Antonio Buero Vallejo, los cien años de un maestro


El conjunto de signos agrupados y vinculados que conforman la manera de ser, de sentir y de pensar de un pueblo es su cultura. Esa es la razón por la que, al referirnos a una determinada cultura, estamos aludiendo a una identidad colectiva, a la personalidad de un grupo social que suele tener raíces en una tierra y tronco en una tradición que se ramifica en el presente y apunta al porvenir. Ese patrimonio común que aglutina a todos en usos y condiciones, a veces, se concentra en una persona, que queda individualizada por ser un modelo esencial de lo que representa una región, un país, una lengua o toda una expresión creativa. A este escogido conjunto, pertenece Antonio Buero Vallejo, de cuyo nacimiento celebramos, hoy, cien años. Buero, guadalajareño ilustre, castellano-manchego singular, español insigne, es, al tiempo, uno de los grandes nombres de las letras hispánicas, uno de los grandes nombres de la dramaturgia mundial y, en suma, un escritor con espacio propio en la historia de la literatura universal.

Esa multiplicidad de la magnitud de Buero Vallejo como hombre y como escritor es un paradigma de la cultura castellano-manchega, que arraiga en lo local, cohesiona lo regional y se expande con un alcance universal tanto en el espacio como en el tiempo.  Por ello, acercarnos a la dimensión de la figura de Buero Vallejo es realizar un ejercicio que es, simultáneamente, intelectual y emocional. Consiste, de hecho, en adentrarnos en el conocimiento de un gigante de la cultura castellano-manchega, hispánica y universal, con lo que su lectura o la contemplación de la puesta en escena de sus obras constituye un itinerario que conduce al conocimiento de nosotros mismos como ciudadanos y ciudadanas de Castilla-La Mancha y como seres humanos cuyas inquietudes universales e intemporales tienen reflejo en la obra de este autor.

Como artista y como hombre, Buero fue un maestro. Su magisterio, de hecho, perdura, y persistirá para ser asumido, también, por las generaciones venideras. En el legado de este escritor esencial, vemos, sobre todo, esa voluntad didáctica con que nació el teatro en la antigua Grecia y que es, probablemente, su esencia como género literario y como expresión cultural completa y compleja. Recordemos que los griegos concibieron el arte escénico como un espejo de la sociedad, con un sentido mimético, pero, sobre todo, crítico, de tal manera que el espectador se viera a sí mismo sobre el escenario, con sus méritos y deméritos, con lo que la condición humana tiene de elevado y de mezquino, de tal manera que la experiencia le sirviera para hacer un examen personal del que salir mejorado. Ese proceso de mejora debía revertir, necesariamente, en la convivencia, en el modelo social. Es este un planteamiento que no ha sido superado, y ha constituido una de las razones que ha hecho pervivir el teatro y darle la misma vigencia en el presente que tuvo en la Antigüedad. Pues bien, podemos afirmar que ese rasgo clásico, ajeno a lo pasajero de las tendencias, preexistente pese a los efectos de cambio que provoca el tiempo, es uno de los elementos constitutivos de la obra de Buero Vallejo, donde es perceptible esa voluntad didáctica del poeta trágico que se dirige a sus conciudadanos con textos, símbolos y componentes escénicos que invitan a la reflexión y que contienen la complicidad y la ternura de quien expresa su esperanza por medio del compromiso social, o su empatía, por medio del pensamiento existencial.

Pero no sólo la obra de Buero es una referencia ética y estética a la que regresar una y otra vez. Como ya he adelantado, su vida, su trayectoria de hombre íntegro, comprometido, defensor de unos valores difícilmente discutibles por su profundo humanismo tienen, igualmente, rasgos modélicos. Consecuentemente, también en la biografía de nuestro autor vamos a ver presente ese magisterio que nos aproxima a una parte valiosísima de su personalidad.

Siempre es un momento apto para penetrar en el universo de los grandes nombres de nuestra cultura. Este centenario de Buero es una conmemoración, un recuerdo vivificado de su inmensa valía. Sirva, pues, este día de su centenario, como una invitación renovada a acudir a la biblioteca y al teatro al encuentro con uno de nuestros maestros, alentados por la inclinación al conocimiento de nosotros mismos y por el compromiso, profundamente humano, de hacernos mejores como personas y, como consecuencia de ello, hacer mejor nuestra sociedad.

 

Ángel Felpeto

 

Consejero de Educación, Cultura y Deportes