75 años del 'renacimiento' de la Semana Santa
En la Semana Santa de 1946 salieron por primera vez acompañando a sus respectivos pasos titulares dos de las Cofradías capitalinas más señeras, la de la Pasión del Señor y la de Jesús Nazareno.
Va a darse la lamentable circunstancia de que el año en que se cumplirán tres cuartos de siglo del “renacimiento” de la Semana Santa arriacense tras la Guerra Civil, ésta haya de condicionar y reducir su celebración a actos litúrgicos de limitado aforo en las iglesias de la ciudad, suspendiéndose, por segundo año consecutivo, las tradicionales procesiones de este tiempo, por causa de la pandemia que hace ya más de doce meses se coló en nuestras vidas por una rendija y ahora es apenas una rendija el campo a través del cual podemos ver la vida. Consolémonos con que no hay mal que cien años dure, aunque el que está provocando el dichoso coronavirus ya va camino de consumir dos.
Me he permitido calificar de “renacimiento” lo que ocurrió en la ciudad de Guadalajara en la Semana Santa de 1946 porque fue en ese año cuando se fundaron dos de las Cofradías capitalinas más señeras, la de la Pasión del Señor y la de Jesús Nazareno, y ambas salieron por primera vez en procesión acompañando a sus respectivos pasos titulares. Los primeros años que sucedieron al final de la Guerra Civil, las celebraciones de este tiempo, especialmente las procesiones, estuvieron seriamente condicionadas y empobrecidas por el hecho de que varias imágenes que procesionaban antes del conflicto bélico fueran destruidas durante su transcurso al ser incendiada intencionadamente la ermita de la Soledad en la que se albergaban. Así, la imagen antigua de la Virgen de la Soledad, un Cristo Yacente y un Cristo atado a la columna, entre otros pasos, fueron pasto de las llamas en 1936.
En la ermita de la Soledad -que estaba situada frente a San Ginés, al inicio del paseo de las Cruces y a un costado de la plaza de Santo Domingo- y en otras iglesias y ermitas de la ciudad, se albergaron también durante siglos numerosas imágenes que formaron parte de pasos procesionales de nuestra Semana Santa histórica. Algunas de ellas, magníficas, eran obras de afamados escultores y pintores de Guadalajara, incluso anteriores al gran imaginero Gregorio Fernández, como es el caso de Tamayo, Barrojo, López de la Parra o los Hermanos Rueda, artistas que también produjeron las imágenes de muchos pasos de Semana Santa de pueblos de la provincia. Hay noticias ciertas de la existencia de un magnífico y espectacular descendimiento de la cruz, conformado por ocho figuras, y de un Cirineo, compuesto por cuatro, obra de los Hermanos Rueda. Estas figuras, con el paso de los siglos, desaparecieron por motivos desconocidos, mientras que ya hemos relatado cómo lo hicieron, en forma de llama y pavesa, las que tuvieron su triste final en la Guerra Civil.
Conforme a lo ya dicho, tras el conflicto bélico, disueltas las cofradías y desaparecidos sus pasos, la ciudad de Guadalajara celebró la Semana Santa durante un lustro de forma muy discreta y limitada en lo referente a manifestaciones religiosas populares de calle, especialmente procesiones. Así, en 1940, tan solo tuvieron lugar dos procesiones: un vía crucis presidido por el gobernador civil y acompañado por una banda de cornetas y tambores de las organizaciones juveniles franquistas, y el traslado de una imagen de la Virgen de la Soledad -obra de Fernández Andes que suplió temporalmente a la desaparecida en la guerra- desde San Nicolás hasta su desaparecida ermita. Sin duda se trató de un gesto público de desagravio que confirma el hecho de que la imagen sucedánea se colocó solemnemente en el espacio que en su día ocupaba la original en el solar de la ermita arrasada por el fuego, potenciando su halo y visibilidad pública con un gran reflector. La procesión se limitó al recorrido de ida y vuelta desde San Nicolás a Santo Domingo, acompañada por numeroso público y escoltada por miembros de un Regimiento de Ametralladoras que en ese momento tenía su cuartel en la capital alcarreña. Al año siguiente, la Hermandad de la Soledad -la más antigua de las de Semana Santa de la ciudad, pues fue fundada en 1469- ya pudo procesionar con la nueva imagen que José Martínez Duches talló, inspirada en la desaparecida en la Guerra Civil, gracias a una fotografía conservada por la familia Esteban Parada. Hasta 1946, la única procesión acompañada de paso con imagen que se celebró en la Semana Santa de la ciudad fue la de la Soledad, si bien ésta se iniciaba siempre con la de palmas el domingo de ramos, entre San Nicolás y la plaza Mayor -entonces llamada de José Antonio-, y también se llevaba a cabo un vía crucis que en 1945 partió de la cárcel y llegó hasta el cementerio.
