Buero Vallejo vuelve al Teatro Español 75 años después


La reposición de la obra de Buero, ‘Historia de una escalera’, se ha estrenado en la histórica plaza de Santa Ana el pasado 24 de enero y permanecerá en cartel hasta el 30 de marzo.

El gran dramaturgo guadalajareño Antonio Buero Vallejo ha regresado al escenario del madrileño Teatro Español con su célebre Historia de una escalera, estrenada en estas mismas tablas hace 75 años tras ganar con ella el Premio Lope de Vega, en 1949, convocado por el Ayuntamiento de Madrid tras 14 años sin hacerlo. La reposición de la obra de Buero se ha estrenado en la histórica sala de la plaza de Santa Ana -situada a apenas un centenar de metros de  donde tuvo su última sede la Casa de Guadalajara en Madrid, cerrada en 2015-, el pasado día 24 de enero y permanecerá en cartel hasta el 30 de marzo. La versión que se está representando tiene todas las garantías de calidad en la dirección, montaje e interpretación pues su directora es Helena Pimenta, veterana y prestigiosa dramaturga y directora escénica y teatral salmantina, Premio Nacional de Teatro en 1993 y directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico entre 2011 y 2019. El elenco está formado por un total de 20 actores pues la obra tiene 18 papeles, pero uno dobla -Manuel Bueno como “Cobrador de la luz” y “Señor bien vestido”-, tres distintos hacen de Manolín - Darío Ibarra, Eneko Haren y Nicolás Camacho- y dos de Paca-Gloria Muñoz y Puchi Lagarde-. Sobre estas dos últimas actrices recae el peso principal de la función, pese a tener una concepción bastante coral, pudiendo destacarse también a Manuel Llorente en el papel de Don Manuel.

Aunque más adelante vamos a contar intra y extra-historias de Buero y su obra cuando fue premiada y estrenada hace ya tres cuartos de siglo, antes de imbuirnos en ellas creo necesario comentar, aunque sea brevemente, su planteamiento, nudo, argumento e intención, dejando el desenlace sin desvelar-aunque no se trata de un thriller y por ello no habría problema en hacerlo- para que lo descubran los espectadores que vayan a acudir a verla al Español, algo que aconsejamos encarecidamente. Historia de una escalera se desarrolla en un mismo espacio, que es un edificio de vecindad en un barrio de clase media baja, pero en tres tiempos distintos: primavera de 1919, otoño de 1929 e invierno de 1949. Tres momentos y tres estaciones nada azarosos, sino absolutamente intencionados, como lo es casi todo en el teatro de Buero, incluso lo aparentemente episódico. 1919 es el año en que acabó la I Guerra Mundial y solo habían transcurrido dos desde la revolución rusa que alteró el orden mundial; 1929 es el del “crack” de la bolsa de Nueva York que hizo tambalearse la economía internacional, y 1949 es el décimo año de la posguerra civil española, un tiempo propio de dictadura política, absoluta precariedad social y carencias, no solo materiales, pues la libertad no se come, ni viste, ni tiene peso atómico, pero sí específico. En los escalones y en los rellanos de esa casa de vecindad que nos plantea Buero hay momentos costumbristas, pero también simbolistas y, especialmente, realistas. Sueños, frustraciones y pesares condicionan la vida íntima y relacional de los vecinos en una búsqueda de la felicidad y la verdad difícilmente posibles sin libertad, algo que no se muestra de manera evidente, pues jamás habría superado la férrea censura de aquel tiempo, sino de forma elíptica y posibilista, a través de metáforas argumentales. La propia Helena Pimenta valora así el propósito de la obra y la vigencia de su argumento: “La dialéctica entre la libertad del ser humano y la fatalidad del destino que Buero identifica con `el absurdo o la imperfección de la estructura social´ ocupa toda la pieza y las preguntas que en ella se plantean resuenan hoy como ayer alertándonos sobre nuestras más negativas realidades con el único fin de mantener viva la esperanza”.

Buero Vallejo recibiendo los aplausos del público en el estreno de 'Historia de una escalera'. 14/10/1949.

