
Ramón de Garciasol en el recuerdo, un 'poeta de cuerpo entero'
En sus cuadernos despliega un humanismo social desbordante, limitado por la censura, si bien practicando el posibilismo, como Buero y tantos otros del llamado exilio interior.
Tras dedicar el anterior “Guardilón” a Buero Vallejo por la feliz ocasión del regreso de su Historia de una Escalera al Teatro Español, 75 años después de que fuera estrenada en esas mismas tablas de la madrileña plaza de Santa Ana, hoy vamos a recordar a un íntimo y muy querido amigo suyo, además de paisano, pues era natural de Humanes, Miguel Alonso Calvo (1913-1994)-para el registro civil-, Ramón de Garciasol para la literatura y la historia. Buero y Garciasol se conocieron en las aulas compartidas del Instituto General y Técnico de Guadalajara-que es como se llamaba entonces el actual Liceo Caracense-, en el viejo palacio de don Antonio de Mendoza, donde ambos hicieron el bachillerato y cultivaron una intensa y leal amistad que se prolongó de por vida. Además de paisanaje, amistad y vocación literaria, ambos compartieron ideas de izquierdas y afección republicana, penando por ello: Buero siendo condenado a muerte al acabar la Guerra Civil y estando en prisión 7 años hasta que le conmutaron la pena y fue puesto en libertad en 1946, y Garciasol siendo recluido también en la primera mitad de los años 40 en campos de concentración y en batallones de prisioneros, hasta que igualmente fue liberado y, como su amigo “Toni”, obligado a vivir en el llamado “exilio interior”. Así se refería Buero a la afección que le unía con Garciasol en el prólogo que escribió para la obra titulada “Ramón de Garciasol, segunda selección de mis poemas” (1980): “Escribo por y para esa amistad: desde el bachillerato -trece años él, diez yo- hasta hoy, medio siglo ha pasado de lealtad y afecto, en el que las alegrías y éxitos de cualquiera de los dos lo han sido también del otro (…)”. Por su parte, el poeta humanense, siempre que tuvo ocasión, habló de su amistad con el dramaturgo arriacense con palabras muy cálidas y encendidos elogios, tanto a su persona como a su talla literaria; estos versos que le dedicó a Buero en la revista Anthropos en 1987 son una palmaria muestra de ello: Antes, / Antonio memorable, / regalo que me trajo el aire / que sopla donde quiere, los azares / múltiples de lo humano variable (…).
Miguel Alonso Calvo, que como ya hemos dicho al principio es el verdadero nombre que está detrás del seudónimo de Ramón de Garciasol, nació en Humanes el 29 de septiembre de 1913, exactamente tres años antes de que Buero lo hiciera en Guadalajara. Le pusieron el nombre de Miguel porque el día que nació se celebra la festividad del arcángel santo homónimo, pero también porque san Miguel es el titular de la bella iglesia románica de Beleña de Sorbe-en la que destaca su artístico mensario-, el pueblo natal de su padre, Fermín, un zapatero remendón o de portal, como él mismo proclamaba sin complejos. La madre del escritor y poeta era de Hiendelaencina, sus abuelos paternos, de Beleña, y los maternos, él de Alarilla y ella de El Cubillo de Uceda, por lo que sus raíces guadalajareñas no son precisamente someras. Miguel Alonso aún, pues no adoptó el seudónimo de Ramón de Garciasol hasta la posguerra, precisamente para “despistar” a quienes sabían de su ideología y militancia en la revanchista y dura España de aquel momento, vivió una infancia feliz en Humanes, como siempre que tuvo ocasión reconoció públicamente, sobremanera a Paco Lozano Gamo, prolífico corresponsal de Nueva Alcarria en aquella zona campiñera y con quien fraguó una especial amistad en los últimos años de vida del escritor. Lozano contribuyó, de manera decisiva, al regreso físico de Garciasol a su tierra de origen y también al afectivo, constituyéndose casi en el biógrafo, más bien notario, de ese reencuentro del escritor con sus orígenes, resumido en la obra titulada “El regreso para siempre de Miguel Alonso Calvo a su tierra y ríos”, firmada por él y editada por la Diputación Provincial en 2013, con ocasión del centenario de su nacimiento.
