Cuento de Navidad


Mientras el fantasma de las navidades pasadas nos acecha con nostalgia estéril, el de las presentes nos anima al cuidado propio. 

Tengo que hacer una confesión: me encanta la Navidad, toda, incluso en su sentido menos trascendente. La Navidad me emociona y me alegra y comparto con Dickens su propósito: “honraré la Navidad en mi corazón y procuraré conservarla durante todo el año”. 

Sé que no es el momento, pero en esta época me acuerdo de Marta y María, las hermanas de Lázaro. Siempre me he identificado más con Marta, porque me encanta su forma de entregarse a los demás, guisando, preparando la casa, buscando lo que hace felices a sus invitados porque en eso está su felicidad. Este año “las Martas” no tienen que cocinar para tantos, así que podríamos rezar un poco más con María. 

Y esta reflexión me conduce inexorablemente a otras, menos alegres. Este año no habrá tertulia en la cocina con mis hermanas, y echaré de menos las risas, los comentarios; y que vengan nuestros maridos a ver qué pasa y se queden, y abran una botella de vino, y que casi no quepamos y tenga que ir empujándoles para abrir el horno o la nevera. Y cantaremos villancicos de Cifuentes y de Trillo, discutiendo “porque ese que cantábamos de pequeñas no era así, que te estás equivocando, pues a ver qué dice mamá…” y resulta que mamá tampoco se acuerda, pero llegas a un consenso que, supongo, ha alterado sustancialmente el villancico original. 

Y mientras el fantasma de las navidades pasadas nos acecha con nostalgia estéril, el de las presentes nos anima al cuidado propio para cuidar a los nuestros, mejor por convicción que por obediencia ciega a trovadores de cuentos que no son precisamente de Navidad. Lo haremos para que no tengamos más fantasmas que nos visiten en las navidades futuras. 

Así que en la Navidad de 2020 nos encontraremos por videoconferencia porque no podrá ser de otra manera. Mandaremos más guasap y celebraremos juntos, incluso en la distancia. E iremos, si nos dejan, a la Misa del Gallo, como cada año, sin faltar uno, con toda la familia.

Son tiempos difíciles, es verdad, pero no son más difíciles que los que vivió Jesús. Lo que ocurre es que ahora nos sentimos más solos. Tengo la esperanza de que las cosas buenas que la pandemia nos ha traído, desde el carpe diem consciente a la solidaridad y la gratitud reforzadas, nos devuelvan una Navidad que sea algo más que luces y compras; que echar de menos a la familia, suponga tenerla más presente; que las pérdidas nos ayuden a encontrarnos, con nosotros mismos y con el Niño que nace en Belén. Que la adversidad nos invite nuevamente a escuchar la buena nueva: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor”.

Os deseo a todos, de todo corazón, una muy feliz Navidad.