Cuando Buero ganó el premio Lope de Vega con su Historia de una escalera hacía apenas tres años que había sido puesto en libertad tras permanecer en varias cárceles franquistas desde agosto de 1939 hasta febrero de 1946. Incluso durante los primeros años estuvo condenado a muerte y, al menos en dos ocasiones, a punto de ser ejecutado. Su “delito”: no ser afecto al régimen y haber colaborado con una célula comunista que expedía pasaportes para que personas perseguidas por el régimen pudieran exiliarse de España. Nuestro paisano, inicialmente inclinado al campo de las bellas artes, comenzó a escribir teatro después de ser puesto en libertad. Le animó a ello su amigo y compañero de instituto en Guadalajara, el poeta Ramón de Garciasol, quien le introdujo en varios círculos y tertulias literarias en los que pronto destacó por su alto nivel literario y su seriedad y rigor personal. A pesar de ser un represaliado político y de mantenerse firme en sus ideas contrarias al régimen franquista, el jurado del Lope de Vega, no solo le otorgó el primer premio a Historia de una escalera, sino que también estuvo entre las obras finalistas En la ardiente oscuridad, otra conocida obra de Buero y con la que inició su importante serie simbolista basada en la ceguera. Como ya recogí en mi libro Buero Vallejo y Guadalajara editado en 2016 con ocasión del centenario del nacimiento del autor, una anécdota que Buero Vallejo contaba de manera recurrente cuando se le recordaba la obtención de este premio que le dio a conocer como dramaturgo y tanto impulsó su carrera, fue la de que, al ir a recogerlo al Ayuntamiento de Madrid, el alcalde de entonces, José Moreno Torres, conde de Santa María de Babio, le recibió de forma muy cordial y hospitalaria. En un momento dado, el regidor le comentó de forma reservada que le habían dicho que Antonio tenía un hermano de “la cáscara amarga”, a lo que Antonio respondió que “mi hermano soy yo”, dejando las cosas en su sitio y al munícipe bastante perplejo. 

El premio Lope de Vega estaba dotado con 5.000 pesetas de las de entonces, pero, lo que era mucho más importante, conllevaba que la obra ganadora fuera representada en el Teatro Español, propiedad del Ayuntamiento de Madrid, que, al tiempo, era la institución convocante del certamen. El mismo Buero contó en varias ocasiones que algunas personas intentaron que ese hecho no se produjera, dada su ideología política. Una curiosa circunstancia que jugó a su favor posibilitó que, finalmente, se estrenara su Historia de una escalera el 14 de octubre de 1949, bajo la dirección de Cayetano Luca de Tena: dado el escaso éxito de público que estaba teniendo una obra de José María Pemán, a la que estaba previsto que sucediera en el cartel la reposición del tradicional Don Juan Tenorio que, cada temporada de otoño-en torno a la festividad de Todos los Santos-, se hacía en El Español, sus regentes -los Luca de Tena- decidieron quitar del cartel antes de tiempo la obra de Pemán y que se representara la de Buero solo unos días para así dar cumplimiento a las bases del “Lope de Vega”. Pero aquellos “pocos días” estimados por los responsables del teatro se prolongaron muchos meses ya que Historia de una escalera alcanzó las 189 representaciones, todo un éxito sin precedentes en aquella época y que contribuyó, al igual que el propio premio, a impulsar a Buero como un autor teatral ya de primer nivel, pero con un prometedor futuro por delante dada su juventud. Ese año, el “Español” se quedó sin su tradicional Don Juan. El dramaturgo alcarreño pudo, nada más y nada menos, que con Zorrilla y su conocida obra, probablemente la más representada del teatro español de todos los tiempos. Alfredo Marqueríe, uno de los críticos literarios más reputados de la época y que escribía en ABC, ensalzó con estas palabras a Buero: “La escena española necesita valores jóvenes que se sumen a los legítimamente consagrados y que colaboren al mantenimiento de un alto nivel dramático, con el cual todos saldremos ganando. Buero Vallejo es uno de esos valores”. Recordemos que, apenas tres años antes estaba en la cárcel, su vocación inicial fue la de ser artista plástico y era un escritor novel de ideas contrarias a las de la dictadura franquista, en ese momento dura de verdad.

Buero no estuvo solo en el Español aquel 14 de octubre del 49. Además de su familia y amigos madrileños, en el estreno de su obra le acompañó también un grupo de familiares y amigos de Guadalajara, expresamente desplazado a Madrid en autobús, que se entusiasmaron con el rotundo éxito de Toni Buero, como amical y familiarmente era conocido en su ciudad natal. Peor suerte corrió la pésima versión que de Historia de una escalera se representó aquí, en el Teatro Liceo, a mediados de febrero de 1950. La compañía que la escenificó, la de Henche-Marcet-Aparicio, apenas había trabajado el libreto y sin un montaje adecuado ni un mínimo de ensayos, se dispusieron a representarla en Guadalajara creyendo que el público la aplaudiría, solo porque estaba escrita por un paisano suyo. Los espectadores quedaron muy decepcionados por lo que vieron, pero, por respeto al autor y conocedores de la ya acreditada calidad de la obra, en vez de sonoros abucheos, hubo silencio. Buero, cuando conoció tan lamentable bodrio hecho con su obra, escribió una carta abierta que se publicó en Nueva Alcarria  dando las pertinentes explicaciones y pidiendo excusas por ello, aunque él no fuera el responsable. Terminamos ya con esta frase del texto de Historia de una escalera que refleja muy bien la obra y su tiempo: “¡Ea! No hay que llorar más. Ahora a vivir. A salir adelante”.