, con otros tres veteranos botargas, que habían desfilado en el último carnaval, apoyados ya por otros más jóvenes, quienes recuperaban por completo esta costumbre, que se remonta en el pasado almiruetense en la noche de los tiempos.
Con el paso de los años, fueron quedando atrás los primeros desfiles, menos concurridos, y desde luego también alguno de antaño, de los primeros sesenta, que se llegó a hacer sin mascaritas. Hoy, el carnaval de Almiruete es Fiesta de Interés Turístico Provincial, aspirante a serlo también Regional, y no hay año en el que desfilen menos de medio centenar de personajes, entre botargas y mascaritas, como ha sido el caso en 2017, pertenecientes además a varias generaciones, lo que asegura sin duda la continuidad de la tradición.
Desde las tres de la tarde, las botargas se habían preparado, vistiéndose con celo, y de acuerdo exactamente con la tradición, a resguardo de la Peña, escondite natural que este año ha sustituido a las tainas de ganado y al camino del Tirador, por el que bajaron al pueblo el año pasado. Pasadas las cuatro, aparecían en el caserío del pueblo, caminando de oeste a este, en lo alto de la colina sobre la que se acuesta el pueblo, con las caras tapadas por sus espectaculares caretas. La primera calle que han pisado ha sido la del Pilar, a la altura de la Fuente que lleva ese mismo nombre. Irreconocibles con sus máscaras, las exhibían orgullosos, precedidos siempre por Miguel Mata y epilogados por Demetrio Serrano, otro de aquellas primeras, y ya veteranas, botargas de 1985. Ambos lucían dos curiosos sombreros, con rosa blanca, que también forman parte de la parafernalia del carnaval.