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Anocracia
Adaptando las palabras de Miguel de Unamuno, la mayoría de las palabras acabadas en ismo se curan viajando. Dentro de nuestra naturaleza cainita y de nuestro instinto nacional para el autosabotaje, España es un maravilloso país en el cual vivir, lleno de historias, personas y costumbres que lo definen como un pequeño paraíso en equilibrio. Echando la vista atrás y sobre todo, actualmente de manera comparativa, nadie puede dudar que España es una democracia consolidada dentro de un mundo revuelto donde los grises son el matiz primordial entre extremos. Casi nada es blanco (democracia) o negro (autocracia-dictadura), sino que podríamos ver como cada país se coloca casi de manera ordenada, en base a su progreso económico en dicho eje de libertades sociales. Bienvenidos al concepto teórico de la anocracia y no, no significa hacer las cosas como el culo, aunque lo pueda parecer.
Las anocracias son sistemas de gobierno que tienen sesgos de inestabilidad política, ineficacia e ineficiencia, incoherencia entre mensaje y contenido político así como un clara falta de distinción entre poderes públicos. También se les llama democracias incompletas. Según los estudios de Marshall y de Cole, ampliamente difundidos en los medios por Barbara F. Walter, se pueden clasificar los países entre una puntuación de 10 (democracia consolidada) a -10 (monarquía hereditaria) y sorprende saber que cada vez más países se aglutinan en torno a una nebulosa de indeterminación. Y en ese clima de inestabilidad se basan muchos de los movimientos bélicos que vivimos en la actualidad. Si desgastamos a Ucrania, pues conseguimos que Rusia tenga más influencia en la zona. A Israel le sobra Palestina en la ecuación desde casi el inicio de los tiempos. Casi siempre, en las anocracias, existen grupos de poder vinculados a las etnias o razas dominantes que han subyugado a los menos poderosos. Si puedo pisarte, te va el 43 al cuello, y si puedo aplastarte, marchando una de serrín. El problema viene en países mono-étnicos donde las diferencias son artificiales, y en el caso de España (y Europa en general) donde debido a la inmigración y a la integración racial se producirá este proceso en las próximas décadas, esta organización entre grupos la generan los partidos políticos. Los bandos de toda la vida. Rojos y Azules. Madrid y Barça. Antonio Machado. La cebolla salpimentando la tortilla o quién ponemos de solista en la Oreja de Van Gogh. La Españita de toda la vida.
Se nos llena la boca y nos pegamos puñetazos en el pecho diciendo que somos una democracia maravillosa, pero en las últimas fechas estamos viviendo espectáculos más propios de la España de los 80 cuando Ruiz Mateos agredía al exministro Boyer en los juzgados de Plaza de Castilla, actualizándose del color sepia al 4K gracias al bochornoso espectáculo que nos dan personajes secundarios como Leire la Fontanera, Jessica 15 minutos, el Torrentero Ábalos, Koldo el aizkolari dentro de la docuserie de Netflix que es la situación política general. Pedro Sánchez tiene media cena de Navidad imputada por diferentes casos de corrupción y un trozo de madera importante del Consejo de Ministros cuestionado por incapacidad. El victimismo y la guerra de guerrillas. Si el otrora rector de la Universidad de Salamanca levantara la cabeza, leería los periódicos que allende de nuestras fronteras se están preguntando: “Oiga, España, ¿Qué les está pasando? Que desde aquí se ve como se están cagando encima”. Y es lo malo que tiene la caca, que o termina oliendo si es fresca o termina saliendo a la luz si se esconde. Eso sí, no pasa absolutamente nada. La primera anocracia reconocida fue Singapur y no les va mal del todo junto a las más de 70 anocracias reconocidas en nuestro planeta.
Las opiniones son como los culos y cada uno tiene la suya, pero no me cabe la menor duda que, viviendo en una democracia, lo estamos haciendo en una distinta, una anocracia, es decir, en una democracia de mierda.