Árboles con solera
Es curioso, pero el olmo parece que no alcanza la plenitud de su señorío si nació y creció fuera del casco urbano, en cualquier olmeda de las afueras.
No sé por qué, los olmos, como ningún otro árbol dan sensación de solera y de tradición a los pueblos Quizá sea porque es un árbol que no se improvisa al necesitar el transcurso de varias generaciones para alcanzar un digno grosor o porque su reciedumbre y frondosidad imprime un cierto carácter al lugar en que se encuentran. El caso es que cuando llego a algún pueblo y encuentro un viejo olmo en su solitaria plaza, quizá hendido por el rayo como en el verso de Machado, siento la sensación de no encontrarme solo, de hallarme acompañado por el espíritu impalpable de muchas generaciones que allí vivieron y a su sombra esperaron la muerte.
Es curioso, pero el olmo parece que no alcanza la plenitud de su señorío si nació y creció fuera del casco urbano, en cualquier olmeda de las afueras. Entonces es un árbol más, carne de hacha o de sierra, como todos, que no llegará a disfrutar de la venerable corpulencia de los que vemos en algunas plazas rurales. El olmo de la plaza es en muchos pueblos como una institución forestal, un elemento vivo heredado de los mayores y, por eso cuidado y protegido para transmitirlo, más alto y más fuerte, a los descendientes. A veces está agrietado, medio seco, con el tronco lleno de piedras pero aun en esas condiciones se resiste a morir y le nacen nuevos hijuelos que serán algún día frondosos árboles.
La plaga de la grafiosis, que ha acabado con millones de olmos en la provincia ha impedido que los simbólicos olmos centenarios de Milmarcos se hayan reproducido en sucesivas generaciones hasta llegar a nuestros días. Se cree que esta enfermedad que se ha extendido por todo el mundo nació en el extremo oriental de Asia donde existen varias especies ulmáceas que no han resultado tan afectadas. Los Ayuntamientos que han sufrido estas pérdidas que han tenido mucho de sentimentales, han luchado con todos los medios para impedir la muerte de sus olmos centenarios, aunque pocos lo consiguieron, entre ellos Guadalajara, que perdió las olmedas de los vallecillos de su entorno y el olmo centenario de la plaza de Bejanque que incluso contaba con una asociación de Amigos dedicada a su cuidado. Otros olmos simbólicos desaparecidos fueron los dos ejemplares centenarios de Milmarcos que tenían su partida de nacimiento en la fachada de la iglesia, donde una mano anónima grabó “Se ha plantado este holmo en 1.646” y otra mano puntualizó un siglo después que en 1.746 “Se puso el otro holmo.” En el siglo XXI no se distinguía uno de otro.