Buero y Garciasol en la inauguración de la calle a él dedicada en La Rambla, junto al entonces alcalde en funciones, Javier García Breva (Septiembre 1974). Foto: Jesús Ropero
El hijo del zapatero de Beleña, avecindado y con taller-aunque recorría toda la comarca prestando sus servicios- en la calle de san Roque-popularmente conocida como del Codo- de Humanes destacó desde niño en la escuela por su inteligencia y alta capacidad de aprendizaje. Tuvo un gran maestro, Santos Dolado, que no solo le inculcó enseñanzas curriculares, sino que también le abocó hacia valores y principios humanistas y existencialistas, vertebrados por la solidaridad humana, y que siempre guiaron su pensamiento que se puede resumir en estas dos frases suyas: “Estoy con los que trabajan y piensan” y ”(Propendo decididamente) al servicio de los humildes, de los perseguidos, de los hambreados, de los expulsados de la cultura”. Marcelino Martín, el director del Instituto de Guadalajara cuando Miguel fue allí a estudiar y quien después sería alcalde socialista de la ciudad entre 1931 y 1934, y Arsenio Pizarro, un carismático cura extremeño, heterodoxo y liberal, que igualmente fue profesor suyo, se sumaron al maestro Dolado como pilares en la forja de las ideas de izquierda de Garciasol y, en este caso, también de Buero. Fue precisamente el maestro de Humanes quien propuso al padre de Miguel, cuando este tenía 12 años de edad y ya había concluido los estudios primarios, que lo presentara a las becas “para pobres” que anualmente concedía la Diputación para estudiar bachillerato y disciplinas ya de rango superior como Derecho, Medicina, Farmacia, Veterinaria, Peritaje agrícola, Magisterio, Sacerdocio, Música, Pintura y Escultura; se trata de la institución del “pensionado”, creada por la corporación provincial en 1886 y que, tras distintos avatares, se prolongó hasta mediado el siglo XX, beneficiándose de ella centenares de alumnos. Miguel Alonso ganó por oposición aquella beca-dotada de 1.500 pesetas anuales- en 1926 y la mantuvo hasta concluir después los estudios de Derecho en Madrid. Su examen fue de tal brillantez que el tribunal decidió concederle solamente a él una de las dos becas que había reservadas para bachillerato “por exceso de examen”; es decir, porque demostró un nivel tan elevado que dejó en evidencia al resto de aspirantes. El expediente de esta oposición se custodia en el AHP y es realmente curioso pues, aunque Miguel comete algún error ortográfico-como confundir la preposición “a” con el auxiliar “ha” del presente de indicativo del verbo haber-, perfectamente disculpable dada su edad, después hace todo un alarde de sabiduría en historia sagrada, hablando de Abraham y de Jacob, de geometría, clavando triángulos y cilindros, de gramática, desplegando un amplio conocimiento sobre los artículos, de ciencias naturales, explicando la respiración diferenciada de los animales, y de geografía, relatando con detalle el conjunto de cordilleras de la península, con sus principales montañas y altitudes. Aunque Miguel Alonso residió en Guadalajara desde 1926, viviendo de patrona, para estudiar el bachillerato pensionado por la Diputación, su familia no se trasladó a la capital hasta 1933.
Durante la Guerra Civil, el futuro escritor y poeta humanense prestó servicio en el ejército republicano, pero no en el frente, sino en la retaguardia, concretamente en el Centro de Instrucción y Reserva, en Albacete. Al acabar la contienda, y como ya hemos anticipado, sufre prisión por causa estrictamente ideológica en campos de concentración y regimientos disciplinarios hasta que en 1943 es liberado y comienza a escribir, tanto en prosa como en verso, donde destaca especialmente, siendo encuadrado dentro de la generación del 36. Uno de sus primeros ensayos son los Cuadernos de Miguel Alonso, ya firmados con el seudónimo de Ramón-“ramón”, aumentativo de rama, o sea, rama fuerte, como él mismo justificaba- de Garciasol-de García, apellido muy común al que el sol ilumina y da fuerza; también metátesis de Garcilaso-. En sus cuadernos despliega un humanismo social desbordante, limitado por la censura, si bien practicando el posibilismo, como Buero y tantos otros del llamado exilio interior. Ante la bota militar, los derechos conculcados y las limitaciones y censuras de aquel tiempo, él opta por la no encarcelable libertad interior, a través de la tolerancia, el conocimiento, la cultura y, expresamente dentro de esta, la literatura: “Quien puede leer ni se anquilosa ni está solo”, “el diálogo elimina toxinas” o “la fatiga merma y embrutece” son asertos suyos contenidos en esta obra, realmente clarificadores de su pensamiento.
No debemos terminar este acercamiento a Ramón de Garciasol sin dejar constancia de que durante el franquismo y los primeros años de la Transición estuvo desvinculado físicamente de su provincia natal donde, probablemente con razón, temía no ser bien recibido por sus manifiestas ideas contrarias al régimen de Franco. Su verdadero reencuentro con la capital se produjo en 1984 cuando el ayuntamiento, siendo alcalde Javier Irízar, decide otorgar su nombre a una calle del entonces nuevo barrio de “La Rambla”, en la zona del polígono. Ramón acudió personalmente a la inauguración de la placa de “su” calle y después se le tributó un homenaje público en el palacio del Infantado, al tiempo que se editó “Poemas alcarreños”, una selección de su poética dedicada a su tierra, coordinada y prologada por Alfredo Villaverde -persona decisiva en la recuperación de la memoria y el vínculo del poeta con Guadalajara-, que destacó estas tres claves en la obra de Garciasol: “Hombre, amor y tierra”. A partir de esa fecha, fueron frecuentes los homenajes que recibió, como el nombramiento de Hijo Adoptivo de Guadalajara en 1991, siendo alcaldesa Blanca Calvo, el de la Casa de Guadalajara en Madrid en unas jornadas humanenses, el de la Asociación Cultural “Pennafora” y más de 500 alcaldes, concejales y vecinos de su zona que se sumaron a él, o el del grupo de música folk “Río de Piedras”, que grabó un disco poniendo letra a poemas suyos, entre otros. Lástima que no anduviera fino el ayuntamiento de Humanes cuando su corporación, entonces presidida por Federico Castellot, no aprobó el nombramiento de Ramón como hijo predilecto del pueblo, propuesto por los concejales del PSOE e IU, en minoría. Hasta Camilo José Cela criticó públicamente aquella sectaria y errática decisión, calificando a Garciasol, a quien bien conocía y apreciaba, como “poeta de cuerpo entero”. Sus cenizas se hicieron río en el puente del Sargal, sobre el Sorbe, el 15 de junio de 1994 proclamando así post mortem el poeta que Humanes era su lugar predilecto.