Había languidecido tanto la Semana Santa de Guadalajara por el trauma de la Guerra Civil y sus consecuencias de todo tipo, especialmente las iconoclastas, que en 1942 el ayuntamiento capitalino aprobó una moción presentada por el entonces segundo teniente alcalde, el gran fotógrafo Tomás Camarillo, “para laborar y contribuir a la formación en esta capital de un acervo artístico-religioso, típico y propio, mediante la solemnización de la Semana Santa”; la Corporación designó al propio Camarillo como presidente y ponente de una comisión que se creó a tal efecto. Precisamente, la fotografía de la antigua ermita de la Soledad que acompaña este artículo fue tomada por él antes de la guerra y gracias a ella podemos ver su notable arquitectura.
Un año después de aprobarse aquella moción, no estando acreditada la relación de causa-efecto que pudo haber en ello, comenzó a gestarse el nacimiento de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, si bien no fue hasta abril de 1946 cuando se fundaría oficialmente, siendo su impulsor Pedro Sanz Vázquez, quien ya había sido alcalde de la ciudad unos meses, entre 1939 y 1940, y después volvería a detentar la alcaldía, entre 1951 y 1963, siendo el munícipe más duradero y destacado del período franquista. En 1943 y 1944 ya salió una procesión del Nazareno, pero aún sin la magnífica imagen de Cruz Solís que aún hoy pervive y que no llegaría hasta 1946, sino con un “crucifijo” -así lo nominan las crónicas de la época-, escoltado por voluntarios de la División Azul, miembros de Acción Católica y unidades militares de la ciudad. En 1943, ese crucifijo del Nazareno salió precediendo a la imagen de la Virgen de la Soledad y en 1944 procesionó en solitario por la mañana, mientras que la Soledad lo hizo por la tarde.
Como hemos adelantado, en 1946 la ciudad vio renacer o resurgir, como prefieran, su Semana Santa, al menos desde el punto de vista de la religiosidad popular, al incorporarse a su programa las procesiones de Jesús Nazareno, con sede canónica en San Nicolas, y Nuestro Padre Jesús de la Pasión, con sede en Santiago. Este último paso, inicialmente iba a llamarse “Jesús del Gran Poder” y su salida a la calle se gestó un año antes, cuando en abril de 1945 se produjo una primera reunión, instada por el industrial local, Manuel López, para fundar una nueva cofradía que, finalmente, adoptaría el de la Pasión como nombre. Aquella convocatoria fundacional, presidida por el entonces párroco de Santiago, Teodoro del Álamo, entusiasta de la idea, fue todo un éxito, hasta el punto de que en octubre de ese mismo año ya se encargó al prestigioso imaginero madrileño, Jacinto Higueras, la realización del paso, que llegó a la ciudad en marzo del 46. Su primera salida a la calle en procesión estaba prevista para el Jueves Santo, pero la lluvia lo impidió. Era tal la avidez del medio centenar largo de hermanos que en ese momento conformaban de derecho la neonata cofradía que, al día siguiente, Viernes Santo, pese a no estar inicialmente previsto, salió en procesión por primera vez el paso de la Pasión, a las 11 de la noche “de forma improvisada, pero en perfecto orden y compostura”, como literalmente describe el momento Nueva Alcarria en su número de 20 de abril de aquel año.
La revitalización de la Semana Santa arriacense en la posguerra, especialmente vivida en 1946, tuvo su continuación al año siguiente cuando se incorporó al movimiento procesional local el paso de la Virgen de los Dolores, partiendo desde Santa María. La dolorosa fue acompañada en su primera salida a la calle por los dos pasos que, en ese año, ya portó la Cofradía de la Pasión: el del Cristo homónimo -que la prensa local aún seguía llamando “Jesús del Gran Poder”- y el Cristo de la Agonía. Ya en el siglo XVI hay noticias en los archivos parroquiales de la concatedral de una “muy activa” hermandad o cofradía denominada “de la esclavitud de Ntra. Sra. de los Dolores”, si bien ésta no se formalizó en su época actual hasta el verano de 1949, cuando un grupo de hombres y el entonces párroco, Agustín Fernández de la Guerra, constituyeron la actual Cofradía de este mismo nombre. También en 1949 se dan los primeros pasos para la constitución de la Hermandad de la Esperanza, promovida por Andrés Luna, el presidente del colegio de agentes comerciales de Guadalajara y cuyo paso titular procesionó por primera vez en 1950, erigiéndose canónicamente la cofradía dos años después. La última hermandad en sumarse a la Semana Santa de Guadalajara fue la del Cristo del Amor y de la Paz, con sede canónica en San Ginés, fundada en 1962 e impulsada por su entonces carismático párroco, Julián García, sencillamente “Don Julián”, hermano de Teresa, una de las tres beatas mártires carmelitas de Guadalajara.