El silencio de los corderos
Nos dicen que se puede votar en persona en Cataluña, aunque estés confinado pero no puedes visitar a tu madre en otro municipio de Castilla-La Mancha.
Repasaba estos días algunos estudios sobre los efectos de la pandemia en nuestro derecho y nuestra sociedad y la conclusión de todos ellos puede ceñirse a unos cuantos puntos que merecen una reflexión en el altavoz que supone esta tribuna de Nueva Alcarria.
Estamos siendo limitados en nuestras libertades individuales y estas limitaciones no cumplen muchas veces los mandatos constitucionales. El primero, el principio de legalidad exige entre otras cosas, lex certa, lex praevia, lex scripta y lex stricta. Saltamos de un estado de alarma a otro, gestionado no se sabe muy bien por quién y, lo que es peor, no se sabe muy bien para qué, sin reglas ni criterios comunes.
Admitimos humildemente que nos digan lo que tenemos que hacer y también lo que tenemos que decir, porque si nos manifestamos en contra de lo que improvisan los “cerebros al mando”, se nos acusa de desleales y hasta traidores. La unidad se entona como un mantra de obligado cumplimiento, la unidad para la sumisión y el acatamiento, el silencio de los corderos.
Va casi para el año desde que empezaron a saltar las alarmas, esas que no sonaron en los despachos de los que tenían que haber previsto el desastre y se quedaron encandilados mirando al dedo que señalaba la luna. Un año después llevamos demasiados amigos enterrados, demasiadas familias destrozadas, demasiados sacrificios personales y demasiados riesgos heroicamente asumidos.
Y no entendemos nada de esas normas dispersas, ilógicas y contradictorias, que se parecen más a la selección automática de un horóscopo que al producto de la reflexión científica. Nos dicen que se puede votar en persona en Cataluña aunque estés confinado, pero no puedes visitar a tu madre en otro municipio de Castilla-La Mancha. Se puede prescindir de un ministro de sanidad en mitad del partido, porque al “Partido” le salen mejor los cálculos de las encuestas. Pues a lo mejor era prescindible todo el tiempo... Y si para acallar al candidato depuesto hay que hacerle ministro, se le hace, aunque sea un ministro sin carrera, que no sin cartera, que eso de los pagos en especie con ministerios parece que ya son un hábito que no precisa disimulo.
Y a los corderos lo que nos queda es el silencio y el miedo. Pero el miedo es un arma peligrosa y difícil de manejar. Comienza como precaución y cuidado; más tarde decidimos que lo bueno es lo nuestro y lo malo lo de fuera, excitando los nacionalismos y los localismos; los egoísmos. Luego, señalamos al otro con el dedo; Al final la búsqueda de culpables se extenderá como se derrama el aceite, impregnando todo.
Quizá ya haya empezado. Escucho a muchos decir que la culpa de estas olas de dolor y muerte la tienen los jóvenes por su conducta irresponsable. Pero lo que yo veo es a mis alumnos cada semana, respetuosos, desinfectando sus pupitres, obedientes a las instrucciones, aunque no las comprendan, como los demás. Y veo a mis hijos, a los amigos de mis hijos, cuyo único asueto es salir a dar un paseo por la calle, a correr o a hacer la compra, porque no tienen a dónde ir, ni con quién que no esté bajo sospecha.
El virus nos está robando muchas cosas, pero a ellos les está robando más, porque su vida está en construcción y la obra lleva un año parada. Catón decía que prefería ver a un joven sonrojarse a palidecer y nosotros los mantenemos pálidos a fuerza de encierro, decidiendo cuándo tienen que salir y a qué. En esta sociedad que hace loa del silencio de los corderos, tenemos que cuidar que no se nos vaya la mano y que sea el cordero joven el chivo expiatorio que estemos sacrificando para apaciguar al terrible dios del miedo.